La Real seguirá un año más en Segunda y algunos no caben en sí de gozo. «Mala gente», dirán en Donostia, sin pararse a pensar qué gozoso les resultaría a muchos que el Athletic estuviera en la misma situación. Es difícil escapar a la dinámica en la que se han metido (¿les han metido?) ambas aficiones. Hasta el más numantino de los defensores del entendimiento entre las dos hinchadas se encuentra en algún momento con un elemento que le lleva a perder la fe en que se pueden sentir de forma intensa los colores propios sin odiar los del vecino. Ese elemento puede ser el que lanzó el exabrupto y hasta el escupitajo en una visita al campo contrario; el que cantó «a segunda, oé», cuando el otro equipo estaba pasándolas canutas; el forista que desfoga sus traumas insultando sin fuste ni compasión; el futbolista que ha hecho bandera del anti-otro; el periodista que quiere ganar lectores u oyentes a base de sembrar la inquina entre vizcainos y guipuzcoanos, con la complacencia e incluso el impulso de su empresa; el contertulio que sucumbe a los vapores del alcohol y deja salir el desprecio que llevaba bien guardado... No es que se odie a la Real o al Athletic como clubes, sino que, cuando uno u otro tropiezan, se ve tropezar a ese elemento o elementos que desvirgaron a cada uno de aquella inocencia de las aficiones hermanas, de aquellas tardes de gloria en las que en las gradas se animaba (Athletic-Real-Athletic...) cada uno al suyo, pero de forma compartida. (...) «Yo antes no era así, pero...». En esta vida, resulta muy cómodo tener siempre un pero eximente a mano.