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ANÁLISIS | La encrucijada de India

La encrucijada de india Las numerosas grietas del «tigre indio»

El acuerdo nuclear con EEUU, la posterior crisis de gobierno, el ataque contra la embajada india en Kabul, las tensiones en los estados del noreste, la ofensiva del movimiento maoísta o el resurgir de las demandas independentistas en Cachemira muestran la fragilidad de ese proyecto, el del «tigre indio», alabado en buena parte de los medios occidentales.

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Txente REKONDO Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)

Pese a que se nos presenta a la emergente India como ejemplo a seguir en este nuevo orden mundial, recientes acontecimientos muestran la otra cara de este milagro y ponen en entredicho la política exterior e interior de India, e incluso ponen en peligro su futuro

India es una de los estados con capacidad nuclear más poderosos del mundo. Con catorce reactores operando a nivel comercial, pronto se sumarán otros nueve en construcción. La propuesta del actual primer ministro, Manmohan Singh, de firmar un acuerdo nuclear con EEUU se ha mostrado como una calculada maniobra, a pesar de los costes que le pueda acarrear, tanto en política exterior como doméstica. El acuerdo prevé que India y EEUU colaboren en el desarrollo de la energía nuclear, «de uso civil», del gigante asiático. Esta decisión traerá consigo la colaboración «más estrecha» de Delhi con Washington, sobre todo en materia de lucha «contra el terror» y buscando una nueva balanza de poder frente a China en el continente asiático.

Esa decisión ha supuesto la salida del Gobierno del Partido Comunista de India (Marxista), lo que en un principio colocaría al Ejecutivo en minoría. No obstante, el primer ministro ya había anticipado el rechazo por parte de la izquierda institucional a sus pretensiones y no ha dudado en establecer un acuerdo con una formación regional, el partido Samajwadi, que hasta hace poco tiempo era un enemigo acérrimo del Congreso Nacional Indio, en el Gobierno.

Manmohan Singh ha sopesado las dificultades que puede afrontar a corto plazo, pero es consciente de que las próximas elecciones legislativas de mayo de 2009 se centrarán más en materias económicas que en el acuerdo que pretende firmar.

De momento se han dado los primeros pasos, y se calcula que el acuerdo entrará en vigor a comienzos del año próximo. Hasta entonces India deberá hacer frente a una más que previsible crisis política tanto dentro como fuera del Gobierno central, lo que será el campo idóneo para que otros actores intenten incidir. Sin olvidarnos tampoco de la reacción de la comunidad musulmana en India, que puede percibir ese acercamiento a EEUU como un ataque más.

El atentado contra la embajada india en Kabul es también consecuencia indirecta de la nueva dirección del Gobierno indio en materia exterior. El ataque iba dirigido contra la presencia india en Afganistán, y por tanto, puede sospecharse detrás de él a las fuerzas talibán (ya en el pasado India se alineó con la Alianza del Norte frente a ellas) o bien algún grupo que contaría con el beneplácito de los servicios secretos paquistaníes. No podemos olvidar que el pulso que mantienen Delhi e Islamabad en torno al vecino afgano es muy importante, y en Pakistán no ven con buenos ojos ese protagonismo que estaría cobrando India en Afganistán.

Por otro lado, con esa acción también se puede perseguir que el Gobierno indio se sume de lleno a la campaña militar que mantiene EEUU, en línea con el acuerdo nuclear, y al que se estarían sumando voces influyentes dentro de India. De esa forma, los enemigos de la actual política india en Afganistán podrían presentar la presencia y la labor india como un apéndice de la campaña de ocupación que dirige Washington desde hace años en la región.

Si se confirma ese acercamiento estratégico a EEUU, que incluiría a Israel, no debería extrañarnos que Pakistán reaccione moviendo sus múltiples hilos, y como en el pasado, utilice cualquier oportunidad para desestabilizar a India, que además vería crecer el descontento de su poderosa comunidad musulmana del país.

Pero esos no son los únicos problemas que debe afrontar el actual primer ministro. Desde que en el siglo XIX surgió la «idea de India» el debate sobre la formación del Estado indio no ha cesado. A pesar del discurso que buscaba las bases para la formación del moderno Estado indio, y que llegó a contar con el beneplácito de los colonizadores británicos en los días previos a la independencia, dentro de ese territorio existen regiones y pueblos que han mantenido su independencia durante la colonización y que hoy en día siguen rechazando su «asimilación» bajo India.

La dureza mostrada por las elites políticas post-coloniales, intentando reforzar la idea de una única India como «una nación homogénea con una cultura común», no ha hecho sino alargar hasta nuestros días el conflicto entre estos pueblos y el Gobierno central. Las naciones sin estado del noreste y Jammu & Kashmir son dos claros ejemplos. Mientras que en el primer caso, el ciclo de negociaciones en algunos casos ha concluido, en otros el conflicto sigue latente, y sin expectativas de compromiso a corto plazo.

Cachemira ha sido escenario estas semanas de «la más importante movilización desde finales de los ochenta». En esta ocasión la disputa, teñida de tensiones religiosas, ha servido tanto para que el movimiento independentista cachemir se lance a las calles contra el Gobierno central y sus títeres regionales, como para que el movimiento islamista vuelva a recuperar buena parte del terreno perdido en los últimos años. Todo ello, en pleno verano, puede derivar en ataques o atentados importantes, tanto en Jammu & Kashmir, como en el resto de India.

Finalmente nos encontramos con la ofensiva del movimiento maoísta, que cada día que pasa se muestra más fuerte y que lleva camino de hacer realidad la creación de «ese corredor rojo», que uniría el sur de India con los estado fronterizos de Nepal, y donde el poder del Estado central es puesto en jaque con demasiada asiduidad. Hace ya meses que la clase dirigente india reconoce que el «mayor riesgo» para su proyecto es el que representa el Partido Comunista de India (Maoísta).

Bajo el discurso apologético del crecimiento económico del tigre indio podemos encontrar numerosas grietas. El desarrollo, definido como algo «abstracto», no es, en muchas ocasiones, más que el logro de beneficios de unos pocos a costa de la mayoría de la población india, que apenas puede llegar al final del día. La crisis en la agricultura, las altas tasas de suicidios entre el campesinado, las privatizaciones y ayudas que el Gobierno central concede a corporaciones privadas, son parte de esa otra cara. Un ejemplo lo encontramos en las denominadas Zonas Económicas Especiales, donde las capas más humildes sufren aún más, obligando a desplazamientos forzados, compensaciones irrisorias o recolocaciones indeseadas.

India seguirá creciendo en los próximos años, pero el fruto y beneficio de todo ello no revertirá en la mayoría de sus gentes, lo que sin duda acrecentará la desigualdad y al mismo tiempo pondrá en entredicho la solidez del propio proyecto indio.

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