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Raimundo Fitero

Auto-entrevistado

Andreu Buenafuente no es un gran entrevistador, pero tiene otros valores que hace que sus encuentros con sus invitados transcurran por unos caminos entretenidos. La noche del jueves se vio superado por Pancracio Celdrán Gomariz, que es un catedrático que acaba de publicar un libro de esos que al peso ya notamos su coste y cuyo título es un atractivo para el común de los mortales lectores o simplemente oradores enfáticos: «El gran libro de los insultos» y que, sin cortarse un pelín, se hizo una auto-entrevista.

La auto-entrevista es un género antiguo que se disfraza de muchas maneras. Los políticos como están siempre en campaña, hacen una versión más tosca que es la de contestar lo que les da la gana, o sea, lo que les marca el que selecciona en su partido o facción del mismo las consignas diarias, sea cual sea la pregunta. Esta actitud tiene sus reglas y la principal es empezar por un preludio que sirve de trampolín para decir lo que te dé la gana: «Me alegro mucho que me haga esta pregunta».

En el caso que nos ocupa fue un ataque de verborrea absolutamente demencial. De no ser por la edad del amigo Pancracio y de conocerlo por sus intervenciones dominicales en la radio pública desde hace muchos años, siempre en asuntos que tienen que ver con el idioma, uno podría llegar a pensar que había tenido una incitación externa a base de algún alcaloide. Desde la perspectiva de unas horas posteriores al suceso, fue un auténtico alarde, ya que fue recitando de manera constante y coherente todo aquello que a cualquiera le hubiera gustado preguntarle. De tal modo que las chuletas que lleva Buenafuente siempre que realiza una entrevista se quedaron inéditas y que le llegó a señalar la capacidad de su entrevistado para contestar y llevar memorizadas las respuestas sin que nadie le hubiera hecho la pregunta, pero que, curiosamente eran las respuestas que todos esperábamos sobre algunos de los insultos más usados. Es más, el doctor Celdrán así lo señaló, sabía qué queríamos escuchar y de esos insultos más populares nos dio su etimología. Por lo tanto, todo quedó meridianamente claro: venía a hablar de su libro, y habló, sin pararse en prendas.

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