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El escapista y la médium

«El último gran mago»

No es un «biopic» sobre Houdini, personaje que la australiana Gillian Armstrong toma prestado para desarrollar un romance de ficción, con el famoso escapista relacionado con una médium de su época.

M. I. | DONOSTIA

Las películas de magia están últimamente muy de moda, tanto, que los estrenos sucesivos de «El truco final» y «El ilusionista» generaron una polémica sobre la relación entre efectos visuales y los trucos que emplean los magos. «El último gran mago» propone una tercera vía, ya que los números de escapismo y las sesiones esotéricas sirven de escenario fantasioso para lo que en realidad es una historia de amor que transcurre a finales de los locos años 20. Otro tanto se puede decir de la emblemática figura de Harry Houdini, ya que no es tratada de forma fidedigna, como ocurría en la película de 1953 «El gran Houdini», protagonizada por Tony Curtis. Aunque el título elegido para la versión en castellano conduce a pensar en una película biográfica al uso, sobre el que fuera considerado como el mejor mago de todos los tiempos, su vida aparece recreada libremente dentro de un argumento de pura ficción.

Houdini publica anuncios buscando a un profesional del espiritismo que le demuestre su capacidad para comunicarse con el más allá, pues desea entrar en contacto con su madre, que acaba de morir. La condición que pone a los candidatos, a fin de comprobar si sus cualidades son verdaderas o falsas, es que sean capaces de dar con las palabras exactas que la difunta pronunció al morir. En Escocia, una médium que, junto con su hija Benji, representa un espectacular show de parapsicología en los teatros acude a la llamada, atraída por la fabulosa recompensa ofrecida. El famoso escapista no se fía de su bella colega, por lo que intentará desenmascararla, pero, en lugar de descubrir su juego oculto, irá sintiéndose cada vez más atraído por ella y alejándose de su inicial objetivo.

El tono romántico escogido para «El último gran mago» no sorprende, teniendo en cuenta que la realizadora es la australiana Gillian Armstrong, a la que siempre le han gustado las películas de época en clave melodramática. Ha escogido una pareja estelar poco habitual, objeto de críticas bastante llenas de prejuicios machistas. Hay quien ha llegado a insinuar que Catherine Zeta-Jones está demasiado mayor para el papel de la espiritista Mary, cuando solamente se lleva un par de años con Guy Pearce. La galesa y el inglés forman una pareja de enamorados perfectamente creíble, del mismo modo que el genial secundario Timothy Spall pone el contrapunto oscuro, en una caracterización de Sugarman, el representante de Houdini y hombre en la sombra, hecha a su medida.

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