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Oh, brother!

Ines INTXAUSTI

Crítica de televisión

Enciendes la televisión e inmediatamente reparas en que hay muchísima gente dentro. Demasiada. Como si de una patera -patelera, mejor dicho- se tratara, todos se aferran a la pantalla para evitar naufragar antes de llegar al espejismo de la bahía efímera del éxito. Gente concursando en 4 mientras baila. Gente concurriendo en la 1 bailando. Gente cantando para ganarse un premio en la 3. Gente cantante compitiendo en la 2. Y gente medio desnuda en una isla sin nada que llevarse a la boca y al borde del canibalismo en la que falta. Supongo que la 5 (¡cómo no, oh brother!) evitará esto último para no incurrir en falta antropofágico-pornográfica. Como si lo que ahora emitiera no fuera de suficiente mal gusto, claro está. Si los participantes tuvieran que supervivir, si aceptaran el canibalismo, Lucía Lapiedra, sin lugar a dudas, sería la máxima ganadora. Juega con ventaja. Se ha ganado la vida de una manera muy comestible y placentera y, muchas veces -por si esto fuera baladí-, la hurí de Pipi ha tenido que compartir ingredientes con la piedra de Nacho Vidal. Esconde la ropa y... También está en el mismo barco la gran Elsa Maxwell de la televisión española: Karmele Merchante. Al contrario que Lucía, Karmele quiere enseñarnos su lado más cool, fashion y glamouroso utilizando una piedra (sic) como teléfono móvil y quedando con sus colegas para tomar un «Dom Perignom» en el Ritz o la Tour D'Argent. Me quedo de piedra. Estaría bien que en la isla hondureña aparecieran Robinson Crusoe y Viernes el sábado próximo. No es divertido estar allí. Pero lo es mucho menos estar enfrente. Y la audiencia ya lo ha decidido: quiere más carnaza y menos tiburones. Los tiburones lo ensangrentan todo y lo dejan perdido. Eso reduce la visibilidad de la miseria y al espectador no le vale tener los ojos abiertos sino otras cosas. Especta(dor)cular se le llama a ese modelo de voyeur. Normalmente, cuando hay mucha basura alrededor, todos quieren erigirse en barrenderos de la mora y ser los primeros en limpiar su propio plató. Por razones desconocidas, esto no ocurre en nuestros canales residuales.

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