Helen Groome Geógrafa
El valor de la comida
¿Cuánto vale realmente un litro de leche, un kilo de carne, un plátano o una barra de pan? Cuando alguien va a comprar un alimento ¿sabe cuáles son los gastos reales implícitos en la producción del mismo?
Durante recientes movilizaciones del campo a favor de políticas que hagan viable la agricultura local y sustentable, llamó una mujer a la radio para quejarse. «¿Cómo puede pedir la gente del campo que compremos productos locales si podemos comprar en los supermercados las mismas cosas más baratas traídas de fuera?».
Es el mantra que oímos tantas veces, en radios, en mesas redondas, en conversaciones en la calle. Hay que decir bien alto que es un mantra fruto de la ignorancia. No de una ignorancia de mala leche sino generada por un estado general de falta de conocimiento e información.
¿Cuánto vale realmente un litro de leche, un kilo de carne, un plátano o una barra de pan? Cuando alguien va a comprar un alimento ¿sabe cuáles son los gastos reales implícitos en la producción del mismo? ¿Se reflexiona acerca de los costes laborales como porcentaje del coste de cualquier alimento importado de América Latina por ejemplo? ¿Seguiríamos comiendo tranquilamente plátanos si supiéramos las condiciones laborales de las familias jornaleras? ¿Cuántas personas reflexionan acerca de los productos químicos empleados en la producción de algunos de los lotes de carne importada a Euskal Herria en nombre de «lo barato» y que aquí se hace todo un esfuerzo de prohibir en nombre de la salud? ¿Esto lo tuvo en cuenta la mujer que considera que es una afrenta pedir que se consuma local si se puede conseguir más «barato» importado?
Lo «barato» depende de cómo se calcula el coste real de un producto. ¿Alguien ha comparado la diferencia que supone en coste energético, por un lado, consumir fruta local, de temporada, comprada en el mercado local y envuelta en papel, y, por otro lado, comprar una lata de piña importada desde lejos y comprada en un supermercado?
Quizá un poco más de investigación particular revelaría a la mujer de la comida «barata» que, de hecho, comprar en las tiendas de alimentos supuestamente más baratas, los supermercados, es de hecho, un promedio del 5% más caro. Y no solamente aquí, sino que es una tendencia comprobada en diferentes lugares de la Unión Europea.
Lo caro y lo barato dependen mucho más que del precio al que se compra algo en el mercado. En alimentos, pero también en cuestión de otros muchos artículos. Hoy día se pretende conocer cuántos kilómetros recorre un producto antes de llegar a nuestra mesa, o los kilómetros que recorre cada ingrediente de un alimento. Deberíamos esforzarnos en conocer las condiciones laborales de la gente del campo productora del alimento o sus ingredientes. Deberíamos conocer el modo de producción del alimento: intensivo en productos químicos, hormonas o fertilizantes, o proveniente de un modelo de agroecología, que procura minimizar dichos insumos. Todo tiene un coste. No todos los costes se reflejan en el precio final. A todas las personas nos incumbe indagar para luego sentenciar si un alimento es o no es «barato».