Peio M. Aierbe SOS Racismo
Cuando un Centro de Menores se quema...
Buena parte de los sectores más dinámicos de Igeldo, y muy en particular la juventud, manejan unos criterios encomiables que pueden permitir, si se cuenta con ellos, una buena base para el necesario trabajo comunitario en esta cuestión
Aplicamos un doble rasero según quién sea la mano pirómana. Si el incendio parece haber sido provocado por un menor, oímos afirmaciones gruesas y hacemos responsables, en la práctica, a todos los menores acogidos. Por el contrario, cuando parece que el pirómano puede ser algún vecino, lo que se destaca es el motivo (los vecinos no quieren ese centro) y no se generaliza diciendo que los responsables son todos los vecinos. ¿Vamos a hablar, también aquí, del «cabecilla»? ¿Vamos a hablar de intranquilidad porque el responsable esté en la calle y no en la cárcel? Pues bien, eso es lo que se hace con la mayoría de cosas que se atribuyen a los menores acogidos. ¡Todo un ejemplo de esa convivencia y respeto que se les pide a ellos!
Y, sin embargo, esa lógica criminalizadora por la que hacemos responsable a todo un colectivo de menores de los problemas en los que están involucrados sólo algunos de ellos sería también injusta si se aplicara a los vecinos y vecinas de Igeldo. Porque no sería justo hacer que el conjunto cargara con la sospecha de que semejante barbaridad responde al sentir de esa mayoría.
Quien esto firma ha seguido de cerca la dinámica de debate suscitada en ese barrio. Ha participado en una de sus asambleas, en tanto que representante de SOS Racismo, a requerimiento de sus organizadores. Ha estado puntualmente al tanto de las gestiones realizadas ante las instituciones implicadas. Y puedo dar fe de que buena parte de los sectores más dinámicos de ese barrio, y muy en particular la juventud, manejan unos criterios encomiables que pueden permitir, si se cuenta con ellos, una buena base para el necesario trabajo comunitario en esta cuestión.
Claro está que hay también posturas llenas de prejuicios, de egoísmos y hasta de demagogia. Y que las encontramos, además, no en lo que uno puede imaginar como el típico «facha», sino en gente, por lo demás, muy «normal», muy de «orden». Pero todo esto es algo normal. Es la necesaria gestión de conflictos que requiere la vida en sociedad.
Y he de decir también que, en este caso, el departamento foral responsable de la gestión ha abierto cauces de participación para encauzar los problemas y prevenciones que ha suscitado la próxima apertura de dicho centro. Es pues obvio que quienes han quemado el centro se han visto retratados precisamente con la imagen que ellos pretenden colgar a los menores.
Bien, no hagamos nosotros lo mismo. En Igeldo hay gente suficiente dispuesta a encarar esta cuestión como un deber más de nuestra comunidad y como una oportunidad en muchos sentidos. Démosle la posibilidad de mostrar que eso es posible.
Y es a la institución foral a quien corresponde poner los medios para ello. No sólo abriendo el centro, sino garantizando que éste funcione bien, que los recursos educativos sean suficientes, que la gestión sea eficiente, que los educadores y educadoras sean escuchados, que el movimiento asociativo local tenga un papel en el devenir del mismo.
Tengo que admitir que, en este sentido, la experiencia no permite ser, precisamente, optimistas. Que es habitual escuchar discursos bastante bien armados y positivos pero luego son rechazadas el grueso de críticas y propuestas. Que, incluso cuando se cuenta con medios, la gestión es, en extremo, chapucera. Pero, aun así, el camino es seguir apoyando a quienes lo que piden es que el servicio que presta la institución foral sea el que necesitan los menores tutelados, al que obliga la ley, y el que posibilite que la convivencia ciudadana en Igeldo no sólo no se vea alterada, sino que salga enriquecida.