Desnudamientos y desnudeces
Josu MONTERO
Periodista y escritor
Hace no demasiado tiempo, en todo espectáculo teatral que pretendía pasar por moderno la desnudez de los actores parecía condición necesaria. Pero lo que acabó siendo un hábito estomagante y gratuito, es no obstante en algunos casos un recurso dramático de una fuerza escalofriante. Más que mero recurso se erige a veces en condición previa. Si nos ponemos materialistas por unos momentos, la eterna pregunta ¿qué es el ser humano?, ¿qué somos?, sólo tiene una respuesta. Somos un cuerpo que habla. Cuerpo y lenguaje, cuerpo y palabras. No hay más. En un momento dado, a partir de finales del siglo XIX, los escritores fueron perdiendo la confianza en el lenguaje; éste no sirve tanto para comunicar, expresar, mostrar y compartir como para ocultar, engañar o manipular. En el mejor de los casos, el lenguaje se descubre impotente ante la realidad; intenta ordenar y expresar su complejidad, y fracasa; y lo que es peor, nos arrastra en ese fracaso. Esta crisis del lenguaje provocó, claro, una crisis de identidad, que ha sido una de las cuestiones centrales del teatro del siglo XX. Si no podemos confiar en las palabras, ¿qué nos queda? En efecto: el cuerpo. De ahí que el cuerpo, el cuerpo desnudo, se haya convertido sobre el escenario en una realidad incuestionable, en una constatación, en un punto de partida, en una pregunta.
La editorial Fundamentos acaba de publicar «Éticas del cuerpo», libro que analiza la obra de tres creadores escénicos comprometidos con esta pregunta: Fernando Renjifo, Juan Domínguez y Marta Galán; también se charla ampliamente con ellos y se nos ofrecen varias de sus piezas. Hace bien poco Renjifo y su compañía La República hicieron en la bilbaína La Fundición y en días sucesivos su trilogía «Homo Políticus» -Madrid, México y Río de Janeiro-, en la que el cuerpo adquiere una dimensión ética, poética y política; o, mejor dicho, recupera esa dimensión, despreciada y fulminada por el capitalismo. Recordemos también otro libro: «Políticas de la palabra», casi una primera entrega del ya citado, que se ocupa de la obra de Esteve Grasset, Sara Molina, Carlos Marquerie y Angélica Lidell.
Pero una cosa es el cuerpo desnudo y otra muy distinta el cuerpo que se desnuda y lo hace además con intención de seducir a través de ese juego de mostrar/ocultar. En «Striptís», la obra que subirá al escenario del Arriaga el martes y el miércoles de la semana que viene, seis creadores escénicos se han enfrentado al reto de plantarnos delante un desnudamiento físico, pero, claro, no sólo físico. Cada uno de ellos utiliza sus armas dramatúrgicas para intentar seducirnos y excitar nuestros sentidos y nuestro cerebro a través de la progresiva desnudez de un actor o actriz; pero también de otras desnudeces. Son los coreógrafos y bailarines Sol Picó y Rafael Amargo; Carles Padrissa, de La Fura dels Baus; el director Mario Gas; el director de cine Jaime Chavarri; y Andrés Lima, director de la compañía Animalario. El striptís no es el arte del desnudo, sino del desnudarse, del cómo hacerlo. No otra cosa es el teatro: exhibicionismo y pudor; el arte de seducir, y hasta de excitar, mostrando lo justo.