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J. Ibarzabal Licenciado en Derecho y en Ciencias Económicas

La Europa del futuro

La nueva Europa tendría dos cometidos fundamentales: neutralizar con su política antihegemónica las manifestaciones imperialistas de los otros dos bloques y reconvertir la inoperante ONU en una auténtica Organización de Naciones Unidas

Europa está en decadencia. La Unión Europea de los «27» tiene un importante déficit político y social. La otra Europa, Rusia, con grandes reservas energéticas pero escasas reservas espirituales, copia miméticamente el modelo de capitalismo de consumo. Ambas Europas perviven sin imaginación, sin despertar ilusión en los ciudadanos y ciudadanas. Viviendo de las rentas.

Por un lado, la Europa occidental vive de su aportación democrática, defendida y desarrollada por la Ilustración del siglo XVIII y el liberalismo del siglo XIX. Por otro lado, Rusia vive de la revolución social soviética de 1917, inspirada en los escritos de Marx y Lenin. Dos revoluciones, la política y la social, complementarias e inacabadas.

Si Europa quiere renacer de sus cenizas se requieren cambios importantes en su geopolítica. Lo primero es que ambas Europas converjan hacia una Confederación de los Pueblos Soberanos de Europa (CPSE). Los estados plurinacionales mastodónticos están caducos.

Así, la regularización del ejercicio del derecho de autodeterminación será la medicina que rejuvenezca e ilusione a la vieja Europa. Desde Groenlandia hasta Vladivostok, abriendo no la caja de Pandora, sino la caja de la esperanza. Creando una Europa fuerte, no hegemónica, atenta a la sensibilidad manifestada por los países no alineados.

Lo segundo que debería hacer es sacudirse de la subordinación a la política de los EEUU y de su caballo de Troya, Inglaterra. Los crímenes contra la humanidad provocados por la locura hegemónica de los EEUU han ensuciado las notables aportaciones científicas y culturales de Occidente a la civilización universal. Así que Europa, para los europeos.

Esta geoestrategia conduciría a un nuevo mundo tripolar: Europa por un lado, China por otro y, por último, EEUU. Un escenario en el que Europa no debería repetir los viejos errores y notables injusticias que cometió con su política imperialista y colonialista de los siglos XIX y XX. Sería una ocasión de oro para resarcir a África de la explotación europea, que ha provocado grandes destrozos políticos y socioeconómicos en el continente negro. Sin ir más lejos, la reciente acusación de Ruanda contra Francia es estremecedora.

La nueva Europa tendría dos cometidos fundamentales: el primero, neutralizar con su política antihegemónica las manifestaciones imperialistas de los otros dos bloques; y el segundo, reconvertir la inoperante ONU actual en una auténtica Organización de Naciones Unidas basada en la igualdad soberana de los estados, en la renuncia a la fuerza y en la asistencia mutua.

Una ONU hegemónica, ésta sí con competencias suficientes para imponer la paz, la justicia social, y para regular la Confederación de los Pueblos Soberanos del Mundo, superando y derrumbando progresivamente las fronteras absurdas de los estados actuales.

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