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Celebración con retraso del Día del Padre

«La familia Savages»

Se estrena la única película que quedaba por llegar de las que compitieron en la última edición de los Óscar, ya que «La familia Savages» estaba nominada a la Mejor Actriz Principal y al Mejor Guión Original, por mediación respectivamente de Laura Linney y Tamara Jenkins.

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M.INSAUSTI | DONOSTIA

Tamara Jenkins realizó su primer largometraje hace diez años, obteniendo un reconocimiento crítico que, por esos misterios de la distribución, no bastó para que «Slums of Beverly Hills» se estrenara en nuestras pantallas. Ya en esa película, al igual que en sus cortometrajes, se centraba en el tema de la familia. Lo hacía basándose en experiencias de su niñez y adolescencia, al retratar a un clan judío en sentido retrospectivo, cuyo patriarca estaba interpretado por Alan Arkin. Si ha tardado tanto en poner en marcha su siguiente largometraje no ha sido por decisión propia, sino debido a problemas de financiación. El largo tiempo transcurrido durante la interminable preproducción le ha permitido ir perfeccionando el guión hasta tenerlo más que limado, lo que no le ha impedido dejar que el brillante reparto improvisara durante el rodaje, pues no se puede desperdiciar tanto talento junto.

«La familia Savages», gracias al nombre de Philip Seymour Hoffman en cabeza de cartel, llegó a la última edición de los Óscar. A Tamara Jenkins le tocó competir con otra mujer por el Mejor Guión Original, que finalmente fue a parar a manos de la Diablo Cody de «Juno». Por su parte, Laura Linney no pudo con la francesa Marion Cotillard, que se llevó la estatuilla de Mejor Actriz por su caracterización de Edith Piaf en «La vida en rosa». Es posible que a esta producción independiente le pasara un poco lo que a «La escafandra y la mariposa», de Julian Schnabel, al tener que aceptar como un logro el simple hecho de haber entrado en las nominaciones. Y comparo ambos casos porque son obras intimistas que tratan el problema de la enfermedad y de la discapacidad sin grandilocuencias. Las películas pequeñas lo siguen teniendo difícil para optar a este tipo de premios rutilantes, más propensos a las superproducciones o proyectos cinematográficos con pretensiones.

Laura Linney y Philip Seymour Hoffman encarnan, en «La familia Savages», a dos hermanos que viven en ciudades alejadas entre sí, y que aún están más distantes si cabe del lugar donde reside su huraño padre. Cuando el progenitor empiece a dar signos de senilidad, sin poder valerse por sí mismo, los hijos acudirán en su ayuda. ¿Por qué están dispuestos a sacrificarse por un anciano que los abandonó y nunca hizo nada por ellos? Esa es la pregunta que dinamiza la narración, ya que se trata de un factor sentimental que se suele dar más allá de las explicaciones racionales. El que el anciano les reciba con cajas destempladas y no esté dispuesto a facilitarles las cosas, lejos de suponer un obstáculo, no les hará cejar en su intento de recomponer los trozos de su familia rota. No es que de repente sientan afecto por tan incorregible cascarrabias, sino que la soledad pesa demasiado en sus vidas como para desaprovechar la oportunidad de volver a reunirse.

«La familia Savages» es una película meritoria porque no pierde en ningún momento su vocación de comedia costumbrista, pese a manejar un material profundamente dramático. Equivale a decir que los problemas más graves de la existencia común de las personas, incluso una vez llegada la edad de la decrepitud, no anulan la capacidad innata de esperanza, de ilusión por recuperar el tiempo perdido. Para transmitir la emoción que conlleva la sonrisa optimista en medio de la desesperación, resulta imprescindible el concurso de un trío protagónico de la categoría interpretativa del que ha tenido la suerte de dirigir Tamara Jenkins. Lo completa el veterano Philip Bosco, con mucho más oficio a sus espaldas que fama. No es fácil incorporar a un personaje que, con errores o sin errores pasados, ha alcanzado la vejez siendo un problema para los suyos.

UNA ALEGORÍA

«Comencé a ver a Wendy y a Jon (los hermanos protagonistas de la historia) como una versión moderna, de mediana edad, de Hansel y Gretel: un hermano y una hermana obligados a hacer un viaje a esta surrealista Tierra de la Ancianidad, en la que no están muy seguros de sobrevivir», afirma Tamara Jenkins

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