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ANÁLISIS

UPN oculta a Rajoy, el PSN tapa su pacto y NaBai se camufla

La ausencia de Rajoy en los carteles de UPN es la enésima prueba de su contradicción: ser un mero peón del PP y necesitar al mismo tiempo que no se le note demasiado. Una incomodidad que ya se vio el 17 de marzo. La estrategia de camuflaje de NaBai sólo puede ser validada en términos prácticos si las urnas le dan un nuevo empujón. Patxi Zabaleta ha vuelto a poner el listón alto: 100.000 votos frente a los 61.000 de 2004.

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Ramón SOLA Iruñea

La campaña ha comenzado en Nafarroa como un auténtico baile de máscaras. El modo en que UPN oculta a Mariano Rajoy en sus carteles está dando mucho que hablar, pero no son menos espectaculares las piruetas del PSOE para el imposible de camuflar su pacto con la derecha en Nafarroa, ni las de Nafarroa Bai para seguir ganando votos aun a costa de tener que negarse a sí mismo.

La imposibilidad de encontrar el rostro de Mariano Rajoy entre los carteles, las vallas y la propaganda de UPN está dando que hablar en este inicio de campaña en Nafarroa. El dato fue revelado a la opinión pública, y coreado con no poca sorna, por el PSOE en el mitin del lunes en el frontón Labrit. José Luis Rodríguez Zapatero aportó incluso un motivo: «Rajoy no está en las vallas porque no puede explicar todo lo que dijo, no puede explicar que se vendía a esta tierra a no sé quién».

La tesis de la «ocultación» de Rajoy es verdad sólo a medias. Las siglas del PP «pesan» tanto como las de UPN en la cartelería. El partido español sufraga justo la mitad del presupuesto de campaña. Y no sólo Rajoy acudirá a Iruñea, el viernes, sino que también lo hará su número dos, Manuel Pizarro, o Alberto Ruiz Gallardón. Pero sí es notorio -demasiado notorio- que al líder del PP no se le ve, y que ello revela otra vez la cierta incomodidad con que UPN lleva su condición de «sucursal».

Aquella manifestación del 17 de marzo ya reveló esta circunstancia, tanto antes (UPN sugirió evitar presencias incómodas de la línea más dura del PP) como después (la avalancha de banderas rojigualdas por encima de las navarras puso en evidencia ante toda la ciudadanía local que UPN no había sido más que el telonero). Luego vinieron los intentos de Miguel Sanz por ganar autonomía y poder frente al PP, con su demanda de que se le permitiera conformar un grupo propio en el Congreso. El no del PP no sólo fue claro, sino además fulgurante y unánime, lo que ha dejado a UPN en una posición de mayor debilidad si cabe. Fue un órdago sin cartas.

«Lo importante es que UPN no se basa exclusivamente en la cara o en el tirón que tiene una persona concreta», ha alegado Alberto Catalán. Una explicación demasiado pobre para una constatación palpable: UPN está atrapado en la contradicción que supone ser un mero peón del PP y necesitar que no se note demasiado.

El PSN también necesita una máscara. En este caso, su problema no es el líder, sino su decisión de dar el Gobierno navarro a UPN-PP, el rival. Una decisión cuyo impacto se va a poner a prueba por vez primera en las urnas.

El cabeza de lista del PSN, Juan Moscoso, ya ha evidenciado su incomodidad. Insiste en negar que su partido sea socio de UPN en Nafarroa, pero la credibilidad de este mensaje es nula; en estos seis últimos meses, el PSN no sólo ha aupado a Sanz en la Presidencia del Gobierno navarro, sino que le ha aprobado los presupuestos y le ha prometido estabilidad para cuatro años. Y la víspera de campaña, a Carlos Chivite no le importa posar con dos consejeros de UPN para promocionar la rebaja de peajes en la A-15. Un streap-tease demasiado integral, demasiado evidente y demasiado rápido.

Zapatero sabía que seguía debiendo una explicación a sus bases (que hasta ahora sólo habían oído a José Blanco), y se acercó a Iruñea antes de la campaña. Pero sus palabras sólo han servido para crear más dudas. De ser cierta la versión de que dejaron paso a UPN porque no querían poner en riesgo la «convivencia» en Nafarroa, el PSOE se retrata a sí mismo como un partido absolutamente débil, incapaz de sostener un criterio propio frente a movilizaciones como las del 17-M, timorato a la hora de activar nuevas mayo- rías, y sometido en fin a UPN-PP.

Nafarroa Bai, por su parte, sigue lamiéndose de las heridas de la negociación frustrada. Una negociación en la que puso sobre la mesa todo su capital político para no lograr nada. Nada, salvo que se entienda como logro el haber puesto de manifiesto ante la opinión pública una obviedad: que a día de hoy todas las decisiones sobre Nafarroa se toman en Madrid.

El problema para Nafarroa Bai estriba precisamente en la inversión realizada. El suyo ante el PSOE fue también un streap-tease en toda regla, iniciado en la campaña electoral de mayo con la ocultación de las ikurriñas y continuada de modo imparable durante el verano, con las renuncias a un cambio real de marco político o de entramado legal para el euskara.

No sólo UPN, sino también el PSOE, han percibido con claridad la posición defensiva adoptada por Nafarroa Bai. Y así nos encontramos con que desde ambos partidos se acusa reiteradamente de ser una formación «nacionalista», como si éste fuera en Nafarroa motivo de criminalización o de vergüenza. Es una imputación ante la que -salvo honrosas excepciones como Maiorga Ramírez- los portavoces de NaBai acusan el golpe. La respuesta habitual de Uxue Barkos, cabeza de lista al Congreso, está siendo la de esgrimir que en la coalición también hay personas que no son nacionalistas... En Nafarroa hace tiempo que ser independentista es algo proscrito, pero con NaBai hasta ser abertzale parece ya un estigma insuperable.  

Barkos ha entrado en campaña dando otra muestra de esta flaqueza. «Hay que cambiar de nombre al futuro órgano de cooperación entre Navarra y la CAV», ha indicado. Podrá decirse que el debate es meramente terminológico y, por tanto, poco relevante, pero sí tiene su importancia como signo de la paulatina involución de NaBai. Y vuelve a situar las demandas de la coalición muy por debajo de cotas ya ganadas políticamente: en los borradores iniciales de Loiola ya había órgano común institucional, las divergencias definitivas aparecieron en estadios más adelantados.

Su estrategia de camuflaje sólo puede ser validada en términos prácticos si las urnas le dan un nuevo empujón. Patxi Zabaleta ha vuelto a poner el listón alto: 100.000 votos frente a los 61.000 de 2004. Veremos.

En este baile de máscaras, la izquierda abertzale aparece como la única opción que sale a campo abierto, sin caretas. Y aun a riesgo de que le partan la cara. La Policía española ya hostigó su primera comparecencia, el jueves en el Hotel Tres Reyes. La suya es la voz de la incómoda realidad en medio de un distorsionado coro de disfraces.

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