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Raimundo Fitero

Huevo frito

Reivindico el huevo frito. Convencido de que la única ideología realmente visible es la que transmiten los anuncios no partidarios, hay uno de una colección de recetas de cocina supuestamente firmadas por cocineros de marca que regala, y venderá posteriormente, un periódico, que es absolutamente discriminatoria, elitista y de derechas. Un huevo frito es un hito de la Humanidad. La deconstrucción de una tortilla de patatas es una lección de mercadotecnia. Y un supuesto. Pero para hacer espuma de clara de huevo de pichón hay que saber previamente hacer, y bien, un huevo frito. Y, si me apuran, los huevos fritos pueden salvar vidas, sin olvidarnos que con puntillas, acompañados de chistorra, solos, con patatas fritas, con tomates y pimientos fritos, acompañados de una hogaza de pan, son la base de la cultura y una obra de arte tan difícil de lograr como cualquier otra elaboración posmoderna de la cocina de diseño. Vivan los huevos fritos y abajo el catastrofismo del colesterol.

Es más, Arzak confesó en una entrevista que él, cuando quiere darse un buen homenaje se hace unos huevos fritos. No más comentarios. Bueno, más comentarios: los viernes se reúne con Argiñano y en la mesa de su cocina hablan de productos y de posibilidades de otros sabores. Son momentos televisivos fuera de norma. Son instantes robados al estrés, transmitiéndonos el ambiente, el tono, el olor de los tiempos en los que un huevo frito era un monumento y una charla alrededor de un vaso de vino era un master de filosofía aplicada. Así se plantean esos momentos, pero con una salvedad. Siempre hay motivos para sacar conclusiones, la maestría de Arzak es popular, en el sentido más bello del término, y su capacidad de comunicación está sustentada en la autenticidad, y en este caso concreto, en la excelentísima relación entre ambos cocineros, y en la actitud de Argiñano para saber colocarse en el plano adecuado para que brille su invitado, amigo y maestro. El pasado viernes: un producto vegetal tropical no muy conocido colocado en la mesa, y ambos con los brazos cruzados, mirándolo e hilando la hebra, la cámara quieta, con lentas aproximaciones. Lo que no se estila.

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