crónica | alfred wallace, coautor de la teoría «darwiniana»
El hombre que no sobrevivió a la selección natural de las especies
Se cumplen 150 años desde que fue leída, por vez primera, la teoría de la evolución de las especies. La firmaba Charles Darwin. Pero junto a su rúbrica aparecía la de otro científico, alfred wallace. En Bilbo recuperan estos días su olvidada figura.
Joseba VIVANCO
Unos cardan la lana y otros se llevan la fama. La historia de la ciencia está repleta de ejemplos así. En el caso de Charles Darwin y Alfred R. Wallace quizás fuera el devenir, ¡quién sabe!, de la personalidad de cada uno el que ha llevado a que, 150 años después de que por primera vez fuera presentada en público la teoría de la evolución de las especies, sea el primero de ellos quien es recordado como el padre de aquella idea que «modificó para siempre la manera de pensar sobre por qué existimos», como explicaba ayer en Bilbo José María Mato, director del Centro de Investigación Cooperativa bioGUNE.
Toda una autoridad mundial en la vida y obra de Darwin, el británico Peter Bowler, ex presidente de la Sociedad Británica para la Historia de la Ciencia, expuso las similitudes y discrepancias entre estos dos inigualables científicos, que llegaron a una misma conclusión, la de que la selección natural está detrás de la evolución de los seres vivos. Lo hicieron por separado y llegaron a confluir amistosamente. Su historia, la de aquella teoría, no tiene desperdicio.
Dos caminos, una teoría
Entre 1831 y 1836, Charles Darwin, geólogo de formación y procedente de una familia adinerada, se embarcó en uno de los barcos cuyo nombre forma ya parte de nuestra historia, el Beagle. No fue hasta cinco años después cuando comenzó a bosquejar su iconoclasta teoría sobre la evolución de las especies. Dos años después la esbozó en 230 páginas y la guardó. Luego, durante década y media se dedicó a otros asuntos (ocho años a escribir una obra exhaustiva sobre los percebes). Una extraña enfermedad (quizá el mal de Chadas) le encerró en su casa.
Aquel manuscrito que Darwin «olvidó» en un cajón podría haber seguido allí sin conocer nunca su divulgación. Las ideas que sugería, de hacerlas públicas, le convertirían en un nuevo Galileo.
Pero a principios del verano de 1858, matasellado en el Extremo Oriente, le llegó la carta de un joven naturalista, de nombre Alfred Russel Wallace, que firmaba un artículo titulado ``Sobre la tendencia de las variedades a separarse indefinidamente del tipo original'', donde perfilaba la teoría de la selección natural que el propio Darwin guardaba en un cajón. «No he visto nunca una coincidencia tan asombrosa -reflexionaba en una carta a un amigo el propio Darwin-. Si Wallace tuviese el esbozo de mi manuscrito redactado en 1841, no podría haber hecho mejor un breve extracto».
Ambos ya se habían carteado tiempo atrás sobre especímenes animales dignos de estudio. Pero esta vez sus caminos habían convergido para siempre. Darwin ni mucho menos pensaba en acabar su teoría, es más, planeaba redactar un estudio casi enciclopédico sobre sus investigaciones de dos décadas antes. Pero la misiva de Wallave precipitó lo que el mundo estaba a punto de leer y descubrir.
«Darwin se hallaba ante un dilema torturante. Si corría a la imprenta para preservar su prioridad, estaría aprovechándose de un chivatazo inocente de un admirador lejano. Pero si se hacía a un lado, perdería el reconocimiento debido por una teoría que él había postulado independientemente». Así nos pone en situación Bill Bryson en el elogiable título ``Una breve historia de casi todo''. Es más, el propio Wallace le había reconocido que su hallazgo fue por pura casualidad, una idea que, se dice, le sobrevino durante unas fiebres. A Darwin le había ocupado más de veinte años.
Charles Lyell y Joseph Hooper, íntimos de Darwin, le sugirieron que presentasen de manera conjunta ambos estudios, algo que acordaron se llevara a cabo en la Sociedad Linneana, que quería por entonces recuperar su prestigio. Y así fue.
Entre estudios como el de la flora en Angola, la suya fue una de las siete disertaciones de aquella rutinaria velada. Era el 1 de julio de 1968. Nadie en la sala tomó nota. Tan sólo un profesor irlandés escribió luego sobre esa teoría: «Todo lo que era nuevo, era falso, y todo lo que era verdad, era viejo». Ninguno de los dos, ni Darwin ni Wallace, acudió a la presentación: el primero asistía ese día junto a su esposa al entierro de su hijo, víctima de la escarlatina; el segundo, seguía con sus exploraciones por Extremo Oriente. Pero la suerte sobre la teoría de la evolución de las especies estaba echada.
Un científico inusual
Hoy, 150 años después, la Fundación BBVA, en colaboración con el CIC BioGUNE, ha preparado un ciclo de conferencias en la capital bilbaina con el que pretenden «poner los puntos al Wallace and Darwin», como anotó José María Mato. «Hemos querido que se hable de Wallace», añadió, «un personaje inusual, un personaje científico independiente de Darwin, con sus propios trabajos científicos. Él tiene su propio lugar en la historia», apostilló Peter Bowler. Dado que 2009 será un año «empapado» de Darwin, al cumplirse el 150 aniversario de la publicación de ``El origen de las especies'' y el 200 de su nacimiento, este ciclo quiere sacar a la figura de Alfred Wallace de su ostracismo histórico.
Expedicionario y recolector de fauna y flora, este británico de origen humilde viajó por el Amazonas, la península Malaya y el este de la India. En 1858, durante unas fiebres en la isla de Gilolo (Molucas), desgranó por escrito las ideas que luego envió a su admirado Darwin.
Éste último nunca trató de ocultar a Wallace. Al contrario. Incluso le ayudó económicamente. Pero el camino científico de ambos les separó. «Wallace creía en Dios y eso le influyó en su manera de presentar la teoría de la evolución y, sobre todo, de la evolución del ser humano, en lo que discrepaba de Darwin», sostiene Peter Bowler.
Continuó cincuenta años más en activo -vivió hasta los 90-, pero fue perdiendo prestigio en el mundo científico, quizá por su interés por el espiritismo o la creencia extraterrestre. Sus últimos escritos incluso implicaban a lo sobrenatural en la evolución. Así, la propia historia se encargó con el tiempo de otorgar a Darwin el exclusivo «origen de las especies».
Nacido en 1823 en una localidad inglesa limítrofe con Gales, perteneció a una familia humilde. Decidió hacer grandes viajes en los que recogió insectos y observó y tomó nota de la fauna, la flora y las gentes y lenguas con las que se topó.
Darwin nunca quiso ocultar a Wallace. A propuesta suya, en 1858, se publicó su artículo en el ``Journal of de Proceedings'', junto con materiales del propio Darwin, y firmado por los dos. Incluso le consiguió una ayuda económica vitalicia.
Wallace nunca pudo creer que el hombre había evolucionado de animales inferiores y achacó algunas facultades humanas a lo sobrenatural. Era religioso, se adentró en el espiritismo, pero también fue un activista social contra las políticas de libre mercado.
Precursor de la teoría de la evolución, Wallace destacó también por sus trabajos precursores en etnografía o zoografía. A su muerte, ``The New York Times'' lo calificó de «el último de los gigantes intelectuales» cuyos trabajos revolucionaron el siglo XIX.