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ANÁLISIS Sobre la crisis en el PP español

Notas sobre un congreso sin partido

Partiendo de una reflexión de Ortega y Gasset sobre el liderazgo, el periodista madrileño analiza los cimientos de la crisis abierta en el Partido Popular en vísperas del congreso que esta formación política llevará a cabo en la ciudad de València los días 20, 21 y 22 de este mes.

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Antonio ALVAREZ-SOLÍS Periodista

Hay que revolver minuciosamente en el sótano o en el desván para encontrar la pieza que explique a la familia. Lo que realmente somos yace siempre en el sótano o en el desván. Las exaltaciones, y aún los desconciertos, tienen, como los iceberg, dos tercios de su masa sumergidos.

A la vista de lo que le está sucediendo ¿qué pasa en el Partido Popular? Es innegable que el PP vive una crisis profunda, pero ¿de qué carácter es esa crisis? ¿En qué profundidad radica su ira y su desvencijamiento? ¿O en qué altura? ¿Sufren los «populares» un problema de liderazgo o bien un problema de masas?

Empecemos por la cuestión del liderazgo. Una vez más oigamos a Ortega y Gasset cuando examina el comportamiento del líder a fin de conocerle. ¿Al considerar al Sr. Rajoy, cabe preguntarse si estamos realmente ante un líder? Sobre el liderazgo hace el Sr. Ortega una luminosa reflexión filológica. Analiza el verbo sedere en su elemental significación latina de sentarse. Luego habla del principal derivado sustantivo del campanudo verbo: la sede, como sede del poder. Y concluye que el modo de ocupación de la sede del poder es básica para entender la situación, ya que caracteriza al oligarca. En este caso el oligarca yace sentado y ventea las presas. Esto hace suponer al Sr. Ortega que en numerosas ocasiones el poder es más oficio de posaderas que función intelectual. Pero volviendo a nuestro caso: ¿Está bien sentado el Sr. Rajoy en su sede? No parece.

Ya tenemos en la mano otra sugestión para analizar el sismo que desencuaderna al PP: ¿Le faltan posaderas al Sr. Rajoy para mandar debidamente? Franco jamás prescindió de ellas y consiguió morir en la cama. No fue siquiera un fascista en lo que el fascismo pueda tener de gran, aunque terrible, construcción. Franco fue sencillamente, como escribía Sender, un «yomandísimo» sangriento. Todo en él era trágico e inmóvil trasero. Aparece ahora otra cuestión en el análisis: las posaderas que se suponen imprescindibles para sostener al líder yacente ¿las precisa propiamente el líder o constituyen la base de la fe de los militantes? En este punto empieza a transparentarse el problema que agusana al PP. Un problema que se ocultó durante los últimos años en el desván o se agazapó en el sótano.

La crisis del PP radica en que los partidos reaccionarios -también el socialista- constituyen una masa simple que se agria y destruye si se la despoja del fermento del poder. Son partidos ácimos que no piensan, sino que simplemente son para la intendencia. Partidos cuya ideología radica en las posaderas. Su concepto del gobierno no alcanza más allá de la opresión sobre el otro, no persigue más que la destrucción del otro. Si no hay nadie a quien oprimir, esos partidos pierden la conciencia de sí mismos.

Un partido reaccionario, vacío de ideas -también los socialistas-, necesita el poder para sentirse a sí mismo. Y el PP se descompone porque no se autopercibe. Cuando eso ocurre busca con avidez la recuperación de su ser en la lucha interna o en la persecución de herejes. Crea lo que en medicina decimonónica se denominaban abscesos de fijación. En estos momentos el PP está vacío. No tiene palancas que manejar ni maquinista capaz de rescatarle.

No se trata de hacer literatura fácil, sino de desempolvar la realidad profunda. Actualmente los partidos que viven del gotero estatal necesitan el poder del Estado porque ya no generan masas ideologizadas que los sostengan y justifiquen. En términos romanos se diría que fabrican clientelas, pero ¿de qué? Están solos con ellos mismos. Si acaso, los «populares» se diferencian de los socialistas no porque se hayan quedado sin pueblo, ya que se han apropiado de la mitad cada uno para envasarlo al vacío, sino porque se han quedado sin Boletín Oficial del Estado, o mejor dicho, sin Gaceta de Madrid. No tienen el «papel», o sea, no tienen nada. Esto les convierte en autófagos.

Su inmoderado poder se disuelve en cien poderes inmoderados. Necesitan ser a la vez ellos mismos y su contrario a fin de vivir políticamente. Tal trágica situación les hace materialmente peligrosos. Tanto a los llamados dirigentes como a los dirigidos. Esta explicación que ensayo podría parecer abstracta, pero es la única capaz de explicar la fragmentación del PP, que ha entrado en una descomposición tribal en que pesan, como si albergaran sustancia ideológica, imágenes furtivas, frases hirientes, posturas teatrales. No hay más en el interior de la escena que ocupan. Y la situación de descomposición general de la sociedad, devorada por un colosal fracaso, aumenta la lucha interna, incrementa el festín de restos.

Y ahí, en esa situación de hambruna ideológica -ya que la ideología se ha convertido en puro uso y abuso de poder-, aparece la necesidad de un estimulante referente electoral con que alimentar el estómago, vacío ya de proyecto y de posibilidades materiales de construirlo. Por ejemplo, el referente vasco. O el catalán, pero el vasco es más apetecible, contiene más médula. La permanente cuestión vasca -tan cuidada por Madrid a fin de que perviva como aglutinante de un españolismo sin destino- adquiere una prioridad absoluta. El antivasquismo es la forma de mantener un españolismo trivial, que vuelve a ser patentemente una razia serrana contra las naciones con granero, una invitación a la eterna guerrilla española que llene la bolsa presupuestaria y acogolle lealtades que se fatigan en permanentes frustraciones. A los socialistas, digamos una vez más, les sucede lo mismo, pero ellos se sienten cohesionados en el envoltorio que les facilita el poder y el Boletín Oficial o Gaceta de Madrid. El socialismo español es asimismo serrano, pero viaja en la diligencia.

Hay que buscar, pues, no programas sociales, que no tienen posibilidad alguna de verse siquiera mal cumplidos, sino excitantes patrióticos que produzcan en la ciudadanía de España movimientos de acompañamiento a los líderes. Y como los líderes son, lo dije antes con Ortega, jerarcas sentados, puros santos vestidos en una vacía procesión con charanga, las ofertas de liderazgo se multiplican y el Partido Popular se vacía por dentro en taifas extenuantes. El Sr. Rajoy -cada partido estatal tiene ahora su gallego, alcalde parece el uno, sacristán semeja el otro- piensa que lo prudente para él es arrojar sobre el fuego que se dispersa el agua bendita de un congreso. Pero esta táctica no dará resultado alguno con andaluces voraces, con castellanos ensoberbecidos, con valencianos contables, con gallegos de doble trámite y con extremeños siempre prestos a levantar un ídolo vacío sobre la peana de secano. Al PP sólo le cabe esperar que un suceso sonoro, en que tropiece ahora el Partido Socialista, les devuelva el poder que perdieron en otro suceso sonoro que favoreció a sus contrarios, tan muertos ya que habían decidido hibernar temporalmente su formación poniéndola en manos de Zapatero, el dirigente que acierta a la diana tirando de espaldas y gracias al viento. Todo está vacío y resuena en la vacía caja donde se han despertado los polichinelas.

Mas ¿qué pasará al fin en esta situación de absoluto vacío ideológico, aunque se tratara más de intendencia que de ideología? ¿que muy probablemente proseguirá su degradación tras el congreso en perspectiva? Continuarán tiempos difíciles para Euskadi, cuya nación ha sido ofendida más allá de lo soportable. Ghandi creía que en momentos así hay que negar la justicia del otro, la sumisión al otro, vigilar celosamente la participación con el otro. Hay que proceder desde el propio ser. Si acaso, abrir una ventana para respirar y decir con el Josep Pla de la masía sabia y antigua «¡Madrilenys!».

(N. del T.: «¡Madrilenys!», vale «¡Madrileños!», proferido con resignación y alarma. Debe pronunciarse invirtiendo la «ny».)

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