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The Jayhawks aullaron en un fin de fiesta cerrado con «Magical Colors»

Colofón de fábula el sábado en el Azkena Rock, con una traca final de altura y bandas genuinas que invitaron a bailar, vibrar, levitar y rabiar a ritmo de un rock & roll no tan rock & roll.

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Anartz BILBAO

Tras el sorprendente bolo de Sex Pistols, divertido -a ratos-, bien ejecutado y muy poco punk (con Rotten consultando cuaderno de notas permanentemente), que acaparó nuestra atención el viernes, con permiso de Mr. Davies; el sábado acudíamos al festival con inusitada expectación, a disfrutar de una jornada genuina, en la que el festival de guitarras «descuidaba» sonidos más duros primando una mayor diversidad estilística y bordeando el rock en todas sus vertientes, con bandas ricas en matices y de desbordante talento como Jhon Cale & Band, The Gutter Twins, The Jayhawks, Dinasour Jr., Los Lobos y Jon Spencer Blues Explosion. Alguien lo resumió así acertadamente: «hoy no hay tiempo ni para el bocata».

Sonido transparente

Con la caida de la noche el escenario principal se preparaba para recibir a la formación más añorada de The Jayhawks. No es difícil imaginar al equipo de la Universidad de Berkeley (California, Estados Unidos), dirigidos por Ziang Zhang y financiados por el Pentágono, que recientemente han anunciado estar cerca de lograr «la invisibilidad» de objetos tridimensionales, inspirándose con la música de los de Minnesota en el laboratorio, en medio de sus experimentos.

Otro Mark, esta vez el farmer Olson (una especie de Tim Robbins pequeñito, con aspecto de bonachón), acompañaba al ausente Gary Louris (parece ser que es su estado habitual), rememorando su primera década en activo, desde 1985 hasta 1995, antes de la partida de Olson, junto a Marc Perlman (bajo), Tim O'Reagan (batería y excelente cantante) y Karen Grotberg (teclas).

El quinteto, con Olson al frente (a la guitarra acústica) y Louris en el punteo agudo con su Gibson SG, repasó con exquisitez, en un concierto -no tan sencillo- para incondicionales, «Tomorrow the Green Grass» y «Hollywood Town Hall», cantando al amor en clave country (Americana, dicen ahora), dejando a un lado temas igual de imprescindibles de discos posteriores. Es el hándicap y el regalo de volver a contar con Olson para escuchar viejas canciones, hasta ahora cosa impensable en directo. Joya tras joya, finalizaron con la imprescindible «Blue», tras la cual Olson cantó en el bis, (no hace tanto se separó de su mujer, Victoria Williams), «Miss Williams´ Guitar».

Si te gustan, la sensibilidad de The Jayhawks emociona y la ilusión y excitación por verlos, por primera o enésima vez, nunca decrece. Si no te emocionan, son blandos (y poperos). «Esto no es rock» nos cuentan que le espetó una niña a su madre, el día que esta última los quería ver en directo por primera vez. Será cosa de la edad, de los prejuicios (o de enamoramiento), pero nos alegra haberlos disfrutado -encabezando casi el cartel- ante miles de espectadores en el Azkena. A nosotros, nos volvió a entusiasmar.

Tras el quinteto de «la tierra de los diez mil lagos», media hora escasa para volver a aterrizar y despertar con el estruendo de Dinosaur Jr., ilustres supervivientes del noise y el grunge de los 80 y los 90. Ante una muralla de amplificadores y frente a una alborotada audiencia, el trío liderado por el inconfundible J. Mancis, con Lou Barlow rasgando el bajo y Murph a la batería, no bajo el pistón en ningún momento y aguantó la tensión en un concierto denso que, pese a nuestros temores, resultó intenso pero no atosigante. Lastima que no hubo descorche de botella en «Feel the Paine».

En el escenario secundario, por lo tanto más pequeño que el principal y protegido este año por una carpa de las posibles inclemencias meteorológicas (las previsiones eran inciertas), se alienaron los seis componentes de los Lobos. La poderosa banda fronteriza (de México y los Estados Unidos, se entiende), comenzó con todo un recital de rock combinado con cumbias, rancheras y demás rítmos tex-mex, toma fusión!

El final, apoteósico, con la versión de Joselu Anaiak «Anselma» (¿o era al revés?) y la ranchera «Volver, volver», bailadas y cantadas a pleno pulmón por miles de recios rockeros, además de la indispensable «La Bamba», antiguo tema popular de Veracruz (México) popularizado por Ritchie Valens -que se estrelló en avión y murió antes de cumplir los dieciocho años, junto a Buddy Holly, entre otros-, en la película del mismo nombre en 1987. Tras una ensordecedora ovación, Los mexicanos de Los Ángeles volvieron a aullar tras ganarse y serles concedido (algo muy poco habitual en este tipo de milimétricos eventos) un bis merecidamente.

Batidora rítmica

Sudorosos, nos apresuramos al escenario principal, donde la grasienta y cruda maquinaria de la Blues Explosion comienza a engrasarse. Sin escenografía ni apenas amplificadores, Russell Simins sacude los parches arropado por Judah Bauer y el cool y atractivo Jon Spencer. El ex Pussy Galore, otrora hipnótico frontman, viejo conocido del festival (el año pasado estuvo con Heavy Trash junto a Matt Verta-Ray), nunca superará probablemente el añorado y siempre alabado recuerdo de su directo en Bilbo, pero el trío sigue siendo una apisonadora brutal y desquiciante en directo, y acertó de lleno al cerrar el festival con una saturada versión de su «Magical Colors (31 flafors)», resumen de una preciosa noche repleta de todo tipo de colores y sabores de rock & roll.

Se cerraba asi un fin de semana excepcional de rock & roll, a pesar de una titubeante jornada inaugural en la que (según ilustres Azkenazales de peso) chirriaron Marky Ramone y un desconcertante Evan Dando al frente de The Lemonheads, que contó con la colaboración de Gary Louris (The Jayhawks), para cantar «Miss Robinson», del dúo Simon & Garfunkel.

A excepción de Sex Pistols, la séptima edición del Azkena Rock ha presentado a pocas bandas capaces de reventar por si solas, y muchas las que han pasado por nuestros escenarios en un pasado cercano. Sin embargo, la calidad artística y genuina de todas ellas, asi como la particular idiosincrasia de un festival que aglutina a fieles aficionados que viven el rock día a día, ha hecho posible disfrutar de un muestrario sonoro de gran altura.

Según la organización, en torno a once mil rockeros se acercaron el sábado a Mendizabala, mil quinientos menos que el viernes, con cifras totales en torno a los 30.000 aficionados (mayoritariamente varones, con una media de edad en torno a los 40). Una edición en la que, comunica Last Tour International, «el público, un año más, ha demostrado su fidelidad hacia el festival», valoración positiva que prosigue: «tras un año de transición, entre todos, hemos devuelto al Azkena Rock Festival a la dimensión que se merece».

Finalizados los festivales veraniegos, el otoño nos devolverá ahora a las pequeñas salas.

 

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