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Raimundo Fitero

Escuelas de vida

Cuando veo a Benedicto XVI pedir perdón con esa vocecita y ese cinismo me entran ganas de gritar. A veces lo hago: grito al electrodoméstico esencial con gesticulaciones enfáticas. En Australia sigue reconociendo el gran poder corruptor de la secta que comanda. Allá donde vaya sabe que sus integrantes han dejado huella, muchas veces indeleble, en la mente de demasiados seres humanos que llegaron a sus catequesis confiados, pensando que iban a una escuela de vida, de amor y de solidaridad y se encontraron con unos individuos rijosos que les tocaban, abusaban y hasta los violaban. No se crean que solamente pasaba en Estados Unidos o en Australia. Miren alrededor y recuerden los olores de esos capellanes, de esos curas, de esas escuelas, de esas sacristías y si tienen ganas, recuerden. Aunque probablemente todos deseemos olvidar. Están caros los siquiatras.

En La 2, esa cadena que vive con un cierto desbarajuste programático, los sábados al mediodía ofrecen un espacio que lleva por título «Escuela de padres», y tiene muy buenas intenciones. Es una suerte de «Super Nanny», pero en una versión más teatralizada, o al menos eso es lo que transmitía el último episodio emitido, donde los casos mostrados, de ser reales, parecían ficciones, y de ser ficciones estaban muy mal interpretados, aunque, lo que debe tenerse en cuenta es su capacidad para ejemplarizar, plantear conflictos, llegar a algunas resoluciones y poder canalizar algunas malas costumbres maternas y paternas.

No es una realización muy trabajada, tiene aire de docudrama, y hay una sección en donde diferentes niños opinan y es curioso que en la selección de estas voces la inmensa mayoría de los infantes se quejan de que son tratados por sus padres como «niños». Es una percepción generalizada y todos quieren ser mayores, pero con un objetivo fundamental: poder ver la tele que les da la gana, a las horas que quieran y entrar en las páginas web que deseen. Esto es un dato que posiblemente cree escuela o sea fruto de la misma. Porque la otra escuela predominante, es la de los tutores que superprotegen y controlan demasiado y de manera agobiante a sus vástagos. ¿Dónde está el peligro? Benedicto lo sabe.

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