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ANÁLISIS | UN MES DEL ESTADLLIDO DE LA GUERRA EN GEORGIA

El tablero del Cáucaso continúa marcando la política internacional

Al igual que EEUU, Rusia podría haber estado desde antes perfectamente al tanto de los planes de Georgia, lo que explicaría la celeridad de su respuesta. Con su furibunda reacción, el Kremlin advierte a EEUU de que el Cáucaso es un Rubicón que no debe cruzar. Y lanza un aviso a las veleidades occidentales para absorber a Ucrania

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Dabid LAZKANOITURBURU

Las crisis de Georgia, bautizada como la «Guerra de los Cinco Días», estalló hace hoy un mes en el avispero caucásico. Sus efectos aún están por ver. Las evocaciones a la Guerra Fría responden al interés occidental por airear el fantasma de la amenaza rusa, aunque no cabe duda de que el Kremlin ha dado un sonoro puñetazo en la mesa.

Coincidiendo con la inauguración de los Juegos Olímpicos en China, el Ejército georgiano lanzaba, en la medianoche del pasado 8 de agosto, una ofensiva militar contra el enclave de Osetia del Sur, especialmente contra su capital, Tshkinvali.

La reacción rusa no se hizo esperar y ese mismo día su aviación bombardeaba las ciudades georgianas de Gori y Poti, además de lanzar una contraofensiva terrestre para desalojar a las fuerzas georgianas.

Un día después las milicias de Abjasia, independiente de facto como Osetia del Sur, completaban la tijera lanzando un ataque contra las Gargantas de Kodori, único enclave abjaso en manos de Georgia. Los soldados georgianos abandonaron todas sus posiciones en ambos enclaves y comenzaron una retirada hacia el interior del país. Columnas de blindados rusos, con apoyo aéreo, les pisaban los talones, y el aliento del enemigo histórico de Georgia se llegó a sentir en los arrabales de la capital, Tbilissi.

El 12 de agosto, el Ejército ruso anunciaba el fin de su operación -Georgia había anunciado dos días antes un alto el fuego unilateral-. Moscú iniciaba un lento repliegue, incompleto aún, de sus tropas a las posiciones anteriores al conflicto.

La bautizada como «Guerra de los Cinco Días» tocaba a su fin y llegaba la hora de los balances. El primero, y más trágico, el de las víctimas.

Las autoridades surosetas rebajaron un balance inicial y cifraron en alrededor de 1.500 los surosetas, la mayoría civiles, muertos en la ofensiva georgiana. A ellos habría que sumar los más de 30.000 civiles huidos a la vecina Osetia del Norte. Un mes después, buena parte de ellos han regresado.

El Gobierno georgiano cifró en 175 los civiles y militares muertos en la contraofensiva de Rusia y sus aliados. El temor a los rusos y episodios de limpieza étnica -similares a los protagonizados por la parte georgiana días antes- forzaron el desplazamiento de más de 100.000 georgianos, que se suman al éxodo provocado por las guerras de Abjasia y Osetia del Sur en pleno desmoronamiento de la URSS. Tbilissi asegura que un 10% de sus 4,5 millones de habitantes sobreviven lejos de sus antiguos hogares.

El Gobierno ruso ha ofrecido una cifra de 64 bajas mortales propias, buena parte de ellas soldados enrolados en la misión de interposición establecida en Osetia del Sur.

Hasta ahí los hechos conocidos o dados a conocer por las partes, lo que invita a la reserva, como en todo escenario de guerra, en el que la propaganda no es sino un frente más.

Los antecedentes: Pese a que las principales cancillerías occidentales han tratado de tergiversar, o siquiera ocultar, la realidad, no hay duda de que la agresión partió del lado georgiano. Lo que sorprende es que el presidente, Mijail Saakashvili, ordenara un ataque contra los aliados de un ejército, el ruso, infinitamente superior al suyo pese al rearme georgiano de los últimos años, de la mano principalmente de EEUU. Hay quien sostiene que no sopesó el subsiguiente zarpazo del Oso Ruso. Lo que es impensable es que Washington, que tiene cientos de asesores militares estadounidenses en suelo georgiano, desconociera los planes ofensivos de Saakashvili.

No pocos ven el aliento de Washington en esta crisis. El primer ministro ruso, Vladimir Putin, defiende esta versión, compartida por expertos occidentales independientes.

Hay, sin embargo, otra versión que sostiene lo contrario; a saber, que fue Rusia la que provocó la crisis. El estadounidense Thomas Goltz, reconocido experto en el Cáucaso, sitúa las escaramuzas previas a la guerra -con varios muertos en ambos bandos aunque por otro lado habituales en esta zona- como una provocación de las milicias surosetas al Ejército georgiano.

Goltz completa el mapa recordando que casualmente Rusia llevaba a cabo unas grandes maniobras militares en el Cáucaso Norte a principios de agosto. Según su tesis, con su ataque, Georgia habría intentado adelantarse a una ofensiva rusa tratando de apoderarse de la capital suroseta.

Coincidiendo con esta tesis, sorprende la celeridad en la respuesta rusa. Las columnas de tanques y blindados tardaron escasas horas en cruzar las altas cimas de la cordillera caucásica y en llegar al escenario del conflicto bélico.

No obstante, esta celeridad puede tener otra explicación. Al igual que EEUU, Rusia podría estar perfectamente al tanto de los planes de Georgia, lo que le permitió concentrar tropas y dar una respuesta inmediata.

Vencedores: La «nueva Rusia» es sin duda la gran vencedora en esta crisis. Moscú ha dicho basta tras casi dos decenios de humillaciones constantes. EEUU ha ido durante este tiempo cruzando una y otra vez líneas rojas impensables en su día. Con la incorporación a la OTAN de antiguos aliados del Pacto de Varsovia y la entrada de los países bálticos, la OTAN ha llegado a 60 kilómetros de la ciudad de San Petersburgo.

Paradigma de la debilidad de la Rusia de Boris Yeltsin fue a finales de los noventa el bombardeo de la OTAN en los Balcanes y la pérdida por parte de Serbia de Kosovo. Washington y sus aliados no contaron entonces para nada con Rusia, que no pudo más que hacer una entrada-relámpago simbólica con sus tropas en el norte de Kosovo para mostrar a los serbios que no les había olvidado.

La «nueva Rusia» de Putin, saneada económicamente y con su inagotable potencial energético, responde, por otro lado, a viejísimos impulsos. El imperialismo ruso es una constante histórica, también en tiempos de la URSS. Con su reacción, el Kremlin advierte a EEUU de que el Cáucaso es un Rubicón que no puede cruzar. Y lanza un aviso contra las veleidades occidentales para absorber a Ucrania, el germen histórico de lo que hoy conocemos como Rusia.

EEUU, o cuando menos la Administración Bush, puede ser considerada otro de los vencedores indirectos de esta crisis. Al calor de la misma logró que Polonia levantara sus últimas reservas a la construcción del sistema de escudo antimisiles, por el momento la última provocación para Rusia en lo que para este país siempre fue el «extranjero cercano».

Más aún, la crisis puede servir a la postre para apuntalar la posición del candidato republicano, John McCain, quien desde su veterano belicismo, navega mejor que el demócrata Obama en las procelosas aguas de la «diplomacia de guerra».

Los perdedores: En espera del veredicto popular sobre el presidente georgiano, Mijail Saakashvili, por su estrategia como poco temeraria -su máxima de anexionarse Abjasia y Osetia del Sur ha quedado por los suelos y la crisis de refugiados se ha agravado-, el terremoto en el Cáucaso ha tenido su réplica en Ucrania. El presidente, Viktor Yushenko, que rivaliza con Saakashvili en agresividad dialéctica anti-rusa y pro-occidental, asiste a un corrimiento de tierras político que podría dejarle fuera de escena.

Más allá del escenario post-soviético, la Unión Europea ha vuelto a quedar como convidado de piedra en una crisis que afecta, no lo olvidemos, al Viejo Continente. La mediación del presidente francés, Nicolas Sarkozy, se ha revelado, como poco, ineficaz y las amenaza de suspender las negociaciones para un nuevo acuerdo de asociación, sobre todo comercial, con Rusia, suena más a pataleta para consumo interno y para evitar peligrosas disensiones entre los claramente alineados con EEUU -Gran Bretaña y la «Nueva Europa» del desaparecido Donald Rumsfeld- y el núcleo duro de la Unión, consciente de que le interesa mantener buenas relaciones con el vecino ruso.

El reconocimiento de Abjasia y Osetia del Sur por parte de Rusia puede sonar a «mentar la soga en casa del ahorcado». El Cáucaso es una zona de arenas movedizas y aunque la arrasada Chechenia no parezca albergar fuerzas para aprovechar la situación, la situación no está para echar cohetes en otras repúblicas como Ingushetia y Daguestán. Con motivo de la reciente crisis por la muerte a manos de la Policía del opositor y periodista ingush Abdullah Alichaiev la oposición al régimen pro-ruso amenazó con promover la secesión de esta república hermana de Chechenia. Con todo, no parece que se pueda articular una oposición caucásica a Moscú más allá del islamismo, creciente por aquellos lares, lo que sirve perfectamente a los intereses de Moscú, que mantiene una situación de «guerra de baja intensidad» bajo control y de paso criminaliza a sus oponentes, englobándolos en la categoría del tan manido «terrorismo internacional».

Consecuencias. Mucho se ha escrito este último mes sobre un antes y un después de la, por ahora, última guerra en el Cáucaso. Hay quien ha llegado a evocar el regreso de la Guerra Fría. Nada más lejos de la realidad. Ni Rusia representa un paradigma alternativo a Occidente ni tiene capacidad para asumir tamaño reto.

En los próximos meses asistiremos, a buen seguro, a una recomposición de la situación. La UE, que necesita a Rusia tanto como Rusia depende de ella, descongelará las negociaciones en curso cuando Moscú haya terminado de retirar sus retenes en suelo georgiano (a día de hoy quedan 500 soldados en los alrededores de Poti y en otras carreteras estratégicas).

Lo que no quiere decir que las cosas vayan a seguir igual. En este sentido, todo apunta a que la crisis georgiana ha servido para acelerar una tendencia que se observaba desde hace años, y que sitúa a Rusia en un nuevo escalón en la arena mundial.

Moscú ha defendido en los últimos tiempos con ahinco el establecimiento de un sistema multipolar, o lo que es lo mismo, ha exigido voz y voto en los grandes asuntos internacionales, más cuando afectan a cuestiones o a territorios englobados en lo que considera «intereses nacionales».

Más allá de su propia voluntad, lo que vaya a ocurrir -o los posibles nuevos escenarios de crisis- dependerá de EEUU y de sus ansias por apuntalar un unilateralismo que aún puede dar sus últimos y largos zarpazos.

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