El éxito popular de «Mamma Mia!» ha provocado un curioso fenómeno entre los intelectuales, entregados en estos días a escribir artículos en la prensa diaria donde confiesan, cual si de un pecado se tratara, que la película les ha encantado. Tanta tontería es debida a que lo que hace treinta años se consideraba hortera hoy es admitido e incluso reivindicado por la modernez. Las canciones de Abba siempre han sido y serán igual de intrascendentes, y, a lo sumo, se prestan al debate sobre si definen el estereotipo de composición eurovisiva, que es tanto como referirse al pop europeo por extensión. El relevante cineasta sueco Lasse Hallström ya homenajeó a sus compatriotas en su justo momento con «Abba, el gran espectáculo». Pero, luego, fueron los australianos los que les apadrinaron en películas tan coloristas y divertidas como «La boda de Muriel» y «Las aventuras de Priscilla, Reina del Desierto». De ahí pasaron directamente a convertirse en un icono para la comunidad gay, hasta que la versión cinematográfica del musical «Mamma Mia!» les ha devuelto, con o sin pose intelectual, el respeto generalizado. Mucha de la culpa de semejante grado de aceptación la tiene Meryl Streep, que se ha metido una vez más al público en el bolsillo, consiguiendo el milagro de reunir en torno suyo a los cuatro disgregados miembros del grupo sueco.

Meryl Srtreep es la valedora de la credibilidad de la película, toda vez que el resto de celebridades del reparto, como el irlandés Pierce Brosnan, se incorporaron al mismo gracias a su influyente presencia estelar. La actriz aceptó liderar el proyecto de forma sincera y convencida, porque es una gran fan de la versión escénica de Broadway, ya que le devolvió la alegría tras el trauma del 11-S, como a otros tantos neoyorquinos.

Sin embargo, la idea de agrupar las canciones de Abba en un único espectáculo es muy anterior, y se remonta a la separación del grupo a principios de los 80. Tendrían que pasar quince años para que fructificase en el libreto de Catherine Johnson, manteniéndose desde entonces en cartel alrededor de todo el mundo en su traducción a los diferentes idiomas. Pero ver cantar y bailar a Meryl Streep es un aliciente añadido, dado lo bien que se ajusta a ella la dimensión generacional del personaje, con su pasado bohemio a cuestas.