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Rusia ejerce de potencia mundial mientras EEUU no reconoce su imagen en el espejo

Paradójicamente, la imagen de las muñecas rusas que se sobreponen las unas a las otras es una de las que mejor reflejan la situación que se ha abierto tras la guerra desatada por Georgia en Osetia, a la que Moscú no dudó en responder con todo su arsenal político y militar. La muñeca más pequeña, que a pesar de ser negada sistemáticamente por las macroestructuras políticas se halla en el corazón de la mayoría de los conflictos abiertos en la actualidad, representa la lucha de las naciones por el derecho a decidir su futuro -independientemente de que ese futuro sea del particular agrado de unos y otros-. La segunda muñeca, al menos desde nuestra posición geográfica y política, se refiere a la posición regional de Europa en el mundo. La tercera, la última y la mayor de todas, tiene relación con el mundo como sistema y la relación de poder entre las potencias que disputan la hegemonía mundial en esta fase histórica. Montar y desmontar esas muñecas puede ayudarnos a comprender mejor el escenario que deja la victoria rusa.

Osetia o la dimensión nacional

Osetia del Sur es, como su nombre indica, parte de una nación dividida en dos estados. Es científicamente imposible defender que si dos territorios contiguos pero separados por una frontera tienen un mismo nombre, un mismo idioma y elementos sociales y culturales comunes, en algún momento de la historia esos territorios y sus habitantes no hayan conformado una entidad política común. Ahora bien, no por ser científicamente imposible deja de ser humanamente posible, como bien saben los navarros de uno y otro lado del Pirineo.

Pero, de nuevo, Osetia y Abjasia se han convertido en una excepción. En sentido inverso al de Kosovo, pero una excepción, cuando el derecho de autodeterminación debería ser la norma, no la excepción.

Europa como región o periferia

Si se coloca un compás sobre el mapa de Europa, tomando como centro Bruselas, se lanza la otra punta hasta Tbilissi y se proyecta un círculo, veremos que la guerra desatada en el Cáucaso es, ante todo, una guerra en Europa. En ese círculo entran por poco las islas Canarias o las Azores, pero también el Magreb, Turquía y Moscú. Ésa es, en términos históricos, el área política europea. Pero, en la actualidad, la UE es una entidad subalterna de EEUU y la OTAN. La guerra de esta semana ha evidenciado hasta que punto esa concepción es anti-natura y amenaza los intereses europeos.

Pero no sólo es que la UE sea considerada periferia de EEUU sino que, si atendemos al círculo marcado anteriormente y con las excepción de los países nórdicos, toda su periferia obedece órdenes de Washington con una diligencia con la que las pobres consignas de los mandatarios europeos no pueden competir. Sin ir más lejos, las negociaciones de EEUU con Polonia, miembro de la UE, sobre el escudo antimisiles se han dado en términos que para sí hubieran querido quienes negociaron con ese mismo país el Tratado de Lisboa. Sin olvidar que, como ha señalado Medvedev, ese proyecto afecta a toda Europa y no sólo a los países limítrofes con Rusia.

¿Retorno a un mundo bipolar?

Desde la perspectiva atlántica, Georgia era a Eurasia lo que Israel es a Oriente Medio, Colombia a Latinoamérica o Japón y Corea a Asia. Y eso es lo que Moscú ha abortado en esta guerra en el Cáucaso.

Habrá quien afirme que detrás de este conflicto no hay sino espurios intereses económicos. Pero en esta lucha geopolítica el elemento central es el poder en su sentido más político, siendo la economía una más de las armas empleadas por los diferentes contendientes.

Por otro lado, quienes se consuelan pensando que el resurgir ruso tiene que ver con una especie de revival soviético, harían mejor en considerar que, precisamente, el declive del proyecto socialista tiene mucho que ver con las características centrales del enfrentamiento actual y con los parámetros políticos en los que se ha situado Rusia históricamente en los dos últimos siglos.

Ni Europa ni el resto del mundo parecen comprender en su justa medida el juego político de Rusia. Un juego duro, fuerte y autónomo del sistema que pueda regir en cada momento el espacio político ruso. Básicamente, da igual que Rusia esté comandada por un zar, por un politburó o por un presidente plenipotenciario. Con la excepción del lapsus que va desde la revolución de 1917 a los años treinta de ese siglo, la gasolina que ha movido la maquinaria política, económica y militar rusa ha sido la idea de una Madre Rusia destinada a gobernar el mundo. Una imagen de sí misma instalada en parámetros imperialistas, en clave de alternancia a la hegemonía mundial mucho más que en términos de alternativa. Y eso es lo que tanto los dirigentes como la mayoría de la población rusa creen haber perdido en la última década del siglo pasado: su condición de potencia, su candidatura a gobernar el mundo, y no la posibilidad de crear un sistema mundial más justo y democrático para los pueblos y los habitantes de la Tierra.

Por eso, cuando la gente que ansía otro mundo se pregunta con quién está en esta guerra, quizás debería concluir que, a pesar de ser una guerra europea en el sentido expuesto, ésta definitivamente no es su guerra.

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