Código de honor y defensa personal
«Cinturón rojo»
David Mamet sorprende con una película de artes marciales, un género llamativo que se encarga de llevar con estilo e inteligencia a su terreno dramático, para salir airoso del reto una vez más.
M. INSAUSTI | DONOSTIA
Nadie se debería extrañar porque a David Mamet le haya dado por hacer una película de artes marciales, puesto que es el autor más abierto que pueda existir y no le hace ascos a los géneros cinematográficos, al contrario de otros dramaturgos menos destacados que él, pero más engreídos. Mamet sabe muy bien que cualquier medio es válido para contar una historia de personajes, más aún cuando el protagonista es un luchador. Del mismo modo que el boxeo fue un filón para el cine negro y sus intenciones críticas, otras formas de defensa personal más en boga sirven ahora para poner en solfa a una sociedad opresiva. El actor afroamericano Chiwetel Ejiofor es un instructor de jiujitsu que intenta regirse por estrictos códigos de honor, tal como lo hacía Forest Whitaker en «Ghost Dog», de Jim Jarmusch. Sin embargo, no le resultará fácil mantenerse fiel a sus principios bajo la fuerte presión externa.
Al luchador de «Cinturón rojo» no le van bien las cosas, debido a que en un mundo tan violento cuesta mucho saber emplear la fuerza de una manera juiciosa. Su vida se complica todavía más cuando interviene en una pelea para defender a un hombre que es salvajemente atacado sin poder defenderse, el cual resulta ser una conocida estrella de cine a la que presta su imagen de famoso el conocido cómico televisivo Tim Allen. El repentino contacto del protagonista con los tejemanejes de la industria de Hollywood permite a Mamet establecer un paralelismo entre la realidad y la ficción, para incidir en que el poder violento y la corrupción se ejercen a ambos lados de la pantalla. A estos dos nuevos rostros escogidos para la ocasión, se suman los habituales integrantes de los repartos del autor, en especial el siempre fijo Joe Mantegna, junto con su mujer Rebecca Pidgeon. Todos ellos aportan el toque de familiaridad que hace reconocible la película dentro del repertorio David Mamet, al margen de un título tan chocante.
David Mamet domina todas las formas de escritura: la teatral, la literaria y la cinematográfica. Nunca ha querido llevar al cine sus propias obras teatrales, haciendo una excepción con «Oleanna», en vista de la falta de garantías para su correcta adaptación. Así, por ejemplo, «Glengarry Glen Ross», la pieza que le valía el premio Pulitzer, fue trasladada a la pantalla por James Foley. Mamet prefiere partir de guiones originales para sus películas desde que se pasó al cine en 1987 con «Casa de juegos». En cambio, disfruta dirigiendo montajes basados en otros dramaturgos, tanto en los escenarios como en la televisión, siendo su favorito Chejov.