Si una obra mantiene como tesis que un señor puede matar impunemente a su esposa y al amante de ella para lavar su honra ante los demás, con el aplauso incluso de los padres de los fallecidos, estamos ante una obra reaccionaria, que por muy Calderón que sea, y por mucho que se enmarque dentro del teatro clásico español, solamente trasmite nociones absolutamente reprobables, machistas y propiciatorias de la violencia de género.

Colocados en esta tesitura, deslindar este fondo de sus formas es difícil, especialmente si se trata de una obra de una estructura dramática muy previsible, con unos personajes que se muestran de maneras nada convincentes, asunto que posiblemente provenga de la propia obra, de la dirección tan poco elaborada y de un reparto tan desigual que, en ocasiones, dice el verso a trompicones y en demasiadas ocasiones con un tonillo recitativo que huele a teatro poco evolucionado, que se realiza en una escenografía tan ampulosa como poco práctica que deja todavía más a las claras la dirección tan plana y propensa solamente a procurar la circulación de los actores debajo de los focos que, siendo la iluminación lo más relevante, la poco pensada escenografía impide algo más que la ilustración.

Con estos considerandos, parece obvio que estamos ante un producto poco recomendable y casi me atrevería a decir que muy contaminante por su poco interés teatral y por su nefasto mensaje que se presenta tal cual, sin ningún punto de vista crítico y de eso es precisamente de lo que nos quejamos.