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Homenaje a José Bergamín en el 25 aniversario de su muerte

¿Cómo recuperar la memoria de alguien que nunca ha sido olvidado?

¿Cómo rescatar la memoria de alguien que, a pesar del silenciamiento a que ha sido sometido, en realidad, nunca ha sido olvidado? Esta paradoja desde luego no está formulada de forma tan brillante como lo hubiese hecho José Bergamín, pero sí puede reflejar la sensación de quienes ayer en Hondarribia y anteayer en Donostia asistieron a los actos de homenaje al escritor organizados con ocasión del vigesimoquinto aniversario de su fallecimiento.

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Martin ANSO | HONDARRIBIA

El calor, tanto en el sentido metafórico como en el literal, caracterizó el homenaje popular que, organizado por el colectivo Amigos de Bergamín en Euskadi, se celebró ayer en el cementerio de Hondarribia. Pero otro tanto cabe decir de la jornada que tuvo lugar la víspera en Donostia dentro de los Cursos de Verano de la UPV, a pesar de que su carácter era más académico.

Ayer, ante las tumbas contiguas de José Bergamín y el comandante Kandiko Saseta, cubiertas con la bandera republi- cana y la ikurriña, respectivamente, pero colocadas de modo que prácticamente constituían una lápida común para ambos, se dieron cita muchos amigos del escritor, entre ellos, algunos muy conocidos, como Alfonso Sastre, José Luis Elkoro, Txema Montero, Fito Rodriguez o Fernando Larruquert.

En un acto que abrieron los sones del «Himno de Riego» y el «Eusko gudariak» y que cerraron los de «Hileta», de Francisco Escudero, tomaron la palabra Miguel Castells, José Esteban, Florence Délay, José Félix Azur- mendi y Xabier Sánchez Erauskin, así como Aitor Kerejeta, alcalde de Hondarribia, quien fue el primero en intervenir para dar la bienvenida a los presentes, y Miren Legorburu, en representación de Sasetaren aldeko Taldea.

El abogado Castells, el «contacto» de Bergamín en Euskal Herria, recordó que él trató de convencerle de que se quedara en Madrid, pero no lo consiguió. «Al final, vino, y vino porque quiso integrarse en el pueblo vasco» y, por su puesto, en su lucha. «Luchó hasta su último aliento por nuestra causa, como independentista», agregó. Bergamín solía decir: «No hablo en vasco, pero sé que hablo vasco sin saberlo», lo que Castells interpretó como muestra de que «él quería ser vasco; aquí se sintió en casa y aquí, por fin, encontró a su pueblo».

«No vas a estar en mejor sitio»

El abogado trajo a la memoria un artículo del escritor en el que explicaba que venía a Euskal Herria «a ver bailar a los vascos al resplandor de la hoguera». Castells apostillo: «En realidad, nosotros le vimos bailar como un vasco más».

El escritoro José Esteban, muy emocionado, se dirigió directamente a su amigo Pepe. «Querías que te recordaran y aquí lo han hecho mejor que lo hemos hecho en Madrid. Nunca vas a estar en mejor sitio que con tus amigos que tanto te han querido», dijo.

Antes de intervenir, la académica francesa Florecen Délay recolocó sobre la tumba del escritor unas flores que dificultaban la lectura de los últimos versos de la lápida, los conocidos «amigo que no me lee/ amigo que no es amigo». Con ellos como punto de arranque de su alocación, hizo notar que Bergamín pertenece a todos sus lectores. Recordó que decidió pasar los últimos momentos de su vida «en un país en el que respiraba algo de República», pero advirtió que tampoco hay que sentirse «propietario» de Bergamín. «Afortunadamente -concluyó-, su espíritu alimenta muchas causas y muchos deseos».

José Félix Azurmendi recordó que fue el propio escritor el que, en un paseo por Hondarribia, sugirió que el cementerio de la localidad sería un buen lugar para dar reposo a su esqueleto. En Hondarribia había veraneado en su juventud y formalizado su noviazgo con la que luego sería su esposa, Rosario Arniches. Desde allí también se ve Hendaia, a donde iba a visitar a su maestro, Unamuno, que entonces se hallaba desterrado.

Sánchez Erauskin leyó un poema de Bergamín rescatado de la biblioteca de Alfonso Sastre.

Por su parte, Miren Legorburu, de Sasetaren aldeko Taldea, destacó que Bergamín y Saseta no están juntos por casualidad. «Pensamos -dijo al respecto- que Saseta -cuyos restos han sido este mismo año repatriados desde Asturias, donde cayó defendiendo la República- debía descansar junto a aquel rebelde que vivió para la libertad». Legorburu también quiso recordar a los que hace 25 años estuvieron en el entierro de Bergamín y que ayer no pudieron acudir al homenaje. Citó expresamente a Balentxi, Santi, Jokin, Jon y Eva. «El mejor homenaje que se le puede hacer a un rebelde es mantener vivo el espíritu de rebeldía», concluyó.

El alcalde, Aitor Kerejeta, destacó el honor que para Hondarribia supone acoger los restos de Bergamín y de Saseta. Adelantó que, próximamente, sendas calles de la localidad llevarán sus nombres. Las calles, como las tumbas de los homenajeados, serán contiguas. Además, en octubre, tendrán lugar en el municipio diversos actos de divul- gación sobre la figura y la obra de Bergamín.

De momento, los interesados en un primer acercamiento pueden acudir a la exposición «Bergamín, pensador y escritor maldito», que hasta el 5 de septiembre permanecerá en el palacio de Miramar.

Pensador y escritor republicano y amigo

Ante un numeroso público, en el que no faltaban los rostos conocidos, como el escultor Andrés Nagel, el arquitecto Iñaki Galarraga o la escritora Maite González Esnal, el viernes tuvo lugar la jornada abierta que Amigos de Bergamín en Euskadi organizó en Donostia, dentro de los Cursos de Verano de la UPV. A pesar del carácter académico del acto, fue sobre todo el cariño por el homenajeado el que guió las intervenciones de los ponentes, Xabier Sánchez Erauskin, Florence Délay, Alfonso Sastre, José Esteban y José Félix Azurmendi. También Urko se sumó, interpretando a capella una canción extraída del álbum que en su día dedicó a Bergamín, así como la escritora Roseline Chenu, quien conoció al escritor en París, en los años 50, y quien aportó un breve y emotivo testimonio.

Sánchez Erauskin indicó que el objetivo del homenaje era «rescatar la memoria de Bergamín, la del pensador profundo, el escritor extraordinario y diferente, el republicano coherente, el amigo de los vascos, la personalidad comprometida en con los grandes momentos de su tiempo».

Délay, por su parte, trajo a colación una cita de Victor Hugo, «el hombre es una frontera», cita que personificó en Bergamín, quien, a lo largo de su vida, no dejó de atravesar todo tipo que fronteras. La más determinante fue la de la guerra que acabó con la República. «El destino de su obra todavía se ve afectado por esa guerra», dijo la escritora, en referencia a la falta de reconocimiento que ha padecido.

Esteban afirmó que Bergamín ha sido y es un escritor marginado, pero no está olvidado. «Sin duda -dijo-, es una de las personalidades más sugestivas y atrayentes de la Generación del 27 y de todo el siglo XX. Yo escribí esto en el 81 y la crítica oficial se me echó encima, pero, hoy, casi todo el mundo está de acuerdo. ¿Está olvidado? ¿Más olvidado que Vicente Aleixandre, que además fue Nobel? ¿Quién se acuerda de Aleixandre? Yo creo que Bergamín no está tan olvidado. Otra cosa es que no haya sido nunca un escritor de mayorías, porque sus textos son difíciles».

José Félix Azurmendi comenzó advirtiendo de que, «como esto de la memoria es muy peligroso y todos tenemos tendencia a contar lo que nos pasó de acuerdo a lo que pensamos hoy», su intervención iba a consistir fundamentalmente en aportar una serie de «datos objetivos, para que queden de una vez claros ante la opinión pública, porque a veces se leen por ahí cosas sorprendentes». En primer lugar, Azurmendi leyó la carta en la que Bergamín le comunicaba a él -entonces director de «Egin»- que venía a Euskal Herria. Una carta que no deja lugar a dudas sobre las intenciones del escritor. En segundo lugar, el ponente dio cuenta del borrador del artículo en el que trabajaba antes de su muerte. En él proponía «a Euskal Herria toda» crear el premio literario José Bergamín-Txabi Etxebarrieta. La razón era que había leído el poema «Canción a un gudari», del militantte vasco, y había vislumbrado en él un gran poeta. «Esto sitúa claramente -dijo Azurmendi- en qué andaba este homre, siempre por su cuenta, a su manera y sin ninguna presión de nadie». En tercer lugar, Azurmendi desmitió que, en contra de lo que se ha dicho en alguna ocasión, Bergamín hubiera venido a Euskal Herria porque la prensa independentista -«Egin» y «Punto y Hora»- le permitía vivir de la pluma. «Bergamín nunca cobró un céntimo; a Bergamín nunca le pagamos nada», sentenció.

El humor de Bergamín, sus chispeantes anécdotas, salpicaron e hicieron muy amable un acto que, sin embargo, tuvo un contrapunto absolutamente dramático en la intervención de Alfonso Sastre, quien, en tono «crudo» y autocrítico, dio cuenta de algo que, advirtió, hasta ahora sólo había contado una vez. Algo relacionado con el documento que un grupo de intelectuales suscribieron en 1963 para denunciar las torturas a las que estaban siendo sometidos los mineros asturianos en huelga, «un episodio políticamente positivo de la menguada lucha de los intelectuales, hoy un tanto mitificada, contra la dictadura de Franco», pero que tuvo a Bergamín como principal víctima. De hecho, el escritor, que había encabezado el documento, tuvo que pedir asilo en la embajada de Uruguay y después, en completa soledad, emprendió su segundo exilio. «Pocas veces se me ha presentado en la vida tan claramente un conflicto entre la política y la ética -aseguró Sastre-. La política prevaleció en nosotros sobre la ética. No estoy de acuerdo con mi actuación de aquel momento. Siento la necesidad de aceptar la cuota de responsabilidad que tuve en la soledad que Bergamín durante aquellas horas».

Bergamín y Sastre se reencontraron fraternalmente muchos años después, en el exilio vasco. «Nunca hablamos de ello», concluyó Sastre. M.A.

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