Como decía la niña rubita de «Poltersgeit», ya están aquí. Ella se quedaba semi-embobada mirando la tele. Más o menos lo que haremos nosotros hasta el día 24. Un ojo en la caja tonta y otro en el ordenador, revisando centenares de teletipos y navegando por la red para lograr el resultado de un deporte cualquiera que, en muchos casos, no nos atrae lo más mínimo. Es el mundo al revés, el «orden natural» se trastoca. ¿Cómo es posible que nos interesen más las hazañas de Phelps en la piscina que los goles de Messi? ¿Por qué estamos despiertos a horas intempestivas para presenciar la final de doma de caballos (por poner un ejemplo), cuando al margen de los Juegos no haríamos lo mismo ni a las cinco de la tarde, cobrando y con un familiar directo aspirando a la victoria? No tengo explicación. A quien le guste, que lo disfrute. Y a quien no, un poco de paciencia. Sólo son dos semanas cada cuatro años.