Pero qué bonitas que son las elecciones. Las urnas, los votos, la participación, la responsabilidad ciudadana, la normalidad absoluta. Pase lo que pase, normalidad absoluta. Tan bonito también el recuento, los gestos de triunfo, las «V» de victoria, los pulgares arriba; la sonrisa pronta y abierta, el júbilo, los abrazos y estrujos ante la prensa. Unas horas después, con la tarea cumplida, pasado ya el capítulo del vótame a mi que soy mas majo y no a este que es facha y menos al otro que miente, se puede dar tranquilamente puerta a la campaña. Y aquél al que no había que votarle ayer, es con el que hay que pactar hoy.

A mí es que estas cosas me maravillan, porque, a ver: cómo es posible que formaciones políticas presuntamente distanciadas -cuando no presuntamente enfrentadas- coincidan unas veces porque sí y otras por acuerdo previo, en adoptar las mismas posturas, o en tomar las mismas medidas sin que ninguna salga digamos que perdiendo. Que un partido se ofrezca como alternativa a los desvaríos de otro para luego decidir que lo mejor es ir de su mano. Cómo es posible ser de izquierdas y hacer la misma política que la derecha. Y no digo y viceversa porque viceversa nunca no pasa. A la derecha eso hay que reconocérselo: la fidelidad inquebrantable a sus principios y la defensa a ultranza de sus intereses. Al resto lo segundo también; lo primero, pues no. Lo asombroso no es que esa actitud la presenten como una alternativa a la derecha, sino que además haya quien se lo crea.

Si, además, se trata de arrinconar a la izquierda abertzale, la unidad de acción es impecable. Ni fisuras ni distingos. La derecha dicta y la alternativa a la derecha acata. No hay porque andar mirando el precio.

El pasado jueves en el pleno del Ayuntamiento de Iruñea el, se tiraron por tierra dos iniciativas surgidas de sendas plataformas populares. Una instaba a cumplir las resoluciones del TAN y retirar la simbología franquista que aún campa por sus fueros en Iruñea. Otra pedía al Ayuntamiento la convocatoria de un homenaje oficial a los fusilados del 36. Las presentaron al pleno los concejales independentistas, razón de peso para que todas las fuerzas políticas votaran en contra. En contra. Todas. En contra de la retirada de los símbolos franquistas. En contra de pedirle al Ayuntamiento el homenaje y reconocimiento que aún debe a los fusilados de esta ciudad. Esto merece un aplauso.

En el mismo pleno se modificaron los estatutos necesarios para impedir a los electos independentistas intervenir en los órganos de decisión de los entes públicos. Respuesta unánime: silencio en la sala. Pero, ¿no decían que si pasaba algo así no iba a quedarse callado no se quién? Pues todos mudos. Otro aplauso, ¿no? Otro para la prensa, que también ayuda. Ayuda tan bien que las noticias que recogían lo ocurrido en el pleno conseguían contarlo al revés. «Diario de Noticias» reservó media docena de líneas a hacer un resumido resumen de las propuestas de los concejales independentistas, y una de ellas ni se mencionó: la de las Bardenas. Un olvido lo tiene cualquiera, pues claro que sí.

Pero quédense con el dato porque dentro de poco volveremos a aplaudir.