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Un cuarto de siglo sin Gloria Swanson, la diosa crepuscular

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M., Sancho Cardiel | MADRID

Cuando el cine sentaba sus bases, Gloria Swanson redactó las leyes del estrellato: seis maridos, una fortuna, un idilio con un Kennedy y la decadencia más grande jamás filmada en «El crepúsculo de los dioses» son algunos logros que, 25 años después de su muerte, mantienen viva su leyenda.

En 1950, con 53 años y tras haber sido una de las grandes divas del cine mudo, Swanson se tragó su orgullo e hizo una prueba de cámara para la cáustica crónica que Billy Wilder preparaba sobre Hollywood. El papel de Norma Desmond lo merecía y ella no desperdició la oportunidad de forjar imágenes que han pasado a los anales de la historia del cine. «Yo sigo siendo grande. Son las películas las que se han hecho pequeñas» era la escalofriante declaración de principios de su personaje en «El crepúsculo de los dioses». La intensidad con la que la pronunciaba fue posible gracias a la verdad que esas palabras escondían sobre ella misma. «He atravesado un largo aprendizaje. Durante tiempo suficiente he sido anónima. He decidido que ahora que soy una estrella, lo voy a ser en cada lugar y en cada momento» había afirmado, fuera de guión, en 1922.

Ella, en realidad, fue la que acuñó el término de estrella. En los años 20 ganó ocho millones de dólares de la época, todo un récord que se sumó al de su velocidad para dilapidarlos y al de consumir maridos como cigarrillos. En su autobiografía apuntó: «He dado mucho más de mí a estas memorias que a ninguno de mis matrimonios. No te puedes divorciar de un libro».

Swanson nació el 27 de marzo de 1897 en Chicago y con 19 años se trasladó a Hollywood para probar suerte con su primer esposo, el también actor Wallace Beery.

Tras papeles insignificantes, comenzó a trabajar con los mejores directores: musa de Cecil B. De Mille en «Macho y hembra» (1919), entre otras, fue reclutada por Sam Wood en «My American Wife» (1922) y finalista al primer Óscar por «La frágil voluntad» (1928), de Raoul Walsh.

Magnetismo decadente

Pero en el momento menos indicado, cuando en Hollywood se abría la grieta del cine sonoro, tropezó con «La reina Kelly» (1929), del realizador Erich Von Stroheim -el mismo que, genialmente, años después Wilder contrataría para que interpretase al mayordomo de «El crepúsculo de los dioses»- y su estrella comenzó a extinguirse.

Ella, la quintaesencia de un romanticismo tan desaforado como caduco, decidió en 1934 que el cine no merecía su glamour y se abonó a la decrepitud prematura. Antes de Visconti, Fosse o Fassbinder, Swanson explotó el magnetismo de la decadencia. «La vida y la muerte están de alguna manera dulce y hermosamente mezcladas», sintetizaba, lo que sumado a la estética casi expresionista que Wilder ideó para su recuperación tardía, aseguró su pasaporte a la eternidad. Gloria Swanson pensó que a la tercera iría la vencida y ganaría el Óscar, pero perdió. No insistió mucho más en el cine. «No quiero pasarme el resto de mi vida haciendo de Norma Desmond una y otra vez», sentenció. El 4 de abril de 1983, con 86 años, falleció en Nueva York.

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