Al calor del foro, en la nevada Davos, políticos y líderes empresariales han dejado multitud de propuestas, buenas palabras y calculadas dosis de «preocupación» por los problemas reales que sufren cientos de millones de personas en el mundo, muchas de ellas víctimas de las políticas económicas dictadas por esos mismos políticos y las grandes corporaciones. Soluciones para acabar con la miseria y la pobreza, sin embargo, pocas, y menos aún cuando una crisis de envergadura y de concecuencias incalculables sobrevuela mercados y saquea las cuentas de poderosas corporaciones bancarias.

Quizá la frase pronunciada ayer por el Premio Nobel de la Paz Elie Wiesel resume con precisión los cinco días de charlas: «Se ha hablado mucho de recesión, de freno del crecimiento y de la necesidad de restaurar la confianza, pero a mí quienes me preocupan son los pobres, los débiles», y lamentó no haber escuchado hablar sobre ellos en la llamada cumbre de los ricos.

Ayer, la cita concluyó con un llamamiento a la colaboración entre los líderes de empresas y gobiernos para abordar los problemas de la globalización, en particular los conflictos -por enésima vez el de Oriente Próximo, aunque hasta ahora no han dado un sólo paso en la dirección correcta para solucionarlo-, el «terrorismo», el cambio climático y la cuestión del agua. Sin embargo, lejos de los micrófonos los dirigentes de las grandes empresas mostraron su pesimismo y aseguraron que lo peor de la crisis económica podría estar aún por llegar. También quedó una pregunta en el aire: sobre si China e India serán los motores de la economía mundial si Estados Unidos entra en recesión.

Al respecto, la secretraria de Estado estadounidense, Condoleezza Rice no disipó los temores de empresarios y políticos pese a afirmar en la inauguración que «nuestra economía seguirá siendo el motor que guíe el crecimiento mundial». Palabras huecas porque muchos estadounidenses ven cómo la recesión de la económia afecta ya a sus bolsillos.

El presidente de Citibank, William Rhodes, en una entrevista concedida a Reuters, dijo que «va a tardarse algo de tiempo para que estas cosas tengan su efecto en el sistema», en referencia a las medidas a adoptar en EEUU para atajar la crisis.

Los banqueros mostraron su esperanza en que ocurra lo mejor, pero se temen lo peor en una semana en la que la Reserva Federal estadounidense anunció por sorpresa una bajada del 0,75% en los tipos de interés, hasta el 3,50%, la mayor rebaja desde octubre de 1984. Pero los expertos tienen serias dudas sobre su efectividad porque en realidad no saben los derroteros que seguirá la crisis, como tampoco lo conocen los propios banqueros, normalmente tan bien informados.

Este panorama se vio aún más ensombrecido tras conocerse que Société Générale perdió 4.900 millones de euros.

En público, los banqueros enumeraron sus preocupaciones, pero en privado admitían que existe poca cura para un sistema financiero que afronta cientos de miles de millones de euros en inversiones fallidas, además de su nula transparencia. «Pasará tiempo hasta que veamos una vuelta a la normalidad en la banca y los mercados», afirmó el presidente de Merrill Lynch, John Thain.

Lejos de la sede del foro, la sensación era otra. Nada de crisis. Los 2.500 participantes, de 88 países, fueron agasajados en fiestas nocturnas que se alargaron hasta la madrugada. Fiestas, por supuesto, privadas.