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Dady, un futbolista que ha disfrutado y padecido en primera persona las diversas caras del fútbol

Sigue siendo el pichichi pese a que en las últimas jornadas no está teniendo el mismo acierto de cara al marco contrario, lo que le ha llevado al banquillo. Pese a ello, el caboverdiano confía en poder aportar su granito de arena a la salvación del equipo en estos últimos siete partidos.

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Natxo MATXIN

Bien diferente a la de otros futbolistas de su generación, la trayectoria de Eduardo Fernandes Pereira -conocido deportivamente como Dady, apodo que le puso desde muy pequeño su hermano mayor- no ha sido precisamente un camino de rosas. Más bien al contrario, su relación con el balón ha tenido más de un altibajo, incluido el amago de abandonar para siempre su prometedora carrera, aunque la madurez que fue encontrando con el paso del tiempo le permitió reconciliarse con este deporte y, partiendo otra vez desde abajo, superar la presión que le llegó muy joven en una disciplina deportiva muy profesionalizada.

Con sólo 11 años el Sporting de Lisboa ya había puesto sus ojos en él, seguramente maravillados por las diabluras que aquel crío de padres caboverdianos ensayaba en las calles del humilde y peligroso barrio de La Amadora. De aquella época, Dady recuerda los sabios consejos de su madre -su padre se había visto obligado a regresar a su país de origen ante una mejor oferta laboral- para apartarles del camino fácil de la droga e inculcarles la semilla del trabajo como mejor fórmula para alcanzar el éxito.

Pero al ahora delantero rojillo la fama y los golpecitos en el hombro le llegaron demasiado rápido y no supo digerir la situación. Con la perspectiva del tiempo transcurrido, recuerda cómo fue «mi peor mal» firmar un contrato profesional a los 15 años con los lagartos. «Estaba un poco aturdido por todo aquello, no tenía a mis padres cerca para aconsejarme y dejé de acudir a clase, e incluso se me olvidaba ir a entrenar», rememora.

Como todo club grande en el que prima el rendimiento deportivo sobre el aspecto humano, el Sporting optó por cederlo como mejor solución. Ello derivó en que, pasado un tiempo, Dady se desengañara de la práctica del fútbol y decidiera ponerse a trabajar subiéndose al andamio con tan sólo 17 años, algo muy común entre los chicos de su zona.

Sólo sus amigos consiguieron convencerle para que siguiera combinando sus nuevas obligaciones con tener una pelota entre sus pies. Lo que se inició como una vuelta a los terrenos de juego sin mayores pretensiones en el club de su barrio, inmerso en la última división portuguesa, acabó convirtiéndose en una continua escalada de categorías en otros tantos equipos: Aldenovense, Odivelas, Estoril y Os Belenenses.

Nunca lo ha tenido fácil

Confirmando su tortuoso camino para hacerse un hueco entre los elegidos del fútbol profesional, aquel otrora prometedor joven talento tuvo que sobreponerse al contratiempo en su llegada a la Primera División lusa de ser el cuarto delantero del equipo. Una circunstancia que varió radicalmente cuando su entrenador por aquel entonces, Jorge Jesús, comenzó a darle oportunidades de demostrar su valía, a la par que una experiencia que le vendría muy bien en el futuro, ya que algo similar le ocurrió en Osasuna -un jugador prácticamente desconocido para la hinchada osasunista y por el que se pagó el mayor traspaso de la historia del club navarro-, lo que le sirvió para mantener la calma en sus primeras semanas con la elástica rojilla.

Después llegó la demostración de su calidad con los seis goles que hasta el momento lleva anotados, los cuales le permiten mantener el honor de ser el pichichi del equipo, sin olvidarse de que todavía le queda mucho por aprender en una competición a la que considera «la mejor del mundo». Su humildad y su rápida aclimatación a la ciudad, aunque sensiblemente menor a Lisboa, «en la que la gente te habla muy bien, si bien yo no soy muy de salir por la calle», han sido dos factores a su favor.

En esos pocos escarceos de la familia Fernandes por entre los iruindarras, Dady admite que lo que más le gustan son los pinchos, algo de lo que no hay tradición en Portugal, y unos caprichos gastronómicos de los que suele dar buena cuenta incluso su hijo de apenas dos años. Entre sus inmediatos retos, como no podía ser de otra manera, ayudar a su actual equipo a mantener la categoría cuanto antes, llevar a su selección a la Copa de África en 2010 y ser un jugador revalorizado «en Osasuna o en otro lado».

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