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Lipjan, pulmón de tolerancia en el convulso Kosovo independiente

Desde 1999, los organismos internacionales en Kosovo y su Gobierno local intentan fallidamente mediante planes y leyes lograr la integración de las diferentes comunidades. En Lipjan, una pequeña Babilonia kosovar, gente de todos los grupos conviven sin necesidad de normas ni imposiciones. Cuenta más el factor humano.

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Carles CASTRO | Oriol ANDRÉS

En su solemne discurso tras la declaración de independencia, el primer ministro, Hashim Thaçi, aseguró que «desde hoy Kosovo será un Estado democrático y multiétnico». Para muchos de los que el pasado domingo le escuchaban, estas palabras de Thaçi debieron sonar, como mínimo, vacías, a pura retórica. El problema de la mala convivencia entre comunidades no es ni mucho menos nuevo en esta región de los Balcanes, de hecho se podría considerar que es centenario, sin que en los últimos años de protectorado de la ONU se haya encontrado una solución más allá de la segregación étnica. Sin embargo, a lo largo del territorio permanecen ocultos pequeños espacios donde esta convivencia no lleva consigo la etiqueta de problemática.

«El domingo nos emborrachamos todos juntos para celebrar la declaración de independencia», asegura con una sonrisa cómplice, Mushafer Bikliqi, albanés, de 32 años. «Estábamos albaneses, croatas, bosniacos y gitanos», aclara. Mushafer es uno de los 3.000 habitantes de Janjevo, un pequeño y envenjecido pueblo perteneciente a la municipalidad de Lipjan, a unos 20 kilómetros al sur de Pristina, y en cuya ciudad además de los mencionados grupos cohabitan serbios y turcos.

El pueblo corona un pequeño y verde valle, diseccionado por una destartalada carretera llena de baches y polvo. Antes de llegar a Janjevo, la vía atraviesa tres poblados de mayoría serbia. A la distancia, la localidad ofrece una visión chocante ya que entre el bajo perfil de sus casas sobresalen las esbeltas figuras de un minarete musulmán y un campanario católico.

Mushafer regenta uno de los dos bares de la localidad, situados en un cruce de calles que hace a su vez de plaza del pueblo. Dentro de su establecimiento, tres gitanos romaníes toman café. «Es habitual en el bar ver a albaneses, croatas y gitanos compartiendo mesa y conversación», afirma con normalidad Mushafer desde la puerta de su negocio mientras se le acerca un romaní con cara de resignación. «Como el domingo celebré con vosotros la independencia, ahora ya no me dan dinares en los pueblos serbios», plañe. «Y tú para que quieres los dinares, lo que tú tienes que pedir ahora son euros», le responde con sorna el albanés en referencia a la moneda oficial de Kosovo. «Pues dame un euro», concluye sin complejos Asim. Éste vive con su mujer y cinco hijos en la entrada del pueblo, donde habitan también otras familias gitanas. Albañil de profesión, ahora Asim, que habla caló, serbio y albanés, a sus 35 años mantiene a su familia con una ayuda pública de 75 euros mensuales.

Rexhep Oro sigue la conversación con una sonrisa en la boca, mientras levanta ligeramente las patas delanteras de una vieja silla de madera para poder apoyarse a una pared al sol. Es bosniaco pero hace más de 30 años que vive en el pueblo, donde regenta un quiosco en la misma plaza. Visita a menudo Sarajevo, pero se declara encantado de la independencia y asegura que nunca ha tenido ningún problema con sus vecinos.

Esta cordialidad no es fruto de la casualidad. Durante la guerra, el pueblo se mantuvo unido, independientemente de la comunidad de cada uno. Todos vivieron el bloqueo y pasaron necesidad de alimentos juntos, a diferencia de muchos otros sitios de Kosovo, donde los vecinos serbios o gitanos colaboraron con las fuerzas de Milosevic o huyeron, dejando a los albaneses a su suerte. Los tres meses de conflicto dejaron tres muertos en la localidad.

En la parte más alta del pueblo, asentada en una de las laderas del valle, se encuentra la iglesia católica de San Nicolás, construida hace 250 años. El diácono de la parroquia, Ivan, corrobora lo dicho por sus conciudadanos respecto a las buenas relaciones. En total en el pueblo hay 300 croatas católicos, todos con pasaporte de Croacia. Según cuenta el religioso, antes de la guerra eran tres veces más pero cuando Serbia entró en conflicto con su país, muchos huyeron por miedo a represalias del Ejército. También explica que, además, hay 100 albaneses católicos, lo que suma irrealidad a este pequeño pueblo ya que en los Balcanes los albaneses siempre han sido musulmanes así como los serbios, cristianos ortodoxos.

Ivan, que teóricamente no puede dar su opinión política sin la autorización del parroco, Don Matej, de visita fuera del pueblo, no se muestra descontento con la independencia. «Esperamos tener más derechos ahora» y explica que se sienten desatendidos tanto por el Gobierno de Kosovo como por Croacia. A veces sufren cortes de luz de 14 horas al día y la iglesia, blanca impoluta y reformada en 1985, no tiene agua debido a un problema de canalizaciones que la parroquia no puede asumir por falta de fondos. Aún así, el recinto hace de centro cultural para los jóvenes del pueblo que disponen de un ping-pong, una cancha de básquet y dos ordenadores con internet.

Asim, Ivan Musharef o Rexhep se entienden sin problemas. Como la mayoría de los habitantes de Janjevo hablan tanto albanés como serbio. No así sus hijos que estudian en clases separadas. La escuela primaria ofrece dos programas, el kosovar, en albanés, y el de Belgrado, que cursan los niños croatas, bosniacos y gitanos. Su dirección es también bicéfala. El responsable del programa albanés, Milazim Krasniqi, explica que la escuela tiene 570 alumnos, 42 profesores albaneses y 14 serbocroatas. Los niños juegan juntos, pero sólo los bosniacos hablan ambas lenguas. Un mal síntoma si se tiene en cuenta que son una de las primeras generaciones del nuevo estado multiétnico. «No es ningún problema», asevera Krasniqi, que muestra una confianza ciega en la ONU: «Todo viene regulado por el Plan Ahtisaari».

Esta división en el sistema educativo se vive también en la ciudad que da nombre a la municipalidad, Lipjan. En ella viven junto a la mayoría albanesa un millar de serbios. Una de ellos es Radmila Simijonovic, concejala de Agricultura, y una de las 20 personas serbias que trabajan en el Ayuntamiento, gobernado por el partido de Thaçi, el PDK. Simijonovic explica que en la ciudad hay barrios de albaneses, de serbios pero también mixtos. Sin mojarse, afirma que aún es demasiado pronto para valorar la independencia pero asegura con énfasis que Belgrado no interfiere en la vida de los serbios de Lipjan desde 1999.

Ello pese a la educación escolar separada y, en este caso, también a un sistema sanitario segregado. Un modelo de convivencia sin mucha interrelación defendido también por su alcalde, Shukri Buja, quien considera que el hecho de que haya minorías es una riqueza para el municipio. «Cuando hablamos de libertad, hablamos de libertad para todos los vecinos», sentencia, y añade respecto a las reticencias de los serbios a aceptar la independencia: «Bajo una garantía especial, creemos que se integrarán pronto en la familia kosovar». Ex guerrillero del UÇK, Buja apuesta por mirar hacia delante y centrarse en el desarrollo del municipio. «La crisis económica y el desempleo son los mayores problemas, algo que es igual para serbios y albaneses», sentencia Radmila.

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