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CRíTICA cine

«4 meses, 3 semanas y 2 días»

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Mikel INSAUSTI

Cannes sigue siendo el termómetro de las nuevas tendencias del cine actual, y lo mismo que en su momento descubrió al mundo el enorme potencial poético del cine iraní, ahora hace lo propio con el pujante nuevo cine rumano, que nos trae otra forma de realismo basada en la urgencia del drama humano en una situación de falta de libertad. Dentro de muchos años, cuando se hable de este «boom» del cine rumano del comienzo del milenio, el obligado punto referencial será la indiscutible obra maestra de Cristian Mungiu «4 meses, 3 semanas y 2 días», pues es de los títulos que marcan una época y ayudan al constante replanteamiento del lenguaje fílmico desnudo de artificios.

Con un pobrísimo presupuesto de 600.000 euros, Cristian Mungiu hace de la independencia a todos los niveles (económica, artística, moral, ideológica) un inexpugnable fortín, desde el que controla el poder de la imagen con un portentoso dominio del encuadre y de la cámara. Sus planos fijos son demoledores, junto con la angustiosa y frenética utilización de la cámara en mano dentro del plano-secuencia, asumiendo el riesgo consciente de la falta de iluminación como dinámico apunte del natural. Es un método austero y muy significativo de la decadencia ambiental, de lo opresivo del contexto histórico. Pero donde Mungiu demuestra la radical honestidad de su objetivo discurso es en la contundente dialéctica que establece por medio del «fuera de campo», mantenida de principio a fin con un rigor narrativo ejemplar.

Lo que Cristian Mungiu nos cuenta es la historia de amistad femenina entre Gabita (Laura Vasiliu) y Otilia (Anamaria Marinca), sin desviarse en ningún instante de ese centro de atención. Todo lo demás, absolutamente todo, queda fuera de campo. Los hombres con su machismo, con sus miserias acomodaticias al régimen establecido, es algo que se integra en una especie de «background», de entorno social omnipresente y determinante. El recurso revela su eficaz efecto distanciador durante el frío e irónico pasaje de la celebración familiar, ya que los invitados despliegan una oratoria cotidiana aparentemente normalizadora de un estado de cosas que en el fondo no tranquiliza a nadie, mientras Otilia está ausente y tiene su mente en otra parte, en la habitación de ese hotelucho donde la vida de su amiga puede encontrarse en peligro. Antes, en la impactante, tensa y durísima secuencia en que Otilia toma las riendas de la negociación con el tipo encargado de realizar el aborto, es Gabita la que pasa a desdibujarse en un segundo plano. Y, llegado el instante de la cruda verdad, con el feto ocupando el cuadro, son las dos protagonistas las que desaparecen de la escena y se convierten en el eco apagado de sus voces, que ya pertenecen a ese pasado sombrío y lejano.

Todavía resta, no obstante, un pequeño epílogo que cierra de un modo bastante cortante el relato. Es la única toma en que llegué a sentir la mirada de la actriz Anamaria Marinca, que se gira hacia el objetivo y lo traspasa en un gesto fulminante. Ella, la sacrificada y solidaria heroína de esta carrera contra el reloj, refleja en sus ojos el dolor silencioso de una superviviente, de alguien que no tiene tiempo para mirar hacia atrás. De no haber sido por un cronista tan valiente como Cristian Mungiu, las Otilias de Rumanía y de otras partes nunca habrían existido, serían como ese feto arrojado a la basura, un monstruo más de los creados por el terror interno de los sistemas endogámicos que desaparecen sin dejar señales de vida.

Ficha

T.O.: «4 luni, 3 saptamani si 2 zile». Dirección y guión: Cristian Mungiu.

Int.: Anamaria Marinca, Laura Vasiliu, Vlad Ivanov, Alex Potocean, Luminita Gheorghiu, Ion Sapdaru, Adi Carauleanu, Teodor Corban, Tania Popa, Doru Ana. Género: Drama femenino. País: Rumanía, 2007. Duración: 113 m.

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