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«Vértigo»: Cuando Hitchcock perpetuó el amor tras la muerte

Desconcertante, imperecedera y subyugante como los cuentos que Edgar Allan Poe dedicó a sus amantes muertas. «Vértigo» figura entre los mayores logros del «mago del suspense» y, por extensión, de la historia del cine. Un motivo más que suficiente para celebrar el cincuenta aniversario de su estreno en el Zinemaldia.

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Alfred Hitchcock acaba de finalizar el proceso de montaje de «Falso culpable» y ultima los detalles de lo que será su nuevo proyecto: la adaptación de la novela de L. Vander Post «Fleming Feather», un filme sobre intrigas políticas que no elude las duras condiciones y sometimiento que padecen los nativos de África central. Para tal fin viaja a Johannesburgo para hablar con el autor de la obra. Posteriormente, iniciará en Londres arduas negociaciones encaminadas a lograr la financiación que requiere su nueva película. Lamentablemente, diversos problemas legales y de producción provocan que «Fleming Feather» termine en un cajón del que nunca saldrá. Incansable en su metodología de trabajo, el «mago del suspense» volverá a la carga de inmediato con otro proyecto: la adaptación de la novela «D'entre les morts», escrita por los franceses Pierre Boileau y Thomas Narcejac. Además, Hitchcock anuncia que el reparto contará con las presencias estelares de James Stewart y Vera Miles.

Autores de un buen número de novelas de misterio muy poco destacables, el dúo Boileau-Narcejac había ganado muchos enteros con «Las diabólicas», el original literario que Henri Georges Clouzot tradujo con maestría en imágenes en el año 54. Espoleados por este éxito, los escritores idearon la trama de «Entre los muertos» pensando en una futura adaptación cinematográfica del propio Hitchcock. Así ocurrió, pero tal y como ocurría siempre, el genial cineasta británico tenía su idea propia de una trama ajena que, de inmediato hizo suya. Alteró notoriamente muchas de las claves de la novela: subrayó los pasajes más pasionales, las connotaciones sexuales, y puso mayor énfasis en la trama detectivesca. El primer cambio evidente recayó en la escenografía, el Estado francés pasaba a convertirse en San Francisco por diversas razones arquitectónicas.

La Paramount retrasa los preparativos del rodaje y, en este tiempo, el cineasta filma algunos episodios televisivos y perfila los aspectos relacionados con la atmósfera de la película. Esta obsesionado con la iluminación que debería dar sentido a una historia en la que «los muertos regresan a la vida». Una pequeña afección digestiva de Hitchcock vuelve a retrasar el sonido de la claqueta y su productor asociado, Herbert Coleman, le sugiere que contrate los servicios del escritor Alec Coppel para que redacte el guión definitivo. Pero será finalmente el autor teatral Samuel Taylor quien, prescindiendo por completo de la novela, aporte los elementos «telúrico-emocionales» que subyacen en la historia filmada. Lo que sí está decidido es el nuevo y definitivo título de la película: «Vértigo».

Resuelto el problema del guión, Hitchcock ahora debe afrontar un serio contratiempo que él entenderá como una «desconsideración» hacia su persona, una afrenta que para el común de los mortales suele ser sinónimo de alegría; la actriz Vera Miles está embarazada. Años más tarde, el cineasta describió así esta situación: «Era su tercer hijo y yo admitía que el primero podía ser esperado, que un segundo hijo era ya suficiente, pero un tercero fue realmente obsceno». Es bien sabido el enfado que le producía a Hitch los constantes desplantes a los que era sometido por sus musas. Recientemente había sufrido la «baja» de Grace Kelly, quien prefirió el encanto dorado de la monarquía monegasca a su talento creativo, y ahora era Vera Miles la que le dejaba «plantado». Por fortuna para él, Hollywood era un constante hervidero de musas, así que inició los trámites de negociación con la Columbia Pictures para que le cedieran a su estrella Kim Novak.

La maquinaria ya estaba en marcha, ya sólo faltaba que el autor de «La ventana indiscreta» pronunciara su palabra mágica -«¡Acción!» - acompañada por el sonido de la claqueta. De esta manera, entre setiembre y diciembre de 1957 cobró forma definitiva uno de los mayores logros creativos del cine. Sobre James Stewart recayó el cometido de meterse en la piel de Scottie Ferguson, el inspector de policía de San Francisco marcado su acrofobia, miedo a las alturas, y un lance profesional trágico relacionado con la caída al vacío de un compañero desde lo alto de una azotea. La monocorde rutina de Scottie cambiará por completo cuando reciba la llamada de un antiguo compañero de clase, que contratará sus servicios para que vigile discretamente los movimientos de su esposa, Madeleine, quien dice estar poseída por el espíritu de su bisabuela, Carlota Valdés. A partir de este instante, comienza un juego de espejos cambiantes y obsesiones sicológicas que dictarán un viaje iniciatico de consecuencias impredecibles y en el cual lo fantástico subvierte lo real.

Tal y como afirma Enrique Alberich en su completo estudio «Alfred Hitchcock , el poder de la imagen», «en `Vértigo' confluyen lo mítico y lo cotidiano, lo litúrgico y lo pagano, lo filosófico y lo irracional, lo trágico y lo irónico, y que se extienden en dirección múltiple, de la mítica helénica a la medieval, de Platón a Freud, pasando por la poética inimitablemente romántica de Poe». En la trama de filme prevalece una sensación que tiene mucho que ver con lo onírico y el exacerbado canto a cierta tipología de amor fou que nunca admite la frontera de la muerte. No resulta extraño que, conteniendo semejantes mimbres temáticos, no saliera a relucir el vouyerismo evidente de Hitchcock, el cual, y a lo largo de su filmografía, plasmó mediante la apariencia humana del ojo. Este símbolo iconográfico se encarga de iniciar «Vértigo». Acompañada por el magistral envoltorio sonoro de Bernard Herrmann y los no menos referenciales títulos de crédito diseñados por Saul Bass, la cámara se adentra en el ojo derecho de una mujer; de este ojo nace una espiral hipnótica y cambiante que, posteriormente redescubriremos en los ramilletes que portan las imágenes de Carlota y Madeleine, en el moño que ambas lucen o en la inquietante escalera de caracol que asciende hasta la torre del campanario.

Resulta inevitable no destacar la escena en la que Kim Novak irrumpe en la habitación de James Stewart convertida ya, en la ficción del protagonista, en su amada muerta y regresada de entre los muertos envuelta en un halo fantasmagórico. Una escena magistral debida al talento del director de fotografía Robert Burks, la mirada de Stewart y la hipnótica presencia de la gélida Kim Novak, una actriz que nunca convenció al cineasta. «Si hubiéramos tenido a una brillante actriz que hubiera creado realmente a dos personas claramente diferenciadas, el resultado no hubiera sido tan bueno. Parecía tan ingenua en su papel, y eso fue lo mejor. Siempre resultaba creíble. No había `arte' en su actuación, y es por eso precisamente por lo que todo funcionó tan bien» .

Otro de los aspectos más destacados de «Vértigo» es su desarmante final, atípico para la época porque desarbola por completo la concepción del final cerrado y deja al protagonista de la película al borde del desconcierto, en un estado de duda que contagia peligrosamente al espectador. Este fue un aspecto que no pasó desapercibido a los distribuidores, quienes, movidos por razones comerciales, creyeron más conveniente «invitar» al realizador a rodar una nueva escena adicional en la que James Stewart no aparecía al borde del abismo emocional, físico y sicológico y era trasladado a una escena pausada, convencional, en la que compartía una charla relajada con el personaje de Midge (Barbara Bel Geddels). Esta última fue la versión estrenada en el Festival de Cine de Donostia en 1958 y con la que Hitchcock obtuvo la Concha de Plata. Afortunadamente, el cineasta recapacitó esta decisión impuesta y desechó este epílogo artificial, que nunca más volvería a ser visto. El caos emocional recuperaba su razón de ser.

Cincuenta años también de otro clásico como «indiscreta»
 
Revisionar «el baile de la rueda» al más «puro estilo» escocés que perpetra Cary Grant, en “Indiscreta” debiera figurar como terapia de choque contra la tristeza. Una escena aparentemente simple pero que, vista a través de la mirada tipo «tierra trágame» que, en silencio, lanza Ingrid Bergman al genial Grant, definen la compleja simplificad  que, a veces, conlleva un buen gag. El genial Stanley Donen nos legó hace cincuenta años “Indiscreta”, quinta esencia de la comedia romántica y elegante  que en momento alguno elude la ironía. Toda una invitación a la danza y el desenfado más canalla vestido con smoking. ¿Bailamos?K.L.
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