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César Manzanos Bilbao Doctor en Sociología, profesor en la UPV

Motivos para la huelga social general

Es la hora de elegir. Y una vez más esa elección pasa por darnos cuenta de que las posibles respuestas no son individuales, sino colectivas, de que el camino es la solidaridad, no por que tarde o temprano nos tocará a todos, sino por que es la única manera de vivir con dignidad

Es de auténtica vergüenza colectiva vernos en los supermercados, en la gasolineras o en los establecimientos comerciales, aterrorizados por el miedo a quedarnos sin alimentos, sin medios de transporte, sin productos de primera necesidad, debido a una huelga de transportistas que nos afecta a todos, pero no en sus efectos, sino en sus motivaciones.

Vemos cómo durante las tres últimas décadas los beneficios de los bancos y cajas de ahorro crecen progresivamente gracias a nuestros ahorros e hipotecas. Vemos cómo las tasas de ganancia de las grandes empresas nacionales y multinacionales que operan en nuestro país y en el resto de los países del mundo crecen gracias a la creciente precariedad y explotación de las personas que trabajamos.

Vemos cómo las administraciones centrales y autonómicas registran superávit gracias al incremento de los impuestos directos y sobre todo de los indirectos con que gravan los productos básicos que consumimos. Vemos cómo esas administraciones invierten ese dinero, nuestro dinero, en macroinfraestruturas que van en contra de cualquier criterio de desarrollo sostenible y de autogobierno de los pueblos.

Mientras hay crecimiento económico para unos pocos privilegiados que son quienes dan una imagen falsa de simulación de bienestar generalizado, la mayoría de las personas que trabajamos y sobre todo quienes están privadas del derecho al trabajo, vemos cómo nuestro poder adquisitivo cada vez es menor. Esto es lo que nos ha traído el actual modelo de «construcción europea» y, en relación con ella, la «moneda única».

No aprendemos de la historia, más bien vivimos a espaldas de ella y, en virtud de un falso y hegemónico concepto de progreso, del terror a la muerte y a la destrucción, las provocamos. Así, paradójicamente las tres grandes revoluciones tecnológicas de la humanidad (neolítica, industrial y cibernética) nos han traído el progreso sin precedente del hambre en el mundo y de las guerras más despiadadas.

El desmesurado incremento del precio de los carburantes, de la electricidad o del gas no proviene de la escasez de los mismos, sino en todo caso de su injusta gestión, pues no nos olvidemos de que de ese incremento se benefician las grandes empresas multinacionales de la energía como Repsol, Cepsa, Gas Natural, Iberdrola o Endesa, por citar algunas. Esas empresas siguen revitalizando y haciendo crecer exponencialmente sus tasas de ganancia.

Estas huelgas que protagonizan transportistas autónomos, pescadores y agricultores, que son los más perjudicados y los únicos productivos a efectos de creación de bienes básicos y su distribución, o las actuales propuestas de los países más poderosos de la «Unión Europea» de hacer trabajar, sobre todo a los sectores más precarizados, hasta 65 horas semanales, no son sino los primeros síntomas de las futuras crisis que se nos avecinan.

Estas futuras crisis vienen provocadas por los caníbales que se empeñan en imponer un modelo socio-económico al servicio de la acumulación del capital y de la riqueza en una pocas manos, devorándonos y convirtiéndonos a la mayoría de la Humanidad, a los animales, a las plantas, a las materias primas, a las fuentes naturales de energía en meros objetos utilizables o desechables en la medida que servimos a tal fin.

Pero su modelo económico llegará, tarde o temprano, a tocar techo. Ellos lo saben. Las nefastas consecuencias acumuladas de su afán depredador son el germen de futuras revueltas sociales que inexorablemente sufriremos, especialmente los más desfavorecidos, pero que darán al traste con cualquier proyecto de sostenibilidad.

Es la hora de elegir. Y una vez más esa elección pasa por darnos cuenta de que las posibles respuestas no son individuales, sino colectivas, de que el camino es la solidaridad, no por que tarde o temprano nos tocará a todos, sino por que es la única manera de vivir con dignidad en lugar de sobrevivir como depredadores.

Los motivos de estas huelgas que los gobiernos se empeñan en definir como «ilegales» nos afectan a toda la sociedad y, en lugar de practicar el sálvese quien pueda en un escenario de miedo generalizado, habrán de convertirse en argumentos de necesidad para librar una huelga social general que nos obligará a replantearnos la forma de vida que se nos impone.

De lo contrario la nueva gestión de la escasez fundamentada en el desorden, en la mercantilización de toda relación social, en la fabricación de seres idiotizados, nos obligará a aceptar la degradación del planeta y dentro de él la de los seres humanos. No esperemos a que los gobiernos o los partidos políticos, o los empresarios o los sindicatos nos den soluciones. Ellos más bien son parte del problema. Empoderarnos y sumarnos a la huelga es el camino para acabar con la lacra de un mercantilismo autodevorador y con unos estados a su servicio.

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