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Fede de los Ríos

Vacaciones de verano para ti...

Verano, estación donde los humanos del Occidente cristiano, tanto católico como protestante, vacacionamos. Unos en la montaña y los más al borde del mar. En estos días, donde la cadencia de nuestra existencia fuera de la tortura del trabajo debiera ser más lenta y pausada, o lo que es lo mismo, más autónoma y pensada, por el contrario se torna más ávida de inmediatez. La prisa, mala consejera, todo lo envuelve.

La autopista enlaza, de manera rápida pero monótona, el punto de partida con el de destino. Un éxodo de las ciudades, programado para los días 1 y 15 de los meses estivales, se desarrolla hacia lo que denominan «la naturaleza». Las etapas marcadas por las estaciones de servicio en donde el personal realiza el avituallamiento consistente en bocadillos de nombres exóticos y realidades virtuales. Masas informes de harina sin cocer envuelven una especie de loncha bicolor, a la que llaman jamón, invitando a abrazar la doctrina de Mahoma. Todo ello regado con cerveza sin alcohol por aquello de la benemérita y el carné por puntos. La ingesta de un brebaje con aspecto de café provoca de inmediato la evacuación de lo digerido

Después de tomar conciencia, al repostar combustible, de tu miserable realidad salarial y de responder por enésima vez al niño la pregunta de «¿falta mucho?» con «un poquito menos que las otras cuatrocientas veces anteriores, cariño» dudando por un instante que el hijo sea tuyo y si no estaría mejor en el maletero. Tras un agradable intercambio de opiniones con tu pareja sobre cual es la dirección correcta ante cada una de las seiscientas ochenta y tres rotondas que realizan la función de la muralla china frente a las invasiones mongolas, llegas a «la naturaleza». La visión de individuos adultos vestidos con pantalón corto, gafas de sol, chanclas y camisa policromada es la señal. Al fondo, la playa habitada por veinte mil congéneres te esperan como bienvenida. Aquí comienza el periplo de tu merecido descanso. Acercándote al chiringuito del camping, pides una cañita bien fría, te acomodas (es un decir) en la silla de plástico. Observas que han puesto internet y los ordenadores conectados están ocupados por adolescentes; los más jóvenes juegan con la play portátil mientras sus progenitores hablan por teléfono móvil.

Te preguntas si la vida tiene algún sentido; pero afortunadamente interviene la risa.

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