Referéndum en Myanmar en medio del caos
El complejo mosaico étnico en Myanmar
Cuatro actores acaparan el protagonismo en la realidad birmana; las Fuerzas Armadas o Tatmadaw, la comunidad de monjes budistas Sangh, la oposición política y las nacionalidades étnicas. La realidad de estas últimas no acapara los mismos titulares que el resto, y cuando se nos presenta lo hace envuelta en un sinfín de tópicos e informaciones malintencionadas.
Txente REKONDO
GAIN
Las fronteras de Myanmar acogen en su seno a más de 135 grupos y subgrupos étnicos, muchos de los cuales disponen, o lo han hecho en el pasado, de movimientos políticos y militares. Las tierras bajas del país (el delta del Irrawaddy y el centro del mismo) están ocupadas por la etnia mayoritaria, los birmanos, mientras que las zonas periféricas (las montañas de la alta Myanmar y el litoral de Arakan al oeste y Tenasserim al este) están pobladas por las diferentes nacionalidades étnicas. Los principales grupos son los Arakan, Chin, Kachin, Kayang, Karen, Karenni, Lahu, Mon, Palaung, Pa-O, Shan y Wa que durante décadas mantienen sus diferencias con los gobiernos centrales, en defensa de su propio destino como pueblo.
Una de las claves para entender esta compleja situación la encontramos una vez más en la actitud que mantuvieron las potencias coloniales en el pasado y en su legado tras la independencia de Myanmar. Los británicos aplicaron el mismo modelo de «divide y vencerás» que en India, separando algunas zonas de las minorías del Gobierno central, utilizando las elites locales y las formas de poder tradicionales. Como en otras realidades coloniales, las fronteras de Myanmar fueron decididas por intereses políticos de los diferentes poderes coloniales en la región. El efecto ha sido dividir a éstos en diferentes estados, impidiendo su desarrollo y minando su cohesión.
Así, vemos cómo hay más Kachin y Shan en China que en Myanmar, más población Chin (Zo) en India, y son más numerosos los Mon en Tailandia. Los Arakan, musulmanes, son más cercanos étnica y religiosamente a los pueblos fronterizos de Bangladesh, otro tanto sucede con los grupos de Naga y sus semejantes en India. También podemos encontrar áreas autónomas de población Shan y Wa en China.
Otro legado del colonialismo ha sido la tendencia a ignorar cualquier consideración lingüística, nacional o étnica más allá de la dominante. Y Myanmar es «un claro ejemplo de esta situación, donde la Administración colonial dejó una bomba de relojería en manos de los nuevos dirigentes tras la independencia».
Actividad guerrillera
La etapa post colonial ha estado marcada por la actividad guerrillera de un importante número de organizaciones, la mayor parte ligadas a alguna de las nacionalidades étnicas del nuevo Estado. Podemos encontrar cinco etapas en las mismas. En primer lugar está el período de 1942 hasta 1945, donde la lucha armada contra la ocupación japonesa estuvo protagonizada por las fuerzas comunistas del país y algunos grupos karen y kachin, que recibirán el apoyo británico para frenar el avance nipón.
La segunda fase comprende desde 1948 hasta finales de 1950, donde tendrá lugar la insurrección comunista, la presencia de las fuerzas del Kuomintang chino y las nuevas guerrillas karen, mon y rohingya. Posteriormente vendrá la tercera etapa, desde 1958 hasta mediados de los 70, en la que la represión del gobierno central encontrará respuesta en la aparición de movimientos secesionistas entre los kachin y los shan. Entre 1975 y finales de los 80, encontramos el esplendor de las fuerzas insurgentes, que llegarán a controlar importantes zonas del país y, sobre todo, buena parte del comercio transfronterizo. A partir de los 90, nos toparemos con una clara recesión de las fuerzas guerrilleras, en parte por la política gubernamental que logró firmar cerca de una veintena de acuerdos de alto el fuego con otros tantos grupos armados.
A partir de 1989 se sucederán los acuerdos de alto el fuego; tras los primeros pasos dados por las organizaciones afines al movimiento comunista, otras de carácter étnico seguirán sus pasos. El Gobierno central buscará desactivar la resistencia armada al tiempo que impulsa las divisiones internas y los enfrentamientos entre los grupos armados, haciendo uso de algunos de estos como fuerza de choque contra quienes se mantienen en guerra contra los militares birmanos. La vieja política de «divide y vencerás» aplicada por los colonialistas es ahora utilizada por el gobierno central para debilitar a los insurgentes.
Tres grupos
La diversidad de acuerdos, en todos los casos bilaterales, ha permitido que algunas organizaciones hayan conservado su armamento y controlen relativamente algunos territorios. A pesar de que la potencialidad armada de los insurgentes, sobre todo los que mantienen el alto el fuego, está muy debilitada, el hecho de conservar las armas y las cada vez mayores reticencias hacia la política de la junta militar pueden hacer que algunos grupos retomen nuevamente la vía de la lucha armada.
Dentro del amplio abanico de organizaciones y movimientos, podemos englobarlos en tres grupos. Por un lado, los que cooperan con la Liga Nacional por la Democracia (NLD) y algunos que obtuvieron escaños en las elecciones del 2000 -Liga por la Democracia de la Nacionalidades Shan (SNLD) y Liga por la Democracia de Arakan (ALD), por ejemplo-. Por otro, los grupos que mantienen acuerdos de alto el fuego, que a su vez se dividen entre quienes lograron acuerdos políticos como la Organización Independiente Kachin (KIO) y el Ejército del Estado Shan (SSA) y los grupos paramilitares escindidos de los grupos principales, como el Ejército Budista Democrático Karen (DKBA).
Además, están las organizaciones que mantienen la lucha armada. Algunos han mantenido conversaciones y negociaciones con el Gobierno central, pero han fracasado. Uno de los más antiguos es la Unión Nacional Karen (KNU) que, a pesar de los reveses (muerte de uno de sus fundadores, una escisión), sigue atacando al Ejército birmano. El Ejército del Estado Shan-Sur (SSA-S) es en estos momentos el más fuerte de todos ellos, y estaría atrayendo hacia una confluencia a otras organizaciones que en estos momentos mantienen el cese de las hostilidades. En verano del año pasado, la Organización de Liberación del Pueblo de las Minorías del Estado Shan (SSNPLO) rompió definitivamente el alto el fuego.
El Partido Progresista Nacional Karenni (KNPP) y el Frente Nacional Chin (CNF) prosiguen con sus ataques militares contra las fuerzas gubernamentales. Por último, cabría mencionar la actitud del Ejército del estado Wa Unido (UWSA), el más poderoso de los que mantienen el alto el fuego, pero que estaría pensando seriamente retomar la lucha armada también.
Otro factor a tener en cuenta en esta coyuntura son las influencias externas al conflicto. En el pasado, los británicos apoyaron la independencia de los Karen, China asistía al Partido Comunista Birmano, mientras que EEUU y Taiwán hacían lo propio con las tropas del Kuomintang que se refugiaron en Myanmar, o también, el apoyo musulmán a los rebeldes de Arakan, India sosteniendo a los Naga y Chin, mientras que Tailandia apoyaba a diferentes grupos en el litoral.
En la actualidad, China, EEUU, India y Tailandia siguen jugando sus bazas en el contexto étnico de Myanmar, buscando como en el pasado situaciones que permitan extraer mayores beneficios para sus intereses regionales y mundiales.
A ese grupo de estados habría que sumar la aparición en los últimos años de las llamadas ONG, que en ocasiones hacen el trabajo sucio de esos gobiernos, así como de legiones de misioneros de diferentes iglesias, dispuestos a aprovecharse de las dificultades locales para proseguir con su proselitismo religioso y dividir a las sociedades nacionales.
Consecuencias
En 2006 y 2007, este conflicto silenciado en Occidente ha continuado cobrándose más víctimas entre las poblaciones de las nacionalidades étnicas. Los efectos de las minas, los desplazados por los enfrentamientos, o aquellos obligados por el Ejército birmano (en ocasiones por motivos estratégicos y en otras para explotar los recursos naturales sin ingerencias), las penosas condiciones de vida de esa población civil la hacen, además más vulnerable a un sinfín de enfermedades, como el sida u otras relacionadas con los desastres naturales, el comercio de la droga sigue inundando las zonas de una dependencia física y económica hacia el narcotráfico, los pueblos locales son destrozados por las fuerzas del Gobierno central, y las torturas, desapariciones y trabajos forzados son la tónica general que deben sufrir esos pueblos.
La lucha de las nacionalidades étnicas surge hace muchas décadas, y no es una situación que emerge al hilo de los recientes acontecimientos en Myanmar. El movimiento nacional Karen surge en el siglo XIX, formándose la primera organización nacional antes incluso que el Partido del Congreso de India.
Llamamientos a la unidad
Los llamamientos de los últimos meses por parte de importantes dirigentes de los grupos alzados en armas, en aras a lograr una mayor unión entre los diferentes pueblos y poder afrontar unas negociaciones en una posición de fuerza ante los acontecimientos venideros son una prueba más de que las organizaciones de las nacionalidades étnicas apuestan por una solución negociada a este largo conflicto. La desconfianza hacia la Liga Nacional por la Democracia (NLD), a la que ven como una plataforma dominada por birmanos y, además, de la que desconfían por su actitud pasiva en las movilizaciones de finales del pasado año contra la junta militar, hacen que apuesten por esa unidad de acción estratégica a medio plazo.
La lucha por la democracia y los derechos humanos en Myanmar no puede separarse de la lucha que mantienen los pueblos o nacionalidades étnicas por la autodeterminación. Una paz duradera, la libertad y la justicia para Myanmar no se podrán materializar si no se resuelve el asunto de las nacionalidades étnicas y si sus derechos no son garantizados legalmente. El ejercer su derecho de autodeterminación es la clave para que el complejo puzzle étnico de Myanmar comience a ver la luz. Si así se realiza, más adelante esos pueblos decidirán libremente la forma de relación que desean mantener con el resto del país, bien sea una federación, una autonomía o la creación de un Estado propio.
La Constitución a consulta ayer prevé que el presidente, que no podrá estar casado con algún extranjero, mantenga buenas relaciones con los militares y reserva a estos últimos los ministerios de fuerza (Defensa, Interior y Asuntos Fronterizos).
Un cuarto de las dos cámaras estará reservado a oficiales, lo que hace virtualmente imposible cualquier modificación constitucional (mayoría cualificada del 75%). El jefe del Ejército podrá tomar el control del país en caso de urgencia.
Sólo seis de los más de 136 grupos étnicos podrán disponer de una autonomía para gestionar asuntos locales. Organizaciones armadas de estos seis grupos sellaron acuerdos de alto el fuego con el poder central en los últimos años.
La Junta Militar de Myanmar dio ayer el mayor paso hacia la institucionalización del régimen con la celebración del referéndum en las áreas del país que escaparon del ciclón Nargis y de la destrucción, cuya magnitud se oculta a la población.
Con un millón y medio de personas amenazadas por epidemias y sin apenas comida ni agua potable desde el pasado fin de semana, los colegios electorales de la mayor parte del país abrieron sus puertas para los birmanos pudieran seguir la consigna de los generales de «cumplir con el deber de aprobar la Constitución del Estado».
Largas hileras de funcionarios y civiles luciendo la vestimenta nacional, requerida para la ocasión por las autoridades, guardaron cola para participar en la votación, que tuvo lugar en las regiones del centro, norte y sureste de Myanmar, que no fueron golpeadas por el Nargis.
«Piensan que si hubieran modificado la fecha del referéndum, habría quedado en evidencia que no podían seguir llevando a cabo su labor», señala Sunai Phasuk, consultar de Human Rights Watch.
La Junta, para la que el desastre causado por el ciclón ha supuesto «un inconveniente», según ha manifestado, aplazó la votación en las áreas que circundan Rangún, la antigua capital, así como en el delta del río Irrawaddy, arrasado por el ciclón.
«Los birmanos vamos a votar, pero le aseguro que nuestro voto no tiene ningún valor, es un paso que dan los generales para eternizarse en el poder», dijo a la agencia Efe Thi, un ex oficial del Ejército y activista opositor, que no quiso revelar parte de su nombre.
El texto constitucional se vende en contados quioscos por 1.200 kyat -0,10 euros-, mientras que el referéndum, precedido de anuncios sobre la obligatoriedad del «sí» bajo amenaza de castigar hasta con tres años a aquellos que votasen lo contrario, según distintas denuncias, llega en un momento poco propicio para la Junta Militar, decidida a evitar que la catástrofe en el delta altere su plan de cimentar su poder.
«A los militares les preocupa más un nuevo brote de protestas por el descontento que provocan las dificultades económicas de la gente que las necesidades de las personas del delta, que nunca les han dado problemas», señaló U Mya, expulsado hace una década del profesorado de la Universidad de Rangún.
Desde el pasado mes de abril, al menos un centenar de personas han sido detenidas en Rangún por hacer campaña contra la Constitución, que, entre otros puntos, contiene un artículo que prohíbe a la líder opositora Aung San Suu Kyi presentarse como candidata a las elecciones que la Junta Militar planea celebrar en 2010 al haber estado casada con un extranjero.
«Yo votaré `sí', porque es lo que me han dicho que debo hacer», dijo un funcionario municipal llamado Hla Moe después de recoger la bolsita con diez huevos de gallina, obsequio de las autoridades con motivo del referéndum.
El principal partido de la oposición, la Liga Nacional por la Democracia (LND), que dirige Suu Kyi, denunció, por su parte, «un fraude masivo», según indicó la portavoz Nyan Win a la revista disidente «The Irrawaddy», con sede en Tailandia.
Win dijo que la mayoría de los centros de votación cerró a las 11.00, hora local, cuando el horario oficial de la jornada estaba fijada de 6.00 a 16.00 y señaló que en los distritos de Rangún, Mandalay, Pegu, Sagaing y Magwe habían visto a funcionarios entregar papeletas rellenadas a quienes hacían cola para votar.