GARA > Idatzia > Kultura

Si Valle levantara la cabeza

Josu MONTERO | Periodista y escritor

No existe un Día de la Novela, sí un Día de la Poesía; no existe un Día del Varón Trabajador, sí de la Mujer Trabajadora; no uno del Cine, sí uno del Teatro. Esta monserga de los Días Mundiales se mueve entre el paternalismo, la mala conciencia, el afán celebratorio y el oportunismo burocrático. Las múltiples y peregrinas cuestiones que caen presas de uno de estos mayúsculos días son como especies en vías de extinción que hay que proteger durante un ratito. En los últimos días de marzo no sólo acabamos de celebrar el Día Mundial del Teatro, el 27, sino también el Día Mundial del Teatro para la Infancia y la Juventud, el 20, y el Día Mundial del Títere, el 21; y este mes nos aguarda el de la Danza. Todos además con sus correspondientes mensajes oficiales y reivindicativos (¡¿?!), plurales y multiétnicos, ya que han corrido a cargo de un quebequés, un coreano y un súbdito de Burkina Faso respectivamente.

Por estos lares éste es un día que suele pasar desapercibido, pero en Madrid unos teatreros suelen colgarle una bufanda al cuello a la estatua silente de Valle-Inclán y a continuación recorren las estaciones del Vía Crucis que padeció Max Estrella en su famosa y oscurísima noche del alma. Si lo miramos bien, quizá en el fondo las cosas no hayan cambiado tanto desde entonces; eso sí, las luces de neón y el brillo del oropel posmoderno se afanan en disimular la negrura de la noche. Si Valle levantara la cabeza, a buen seguro encontraría pocos motivos para la celebración, pero es que era un amargado y un cantamañanas y un alucinado el jodido gallego.

Ese rimbombante afán celebratorio institucional ha instaurado desde hace unos años la madrileña Noche de los Teatros. El dramaturgo de moda, Juan Mayorga, fue el encargado del pregón de esta recién pasada Noche. Llamadme cortarrollos, pero cuando veo una de esas obras -abundantes- críticas, reivindicativas, incendiarias incluso -y no digo que muchas de ellas no sean honestas-, y las veo en el Arriaga o en el Euskalduna o en el Victoria Eugenia, y en ocasiones incluso con presencia de las autoridades -por la cara, claro-, pues no puedo dejar de sentir malestar, que algo no va bien. Pues eso mismo me sucede al oír a Juan Mayorga decir que «el teatro si no da miedo no es teatro», o que «el teatro ha de ser crítica y utopía», que no puedo estar más de acuerdo, pero que hacerlo en ese marco que convierte al teatro en una especie de mercancía turístico-cultural (¡cada vez somos más turistas en nuestra propia ciudad!), resulta un tanto contradictorio.

En el mensaje del Día Mundial del Teatro, ese mago de la escena y paladín de la utilización en ella de la tecnología que es director quebequés Robert Lepage juega con la metáfora del fuego que calienta y produce sombras, sombras que sirven para contar historias: «El teatro es un perpetuo juego de luz y de sombra. Y es cierto que de tanto jugar con el fuego el hombre corre el riesgo de quemarse, pero también tiene la posibilidad de deslumbrar e iluminar». No estoy de acuerdo: quizá el mayor peligro hoy no es que el teatro nos queme, sino, precisamente, que nos deslumbre, que nos ciegue. El teatro ha de iluminarnos, ha de alumbrarnos en esta oscuridad nuestra.

 
Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo