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Tras las elecciones del 9-M

De España a Euskal Herria, un viaje de dos semanas

Sería trágico que quienes se apropian de la capacidad de decidir de la ciudadanía no repasen a fondo las lecciones que han dejado los resultados del 9-M.

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Txisko FERNÁNDEZ Periodista

El próximo domingo se celebra Aberri Eguna; hace siete días eran muchos los vascos y vascas que miraban hacia Madrid. Unos porque se sienten tan españoles como los gaditanos o las madrileñas; otros porque calculaban el rédito obtenido para jugar en el casino político español; y otros lo hacían plantando cara al estado de excepción.

Han pasado siete días desde que en Euskal Herria se viviera otra noche electoral. Y apenas faltan siete días para que amanezca un nuevo Aberri Eguna. Entre ambas fechas, las direcciones de las fuerzas políticas vascas harán profundos análisis sobre lo que reflejan los datos de la jornada electoral. Es muy probable que las conclusiones más sustanciales se quedarán en el ámbito privado de esos órganos, sin trascender siquiera al conjunto de sus respectivas organizaciones. Por ello, no es de extrañar que, en la semana transcurrida, muchas de las valoraciones de los distintos portavoces políticos se hayan dedicado más a contrarrestar los análisis públicos -los publicados en los medios de comunicación por periodistas, tertulianos o políticos sin carnet de partido vigente- que a informar de lo que realmente les preocupa.

Precisamente, esa incapacidad para compartir con la «sociedad civil» la valoración que hacen del comportamiento de esas ciudadanas y ciudadanos a los que dicen representar está en la base de la corrupción política de la democracia española y, en gran medida, de la incapacidad que muestran algunas fuerzas vascas y las españolas para construir un escenario «normalizado» como paso previo al inicio de un auténtico proceso de resolución del conflicto que sufre Euskal Herria.

Si nos circunscribimos al ámbito de Hego Euskal Herria, el 9-M ha dejado muchas lecciones para todos. Unas deberían servir para el aprendizaje del conjunto de los agentes políticos; otras están dedicadas más concretamente a cada uno de ellos. Si quienes se apropian de la capacidad de decidir de la ciudadanía no repasan bien estas lecciones, es posible que estas elecciones no hayan servido para nada, lo cual sería trágico, ya que implicaría que la participación de la ciudadanía en las citas electorales no es más que un gran circo mediático montado en exclusiva para que el poder político no vea perturbado su control «soberano» sobre el devenir socio-económico del conjunto de la población.

No hay personas invisibles y, por tanto, resulta difícil observar el gran empeño en hacer desaparecer a un sector político, el que representa la izquierda abertzale, que hicieron antes del 9-M y pretenden seguir haciendo después muchos medios de comunicación, especialmente en Euskal Herria, que, en este caso, están yendo en esa tarea más allá que las formaciones políticas con las que tienen más afinidad, cuando no dependencia, ideológica. Así, mientras en la mayoría de los medios se intentan obviar las comparecencias públicas de los representantes políticos independentistas, la mayoría de los portavoces políticos no han ocultado su malestar por el hecho de que las «tartas» de abstención/participación han dibujado, una vez más, un mapa político vasco distinto al del español. Ése es el dato que sirve a la izquierda abertzale para dar por refrendada su apuesta en estos comicios enmarcados en un auténtico estado de excepción.

Porque la izquierda abertzale no pretendía sumar «votos» ni «abstenciones» en estas elecciones para calcular la representación de la opción independentista. Lo que pretendía reflejar es la capacidad que tiene este pueblo para plantarse ante un Estado español que califica abiertamente de fascista y que, si miramos a la realidad de todos los días, está desarrollando, con hechos y actitudes, una estrategia que mucho tiene que ver con la de los regímenes que persiguen a todo tipo de disidencia más que con aquellos que «soportan» como un mal menor a quienes pretenden cambiar el modelo de sociedad o el marco jurídico-político en el que no se resignan a vivir eternamente.

Y cuando todos se quieren aferrar a los números, éstos cantan: uno de cada tres vascos no votó a ninguna de las candidaturas legales. Un dato que, sin duda, tiene un «alto valor político» tanto para quienes propugnaron la abstención activa como para quienes han salido vencedores o derrotados al contabilizar los votos «válidos» del pasado domingo. A riesgo de aburrir a quienes han caminado estos días entre cifras, porcentajes y gráficos de todo tipo, es necesario hacer un apunte sociológico sobre la figura de la abstención: creer que la abstención sube o baja siempre respecto a un determinado nivel fijo -como si éste fuera el nivel del mar, y a partir de ahí subimos o descendemos en relación a la orilla más cercana- supone dar por sentado que la abstención se nutre del mismo grupo de personas en todas las citas, o al menos en las del mismo tipo.

Pero hay experiencias recientes que no encajan con esa idea, e incluso pueden hacer que se disuelva como un azucarillo si nos atenemos a los votos cosechados por el PP y el PSOE en estas elecciones tan «bipolarizadas», según quieren hacernos creer, entre otros, los dirigentes del PNV. Pues bien, el PP salió derrotado el 9-M cosechando 10.170.000 votos en el Estado; curiosamente, hace ocho años, Aznar logró la victoria, y mayoría absoluta en el reparto de escaños, con 10.320.000 votos. Con un censo similar en ambas ocasiones, está claro que la victoria de Zapatero sólo ha podido llegar porque ha recibido el apoyo de la mayoría de esas 2.300.000 personas que han dejado de ser «abstencionistas» entre una cita y otra.

Este ejemplo también tiene una repercusión muy directa en Euskal Herria, ya que viene a hacer más patente si cabe que el mapa político vasco no «encaja» con el español. En el año 2000, en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, el PSE y el PP sumaban 589.000 votos, mientras que hace siete días lograron 632.269, pero el PP no aguanta ni de lejos los 323.000 que consiguió hace ocho años, porque se ha quedado sólo con 206.000. Es decir, la evolución del PP en la CAV no encaja con la del PP «en España». Eso, ni más ni menos, es lo que dejó traslucir Antonio Basagoiti el miércoles, cuando planteó una deriva hacia una estructura similar a la de UPN, y eso fue lo que quiso borrar del imaginario colectivo al día siguiente María San Gil.

Pero los hechos, en este caso los votos, no mienten.

Esa diferenciación tan notable también la vive el PSOE, tanto en su versión PSE como en la del PSN. El primero sabe, porque ha constatado hace tiempo que esto sucede así, que su triunfo no proviene tanto de un electorado anteriormente abstencionista como de una bolsa de trasvase que comparte con el PP; lo que a buen seguro está tratando de aquilatar en estos momentos es cuál es el tamaño de la bolsa que comparte con el PNV. Y en Iruñea habrán respirado porque, en esta ocasión, al contrario de lo que le ocurrió en el año 2000, cuando el PSN casi fue «doblado» por UPN, su crisis interna no se ha visto reflejada en las urnas.

Ahora queda por ver qué rumbo toman quienes todavía no han encajado la realidad con sus sueños y viven una auténtica pesadilla. Es especialmente extraña la escasa capacidad de respuesta mediática y política que está demostrando el PNV, actitud que quizás refleje su desapego de la realidad social por caminar durante tanto tiempo por ese Olimpo institucional que se han creado para permanecer en un virtual, y falso, espacio por encima «del bien y del mal». El desplante que el viernes les sacudió el propio Zapatero al dejarles claro que los seis escaños jeltzales no le quitan el sueño pese a no tener la mayoría absoluta en la Carrera de San Jerónimo, sólo es comparable a la ingenuidad de los dirigentes del PNV cuando se presentan ante el electorado como la garantía de que «la voz de los vascos se escuchará en Madrid». Ya le escucharon los españoles a Ibarretxe en ese mismo hemiciclo y todos sabemos el enfado que le produjo que le respondieran con un sonoro «portazo».

Claro que en Sabin Etxea, donde no deben faltar cabezas con buenas dosis de realismo, todavía recordarán lo que sucedió hace menos de diez años, en las municipales de 1999, cuando Euskal Herritarrok cosechó prácticamente el mismo número de votos, por encima de los 270.000, que los que sumaron PNV y EA en los cuatro herrialdes del sur del país. Cierto es que dos años después, en las autonómicas de la CAV, la coalición PNV-EA alcanzó el techo de los 600.000 votos, que hoy aparece inalcanzable, y EH se quedó en 140.000, mientras que la suma de PP y PSE fue de 580.000.

Por tanto, es preferible seguir las tendencias electorales, más que los recuentos de una noche o las comparativas cerradas con la anterior cita del mismo tipo, para analizar la evolución de cada fuerza política, así como la de la sociedad en su conjunto, y revisar la necesidad, o no, de cambiar las líneas estratégicas de cada opción. Si, ante los resultados del 9-M, el PNV prefiere mirar hacia otro lado, como ha hecho Nafarroa Bai -que hable de una «mayoría de progreso» junto al PSN después de haber podido comprobar el calado del pacto sellado entre Blanco y Del Burgo para el herrialde hace temer que la coalición ha decidido lanzarse sin paracaídas hacia el abismo ideológico-, sin importarle hacia dónde mira el sector social que hace respirar a la opción abertzale de Euskal Herria, es muy libre de hacerlo, aunque corra el riesgo de acabar jugando el mismo papel que IU: el de un camaleón que se asemeja tanto al árbol en que descansa plácidamente que termina por ser «invisible» para gran parte de su potencial electorado.

Aunque no va a transcurrir el tiempo necesario para fijar estrategias diáfanas, el próximo domingo, Aberri Eguna, se verá quiénes han decidido dejar España y han comprado el billete para viajar hacia una Euskal Herria libre y soberana.

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