José Miguel Arrugaeta Historiador
La independencia de Kosovo según los evangelios
La declaración unilateral de independencia en Kosovo ha desatado muchos demonios dormidos. Lo que parecía un hecho consumado al estar apadrinado, política y militarmente, por el cuarteto de las viejas grandes potencias (EEUU, Gran Bretaña, Francia y Alemania) se ha convertido en un enredo de solución incierta, que amenaza además con hacer de los Balcanes una región en permanente inestabilidad. Si ustedes se toman el trabajo de repasar los argumentos y justificaciones, a favor y en contra de la citada independencia, van a encontrar algo muy parecido a la historia de la vida de Cristo que, siendo la misma, ha llegado a nosotros relatada por cuatro apóstoles diferentes, y cada uno de ellos nos la cuenta a su manera de acuerdo a sus intereses.
Por una parte los valedores de la independencia argumentan un muy loable respeto al derecho de autodeterminación y a la voluntad mayoritaria (lo que no tiene discusión dada la inmensa proporción de población albanesa). Sin embargo revisando el listado de países que se han apresurado a reconocer a la nueva Kosovo hay que destacar que estos «defensores» internacionales de la voluntad de los pueblos son los mismos que argumentan y hacen todo lo contrario unos kilómetros más lejos. Pongamos un ejemplo bastante cercano, para entendernos: en el Kurdistán la misma reclamación de independencia y soberanía se responde a cañonazos. Pero se pueden citar también el Sahara, Chad, Palestina...en una lista interminable. Por lo tanto no hace falta ir a la universidad para concluir que lo que prima en una buena parte de este apoyo a la independencia kosovar es simplemente un interés político y geoestratégico, sin mayor historia, y el argumento esencial es un «aquí mando yo» propio del imperialismo actual.
Pero el mundo se ha vuelto verdaderamente difícil de gobernar así que Serbia (la supuesta agraviada) y su poderoso aliado, Rusia, consideran que esta independencia apunta a sus intereses, lo cual también es estrictamente cierto, y se niegan en redondo a asumirla empleando para ello amenazas cuasi militares y una posible aplicación a su vez de este derecho a la independencia en su entorno cercano. Ello permitiría reagrupar, a golpe de independencia unilateral, a todos los serbios dispersos por Bosnia, Kosovo y otros territorios en el viejo proyecto de la Gran Serbia. Al tiempo claman como solución por el respeto a la legalidad internacional y a las fronteras establecidas tras la II Guerra Mundial -amén de otros curiosos argumentos como el que Kosovo es la cuna histórica del pueblo serbio-, que lo mismo serviría para que los sionistas exterminen a los palestinos y sus vecinos, como para que quechuas y aimaras decidiesen refundar el imperio inca y echar a todos los blancos y mestizos de sus territorios ancestrales o para que los vascos reclamásemos media península donde cazaban nuestros ancestros prehistóricos.
Luego aparecen un grupo de pequeños y medianos países, fundamentalmente del sur europeo, que advierten del nefasto precedente que establece la independencia de Kosovo, y nos recuerdan la necesidad de respetar el sistema de relaciones internacionales y fronteras referido. Algunos de estos países, como Rumania, Grecia, Italia y Macedonia, son fronterizos con el lugar de los hechos y temen con razón verse implicados directamente, bien por cuestiones de población (albaneses en Macedonia, griegos en Albania...), bien por la inestabilidad que les amenaza de cerca, como es el caso de Italia. Otros como Malta y España lo ven sencillamente como un mal ejemplo que amenaza directamente a su unidad interior: turcos en Chipre, y vascos y catalanes en la península ibérica. A estas alturas parece oportuno recordar que muchos de estos países apoyaron y tomaron parte con entusiasmo en la criminal agresión de la OTAN a Serbia, que ha propiciado precisamente lo que ahora rechazan con encono.
Por si fuera poco, un importante grupo de países del tercer mundo, sobre todo miembros del Movimiento de No Aliados (NOAL), muestran una enorme desconfianza y se oponen a lo que consideran una imposición de las grandes potencias occidentales; y vuelven a referirse a lo de las fronteras y el derecho internacional. A esta posición se suma una parte importante de la izquierda internacional que rechaza esta independencia, proclamada en medio de banderas norteamericana y de un manifiesto amor albanés por los EEUU (lo que es francamente curioso al ser un sentimiento en vía de extinción a nivel planetario), y parece que este es un pecado mortal para cualquier izquierda que se precie de sí misma.
Yo por mi parte, aunque modesta, también tengo mi opinión. Claro que ni soy apóstol ni mucho menos escribo textos sagrados, así que mis consideraciones están guiadas por intereses humanos, puesto que como ciudadano vasco me doy por aludido en cuanto se habla de independencia, soberanía y derecho a decidir. Y creo que hay que comenzar precisamente por una cuestión de principio que no puede ser otra que la firme e inequívoca defensa del derecho de cualquier pueblo a su independencia, y este derecho es, como todos los derechos, aplicable por igual para todos y sin exclusiones. Pero todo derecho abstracto se aplica y ejerce en un contexto político determinado, y en el caso de Kosovo estamos hablando de un país impuesto, sobre todo por los EEUU, con claros intereses políticos y militares.
Por otro lado, esta independencia es simplemente inviable desde el punto de vista físico, económico o de seguridad y nace con vocación de un recorrido tutelado, lo cual la convierte en una independencia-dependiente, si me permiten el juego de conceptos. Y es que Kosovo como país no existe, hubo que inventarle a todo correr himno, bandera y otros atributos, y por eso decimos albano-kosovares, servio-kosovares, romaní-kosovares. Kosovo sería en todo caso parte de una gran Albania, pero nadie parece dispuesto a ponerle en este momento el cascabel a ese gato, y por eso hay que prever en un plazo no muy largo procesos de integraciones unilaterales de la conflictiva nación albanesa y de manera paralela de la nación serbia. O sea que el tema va a seguir dando bastante que hablar.
En todo este lío político tiene mucha importancia el hecho de que la declaración de independencia ha sido unilateral, lo que parece el peor camino posible. Una negociación de las partes habría sido un recorrido más difícil y largo pero también hubiese evitado la apresurada independencia impuesta de Kosovo para ir directamente, mediante pasos y etapas consensuadas, a la consecución de lo que está en el fondo de todo este espinoso conflicto: una gran Albania y una gran Serbia, y un status definitivo y viable para Bosnia-Herzegovina, que parecen ser en definitiva los viejos anhelos de todos estos pueblos.
Por eso vuelvo, sin ingenuidad política, a la cuestión de principios (el derecho de todos sin exclusiones a decidir su destino y ejercer su independencia) y me parece que se equivocan quienes apelan a fronteras, acuerdos internacionales o constituciones, como si fueran leyes inmutables y no construcciones humanas. Son las voluntades de los pueblos quienes dan vida y vigencia a la convivencia internacional, y no se puede menospreciar ni ignorar la firme e inmensamente mayoritaria opinión de los albano-kosovares. Si no aciertan en la elección de sus amigos, alianzas y compañeros de viaje, esto forma también parte de la independencia; dejemos pues a los pueblos que recorran sus propios caminos. En definitiva, el mexicano Benito Juárez tenía mucha razón cuando afirmó que «el respeto al derecho ajeno es la paz» y la historia nos demuestra que ignorar o negar la libre determinación de las naciones, por cuestiones de oportunidad política, sólo lleva a conflictos largos y dolorosos -si no, que nos pregunten a vascos, irlandeses, saharauis, tamiles, timorenses, eritreos o kurdos-.
Los que se preocupan por el supuesto precedente que significa esta independencia -ignorando, no se porqué, los nacimientos la pasada década en Europa de Letonia, Lituania, Estonia, Ucrania, Bielorrusia, Georgia, Croacia, Eslovenia o la separación de Chequia y Eslovaquia-, hacen bien en inquietarse porque en lo que a mi concierne no les quepa duda de que no voy a dejar pasar la oportunidad de reclamar, allá donde pueda, que mi gente tiene exactamente el mismo derecho que los albano-kosovares. ¡Faltaría más! Y si por alguna extraña y estratégica razón (que no se me ocurre ahora, ni creo que vaya a aparecer) a los EEUU les da por apoyarme, pues por primera vez y sin que sirva de precedente estaremos de acuerdo en algo, aunque sea por intereses bien diferentes.