El cine fantástico australiano tiene a una de sus mayores revelaciones en Greg McLean, saludado como el Tobe Hopper de las Antípodas. Su impactante ópera prima «Wolf Creek» era una versión muy autóctona de las películas sobre asesinos en serie, al ofrecer una imagen telúrica en la que el desolador paisaje desempeñaba una función inquietante. Su segundo largometraje supone un cambio sustancial, puesto que es una monster movie en la mejor tradición de serie B, por lo que el espíritu salvaje de aventura sustituye a la violencia gore de su anterior film. Mantiene, eso sí, la sana costumbre de inspirarse en hechos reales, ya que el cocodrilo de «Rogue» sembró el pánico en 1979 entre los excursionistas, y hoy en día su esqueleto de cinco metros es conservado como atracción turística. McLean articula esta vez el suspense en dosis calculadas, sin mostrar a la bestia directamente, para así utilizar el reflejo del miedo en los protagonistas, cuyo barco encalla durante una travesía fluvial.