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Juantxo Estebaranz Historiador y konparsero

El lodazal de la memoria

El Homenaje a los «voluntarios» del 83, que buscaba resaltar heroicidades aisladas, ha chocado de nuevo con la multitud de gestos que cada cual realizó en aquellos momentos de pánico, pero también de improvisación creativa. La memoria individual y colectiva ha rechazado las distancias y al héroe excepcional, y en su lugar han emergido la memoria de la fraternidad y de la organización colectiva de entonces

Los hilos de la memoria son frágiles, quebradizos. Sin embargo, hay acontecimientos que se enquistan en lo más recóndito, hechos que se constituyen en experiencias extremas y que sólo hay que mentarlos para que fluyan los recuerdos más dispares e íntimos. Uno de estos hitos son, sin duda, las inundaciones que en los últimos días de agosto de 1983 anegaron gran parte de Euskal Herria dejando en quienes las vivieron un reguero de anécdotas y vivencias. Y así, el tratamiento institucional de esta efeméride, la instrumentalización de estas fechas, ha chocado con una herida social en permanente supuración, con los recuerdos a borbotones que en su veracidad íntima contrastan con esa imagen que se ha deseado fijar.

Pues las ampliadas fotografías colocadas en el Casco Viejo bilbaino y reproducidas con deliberación en blanco y negro (en esos grises que remiten siempre a tiempos pretéritos) no han podido reemplazar el veraz recuerdo de una ciudad teñida del marrón de aquella mierda proverbial que resbalaba por los sumideros en que habían devenido los ríos. De este modo, estas pancartas gubernamentales no han conseguido distanciar, ubicar aquellos hechos en el terreno de un pasado archivado, olvidado. Al contrario, han encendido nuestra capacidad de contraste.

Al igual que estas emergencias se tatúan indeleblemente en la corteza de la memoria colectiva, también en el curso de las mismas afloran las iniciativas sinceras de apoyo mutuo. Cada cual, y en virtud de su ubicación, auxilió, procuró, atendió, solventó y quien no tuvo algo propio echó una mano para enmendar lo ajeno: una emergencia que reveló la fraternidad inscrita en toda colectividad humana. Así, el Homenaje a los «voluntarios» del 83, que buscaba resaltar heroicidades aisladas, ha chocado de nuevo con la multitud de gestos que cada cual realizó en aquellos momentos de pánico, pero también de improvisación creativa.

Mas en el interior del troyano se escondía también el objetivo de solapar las estructuras colectivas de las que esa fraternidad social se dotó. Konparsas, en el caso bilbaino, que vehicularon las primeras labores de rescate y desescombro, sobre todo en la zona antigua, desde las que partieron brigadas hacia los barrios más desolados, lugares donde el movimiento vecinal ya había puesto manos a la obra voluntades locales. Estas estructuras colectivas son las que se han pretendido sepultar bajo la losa del Homenaje. Caminos de colaboración que, reinventando herramientas y allanando dificultades, tomaron un protagonismo real cuya sombra de peligrosidad como contrapoder impelió al galoso gobernador de Bizkaia a tildarlos de «hijos de puta». Si antaño fueron las cargas de la Policía Nacional contra las brigadas de limpieza, hoy el camino es la senda del ninguneo.

La sordina de la efeméride ha magnificado también el papel de un Gobierno vascongado entonces sin recursos y al que no se le cedió el mando unificado, existiendo, al menos, dos mesas distintas de coordinación, con desencuentros verificables. Mas aquellas inundaciones también pusieron sobre el tapete el mapa secreto de la urbanización, la canalización subterránea de ríos, la tunelización de montañas, la construcción de viviendas e industrias en las propias vegas, etc. Desmontes y túneles que se convirtieron en vías de entrada de agua, arroyos que reventaron bajo el asfalto, barrios y polígonos que simplemente se anegaban. Contra este recuerdo se ha contrapuesto mediáticamente la imagen de una naturaleza en ocasiones vengativa y en otras una calamidad cíclica con la que la Humanidad ha de convivir.

En el cajón han quedado las causas que empeoraron aquella emergencia. Enseres y árboles (los que provocaron los peores destrozos y las imágenes más inverosímiles) que se constituyeron en la basura que, acumulada en los márgenes, colaboró en los trágicos desbordamientos. Ríos éstos privados por la construcción en sus zonas de anegación, imposibilitados así para albergar la contribución añadida de agua de nuestros abruptos montes, esquilmados, por la tala del bosque bajo, de sus mecanismos de compensación.

Pero poner en valor todas estas causalidades catastróficas sería también cuestionar lo inmediato, como las recientes inundaciones de Fadura (Getxo) o la simultánea anegación en el Peñascal bilbaíno, destruido en el 83 por los lodos de su cantera y ahora primera consecuencia de la desregulación fruto de las obras del complejo SuperSur-TAV. Hechos y miedos de este mismo junio.

Los hilos de la memoria son frágiles. Pero también obstinados. La memoria individual y colectiva ha rechazado las distancias y al héroe excepcional, y en su lugar han emergido la memoria de la fraternidad y de la organización colectiva de entonces. Es, pues, el momento de engarzar este rechazo con las causalidades desdibujadas mediante este aniversario y cuyas malas prácticas desde aquellos 25 años no han cesado de incrementarse.

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