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Recuerdos exiliados en fotogramas perdidos

ñaki LAZKANO | Periodista y profesor de Ciencias Sociales y de la Comunicación

Truffaut confesó en cierta ocasión la admiración que sentía por una escena de «Ciudadano Kane», que lo conmovió profundamente. En esa escena, Everett Sloane, que hacía el papel de Bernstein en la obra maestra de Orson Welles, cuenta cómo, un día de 1896, su transbordador se cruzó con la estela de otro en la bahía de Hudson, en el que iba una mujer joven vestida de blanco y con un parasol y que sólo la vio durante un segundo, pero que había pensado en ella una vez al mes durante toda su vida.

Las raíces de la mayoría de las grandes películas están corroídas por el rastro agridulce que dejan los recuerdos a su paso. Recuerdos que se transforman en afilados flashbacks que recorren los oscuros pozos de la memoria y las almas heridas de los personajes de celuloide. Wong Kar-Wai es uno de los cirujanos más experimentados en la lucha del recuerdo contra el tiempo. El cineasta chino, como el joven policía de «Chunking Express», busca enlatar la memoria para que nunca caduque. No obstante, todos los esfuerzos que realizan sus antihéroes con objeto de recluir los instantes de felicidad entre los muros del recuerdo resultan estériles y están abocados al fracaso.

Pese a ser efímeros e intangibles, los recuerdos son los anclajes que nos mantienen sujetos a la vida y evitan que nuestros sueños encallen contra los arrecifes de la cruel realidad. Eliminarlos no nos exime de la fatalidad del destino.

El escritor colombiano Gabriel García Márquez afirma que la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y gracias a ese artificio logramos sobrellevar el pasado. Tal vez soltar el lastre de los malos recuerdos y conservar los buenos sea la única alternativa para evitar que nuestros sentimientos se hundan en el lodo de los remordimientos.

Los recuerdos nos hacen humanos. Por esa razón, se convierten en el desesperado anhelo de los replicantes descarriados que pueblan «Blade Runner»; criaturas que se aferran a sus falsos recuerdos implantados, conscientes de que esas imágenes enjauladas en sus metálicos corazones les impiden diferenciarse a sí mismos de los seres humanos. Cuando perezcan los sueños, sólo los latidos de nuestros recuerdos mitigarán la amargura de la soledad. Somos lo que recordamos, aunque finalmente nuestros recuerdos se pierdan en el tiempo como lágrimas en la lluvia.

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