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Gloria Rekarte Ex presa política

Anuncios en la tele

Me gustan los anuncios de operadores de telefonía móvil. Me pone la carne de gallina ver a cientos de personas avanzando resueltos y dinámicos por las arenas de la playa, o traviesos y decididos por las calles de yo que se dónde, felices de compartir las tarifas de un operador

Antes me incomodaban los anuncios. Me ponía de los nervios que en lo mejor de la peli me dejaran con las ganas. Pero ahora, con la mente mucho más abierta y receptiva, consciente de los cambios que se han operado en el sector de la publicidad, contemplo los anuncios de la tele desde una perspectiva diferente. Y si antes me molestaban hasta la rabieta las interrupciones de 20 minutos de publicidad por cada 30 de peli, ahora me sublevo con las 20 minutos de peli cada 40 de publicidad, que terminan por distraer la atención de lo que nos hace ser guapos, limpios, solidarios y sin arrugas.

Me gustan mucho los anuncios de operadores de telefonía móvil. Me pone la carne de gallina ver a cientos de personas avanzando resueltos y dinámicos por las arenas de la playa, o traviesos y decididos por las calles de yo que se dónde, mirándose cómplices unos a otros, esparciendo colorines y sonrisas, felices de estar juntos compartiendo las tarifas de un operador. Me producen la fascinación de lo lejano e inalcanzable, algo así como las playas de las Scheyselles. Debe ser porque mi relación con la telefonía móvil se resuelve a nivel de factura y no me deja ninguna gana de ser feliz ni de correr sonriente al lado de nadie como no sea que este dispuesto a pagármela.

También me gustan esas mujeres que se enfrentan a una cocina que destila grasa tan contentas, como si les gustara tenerla para poder eliminarla, y le dan al estropajo bailando el mambo. O esas otras que ante problemas de difícil solución, como las manchas de las picotas, cuentan con los consejos de una presencia benefactora, casi angelical, que les dice a qué producto recurrir, y sacan de la lavadora blancas, radiantes, secas y planchadas las camisetas que sus hijos, cochinos donde los haya a juzgar por los manchurrones, habían depositado en el cubo de la ropa sucia-sucísima antes de correr a crecer comiendo bollicaos.

Pero se nota la cosa de la igualdad porque también salen hombres con la bayeta en la mano o cambiando pañales. No muchos. Debe ser una cuestión de porcentaje, como en las listas electorales. Aquí les corresponde, calculo, el 0,3%. O sea, todos iguales pero unas más que otros. La lavadora, los pañales y los churretes de las paredes son cosa nuestra. Nuestro también identificarnos con el pez globo por una cuestión de aires y penosa digestión, relatar valientemente el silencio en el que sufrimos de hemorroides, la desventura de una inoportuna calentura, o el momento en el que estupendas y con el cabello al viento vemos mermada nuestra dicha por una depilación deficiente. Ellos mientras, se dejan caer al vacío con una exuberante cascada de fondo o conducen serios e imperturbables coches espléndidos , sin celulitis que extraer ni hemorroides que aliviar, ni aires, ni gases, ni estreñimiento, ni calenturas en el morro.

Es que los anuncios educan mucho, la verdad.

Está también ese tan impactante de «con el maltratador, tolerancia cero». Lástima que todos los que le preceden primero y le siguen después se encarguen de poner a cada cual en el lugar en el que permanecemos desde hace siglos.

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