Roberto Bissio director ejecutivo del instituto del tercer mundo
Los frutos secretos del príncipe alpino
El caso del fraude fiscal que ha sacudido a Alemania tiene visos de ser uno de los mayores escándalos económicos ocurridos en Europa. Los millones de euros ocultados en Liechtenstein han evidenciado un sofisticado sistema de evasión fiscal en manos de las oligarquías europeas. Roberto Bissio analiza en este artículo varios elementos de esa crisis y también algunas de sus posibles consecuencias.
El príncipe Hans-Adam II von Liechtenstein es el último monarca europeo que no sólo reina sino también gobierna. En efecto, Hans-Adam no sólo es el soberano y la autoridad ejecutiva sobre el país cuyo nombre utiliza como apellido, sino que además tiene poder de veto sobre las decisiones parlamentarias. A pesar de esta concentración de poder tan poco democrática, el príncipe cogobierna con el Partido de los Ciudadanos Progresistas y ha tolerado que las mujeres obtuvieran en 1984 derecho a votar en las elecciones nacionales, aunque todavía no en las municipales. En el día a día comparte la conducción del país con su hijo y heredero Alois von Liechtenstein.
Como el principado, enclavado en las montañas entre Suiza y Austria, carece de aeropuerto y tiene apenas treinta mil habitantes, los avatares de su política no aparecen a menudo en la prensa internacional. Y sin embargo, la visita del primer ministro Otmar Hasler a la cancillera alemana Angela Merkel en Berlín está llamada a constituirse en un hito en la historia de la globalización financiera.
La reunión cumbre alemana-liechtensteinesa estuvo precedida de duras acusaciones del príncipe Alois al gobierno de Merkel, al que acusó de atacar la soberanía de su país, y a la policía alemana, que estaría violando derechos de sus súbditos y actuando fuera de la ley. Por su parte, el líder socialdemócrata y socio en la coalición de gobierno alemana Kurt Beck, calificó a la familia real alpina de «asaltantes con título nobiliario».
Sucede que Liechtenstein no ha llegado a ser uno de los países con mayor ingreso per cápita del mundo (unos cien mil dólares anuales, cinco veces más que Estados Unidos), gracias a la exportación de dientes postizos y estampillas de correo, las principales producciones materiales del país, sino a los servicios bancarios. Aunque la capital, Vaduz, tiene apenas cinco mil habitantes, su principal banco, el Liechtenstein Global Trust (LGT), que casualmente pertenece a la familia real, cuenta con más de mil empleados. Y los quince mayores bancos locales administraban a fines de 2006 activos de sus clientes por más de ciento cincuenta mil millones de dólares.
Son muchos bancos para tan poca gente y desde hace un tiempo se sospecha que detrás de estas firmas bancarias, la mayoría de las cuales no tiene un edificio, ni siquiera un escritorio, porque no cabrían en tan pequeño escenario, se ocultan operaciones de lavado de dinero y evasión de impuestos. Nada se ha podido probar hasta ahora, ya que la ley del principado protege la privacidad de las cuentas, al punto que la divulgación de secretos es castigada por la legislación local como uno de los delitos más graves.
La «conexión Vaduz» quedó en evidencia el jueves 13 de febrero, cuando los servicios secretos alemanes detuvieron a Klaus Zumwinkel, director del Deutsche Post (correos y logística), acusado de utilizar el secreto bancario de Liechtenstein para evadir impuestos. En una impresionante operación simultánea en Frankfurt, Hamburgo, Munich, Stuttgart y otras ciudades, ocho fiscales, decenas de inspectores de hacienda y centenares de policías allanaron las oficinas de cientos (tal vez más de mil) millonarios alemanes que habrían birlado al gobierno más de cuatro mil millones de euros en impuestos no pagados derivando sus ganancias a misteriosas «fundaciones» en Vaduz.
La policía alemana dijo que había comprado un DVD con los datos de las cuentas secretas a un informante no identificado y que había pagado por el disco cinco millones de euros. Una buena inversión, si se lo compara con los montos evadidos.
En la bolsa de Zurich las acciones de los bancos de Liechtenstein comenzaron a caer y el príncipe Alois, asesorado por estudios legales alemanes, comenzó a hablar de «ataques» alemanes a la soberanía de su país, con términos cuidadosamente elegidos para evocar imágenes de divisiones pánzer más que para hablar de lo que esencialmente es una búsqueda de información en computadoras. Antes de su entrevista con la cancillera Merkel, el primer ministro Hasler dijo que la policía alemana estaría «ayudando y estimulando actividades criminales, ya que el robo de datos es por cierto un crimen, y usando un monto sustancial de fondos públicos para comprarle a un ladrón bienes robados». El «bien robado» sería el disco con los datos de las cuentas secretas y ante esta objeción los investigadores alemanes hasta el momento sólo han sonreído y evocado aquello de que «ladrón que roba a ladrón...».
En los medios de prensa se especula incluso sobre si el disco realmente existe o es sólo un pretexto del BND (la inteligencia federal alemana) para no dar detalles sobre años de investigación de sus servicios secretos. Según, el vocero parlamentario de la socialdemocracia, Dieter Wiefelsuetz, «lo que Liechtenstein dice es que arrancamos la fruta prohibida del árbol y esto es ilegal. Es una acusación irrelevante. Lo que Alemania va a hacer es enfrentar a cada sospechoso de evasión con la opción de bajarse los pantalones y cooperar o ir a la cárcel».
Zumwinkel ya confesó haber evadido impuestos por un millón de euros y se prevén más allanamientos y arrestos en los próximos días.
La cadena informativa Bloomberg sostiene que el ministro alemán de Finanzas, Peer Steinbrueck, tendría pronto un paquete de medidas para impedir que Liechtenstein siga siendo utilizado como «paraíso fiscal» para evadir impuestos y que este plan le habría sido entregado a Hasler en Berlín durante la cumbre del miércoles 20.
Yaquí es donde esta reunión cumbre entre el mayor y el más diminuto de los países de lengua alemana deja de ser una historia de opereta satírica o de trama policial con millonarios y misteriosos discos robados para transformarse en una instancia clave de la globalización financiera. ¿Aceptará Liechtenstein las nuevas reglas de juego? ¿Devolverá el dinero robado por los depositantes al fisco alemán? Si lo hace, se estará creando un precedente de la mayor importancia, en un año en el que la crisis de los mercados financieros ha reavivado la discusión sobre cómo regular los flujos transfronterizos de capital.
Más allá de que Berlín mande a unos cuantos millonarios infractores a la cárcel -y de paso esta jugada ayude a Merkel a ganar las próximas elecciones provinciales-, si Liechtenstein deja de ser el paraíso fiscal preferido de los alemanes, nada impide que en el futuro los impuestos sean burlados vía Jersey o las islas Caimán. Pero el escándalo de Vaduz ha hecho que las tramoyas de la banca offshore saltaran de la discusión arcana de los especialistas a las primeras páginas de la gran prensa, poniendo sobre el tapete cómo la liberalización financiera es la gran herramienta criminal de los poderosos para dejar sus fortunas a salvo y hacer pagar, en cambio, a los contribuyentes de a pie.
Podría ser el comienzo del fin de un modelo de globalización. El príncipe Hans-Adam debería recordar por aquel a quien su nombre homenajea que nada queda igual una vez comido el fruto prohibido.