Último informe de la Unidad de Inteligencia del Economist
La crisis podría reforzar el papel de los estados frente al libre mercado
Durante tres décadas, los políticos del mundo desarrollado secundaron a Reagan y a Thatcher en su intento de limitar la intervención del Estado. El lema era «privatización, liberalización y desregulación». Hoy, los problemas del mercado crediticio inclinan la política occidental en sentido contrario. Tras el derrumbe de bancos británicos, y con la viabilidad de los gigantes hipotecarios de EEUU cuestionada, el capitalismo de corte angloestadounidense parece muy dañado.
GARA | LONDRES
La así denominada Unidad de Inteligencia del Grupo Economist lanza una pregunta que en los círculos de expertos occidentales está siendo ya debatida y destripada: ¿Está a punto de reaparecer un Estado rector a costa del mercado, a semejanza de la respuesta a la crisis económica de los años 30?
Los expertos del «The Economist» anticipan que cualquier comparación con el periodo deflacionista de entreguerras parece exagerada; después de todo, argumentan, los políticos estadounidenses y europeos conocen las lecciones de esa época. Gobiernos y bancos centrales, conscientes de que las acciones preventivas pueden evitar una depresión, responden a las restricciones crediticias y a la debilidad de los mercados inmobiliarios. Las colas para recibir un plato de sopa no son una amenaza todavía.
Estos expertos consideran que, en EEUU, el activismo fiscal keynesiano vuelve a estar de moda. Un estímulo presupuestal de 150.000 millones de dólares en este año electoral presidencial es quizás apenas el principio. El control presupuestario se flexibilizará otra vez en respuesta al constante reclamo de reducciones fiscales y mayor gasto en infraestructura.
En razón de la desaceleración global, es casi seguro que habrá mayor fomento económico en los países avanzados, al grado de quebrantar las reglas fiscales diseñadas para refrenar a los grandes gobiernos. La restricción crediticia ha provocado ya una expansión involuntaria del papel del Estado a través de nacionalizaciones bancarias, como la de Northern Rock, donde la intervención estatal fue aceptada de mala gana por el Gobierno laborista. El Tesoro estadounidense está en una posición similar con Freddie Mac y Fannie Mae. Una pregunta interesante es si la intervención ad hoc del Gobierno se repetirá fuera del sector financiero. El inminente colapso de un gran fabricante de motores en Detroit podría poner pronto en conflicto la conveniencia política con la probidad fiscal.
En una defensa ardiente del capitalismo financiero, Raghuram Rajan y Luigi Zingales afirman que, durante las desaceleraciones, los mercados libres son vulnerables a los ataques porque descansan sobre cimientos frágiles al depender, para su existencia, de la buena voluntad de los políticos. El nivel de vulnerabilidad y la reacción posterior a la explosión de la burbuja crediticia dependerán de la severidad de la desaceleración.
Para muchos es ya severa, pese a que ninguna de las principales economías occidentales satisface la definición técnica de recesión: dos trimestres sucesivos de crecimiento negativo. Durante muchos años, las grandes mayorías en los países de habla inglesa han tolerado remuneraciones estancadas y un alto grado de desigualdad en los ingresos, en gran parte porque aún podían elevar su nivel de vida obteniendo préstamos garantizados por los altos precios inmobiliarios. Ante la estrechez crediticia, de repente, los préstamos son más difíciles y los precios inmobiliarios se hunden, mientras la carestía de los alimentos eleva el costo de la vida.
Crítica ruidosa y áspera
La crítica hacia el sistema financiero, mientras tanto, es ruidosa y áspera, y no sólo de parte de vulgares populistas. En una poderosa acusación en el Club Económico de Nueva York, en abril pasado, Paul Volcker, ex presidente de la Reserva Federal, expresó: «Para decirlo con sencillez, el nuevo y brillante sistema financiero -a pesar de todos sus talentosos participantes, a pesar de sus cuantiosas recompensas- ha suspendido la prueba del mercado».
Además, existe un comprensible resentimiento por la protección que se brinda a los caprichosos banqueros. Este socialis- mo para ricos no tiene muchas probabilidades de agradar a los electores de los países más afectados. Esto sugiere que la política fiscal podría regresar a los caminos más redistributivos de la era anterior a Reagan y Thatcher, y los ricos se encontrarían de nuevo en la mira de los políticos. Ya sea que EEUU elija o no a Barack Obama como presidente, la propuesta de reforma fiscal del candidato demócrata, severa con las familias que ganan más de 250.000 dólares al año, puede ser un indicio de lo que le espera al mundo desarrollado.
EEUU, más vulnerable
El escenario podría estar dispuesto para que los políticos recuperen el poder que habían devuelto al adelgazado sector privado o a las agencias independientes del Estado. El mayor campo de batalla será el territorio de las actividades de la banca central. En los tiempos actuales ya no hay moderación (una benigna combinación de baja inflación y alto crecimiento) y la estabilidad inicial se ha transformado en desestabilización. Así que los banqueros centrales que se reunieron en Jackson Hole fueron acusados de no haber entendido los cambios estructurales del sistema financiero y no haber actuado para contener la burbuja crediticia.
La independencia parece más vulnerable en EEUU, donde la Reserva Federal (Fed) no disfruta de la protección que tiene el Banco Central Europeo en virtud del Tratado de Maastricht, que sería casi imposible de modificar. Desde el rescate de Bear Stearns en marzo, ha ampliado a los bancos de inversión su red generalizada de seguridad.
El riesgo es una resbaladiza pendiente, ya que actuar con poderes extraordinarios «temporales» es visto en los mercados como una garantía de otras acciones similares cuando surja la próxima turbulencia. La Fed podría ser vulnerable a la presión de colocar crédito con el fin de satisfacer los caprichos de los políticos.
Como Volcker señaló en abril: «Más allá de la necesidad percibida, los amplios poderes han sido ejercidos de una manera que no es natural ni cómoda para un banco central. Como el guardián del dinero nacional, la Fed tiene la responsabilidad básica de proteger su valor y resistir las crónicas presiones inflacionarias. Dueña de un alto grado de independencia en el cumplimiento de esa responsabilidad, la Fed debe evitar decisiones que parezcan favorecer a instituciones particulares o electorados sensibles desde el punto de vista político, y así es como se le debe considerar».
Una amenaza más directa para los bancos centrales proviene del actual ambiente de estanflación. La alta inflación dificulta que los políticos reduzcan las tasas de interés en respuesta al descenso económico, lo cual no los hace nada populares. En tales circunstancias la posibilidad de cometer errores políticos es también grande.
Los grandes gobiernos
La tarea de los banqueros tampoco será más cómoda en 2009 si el reciente giro en los precios de energía y materias primas propicia una menor inflación. El objetivo de estabilidad de precios podría requerir que contrarresten la relajada política fiscal adoptada por los gobiernos para evitar el estancamiento. Esto podría contribuir a que los políticos reclamen que la política monetaria deje de estar en manos de funcionarios no electos.
Si bien parece posible la progresiva repolitización de la política monetaria -que nunca ha sido por completo inmune a la presión política-, el retorno de los grandes gobiernos es otro asunto. El factor que pesa más contra el retorno de la rectoría estatal absoluta en los países desarrollados es el clima intelectual. En los 30, la economía dirigida de la URSS propició un alto crecimiento económico, en tanto que el libre mercado de Estados Unidos fue abrumado por la depresión. Esto preparó el terreno para un papel más intervencionista de los gobiernos occidentales, incluyendo nacionali- zaciones y una creciente red de seguridad.
Alternativas
Hoy, en cambio, la teoría de la elección u opción pública, para la cual políticos y burócratas son sólo «maximizadores de su utilidad personal», ha influido en el pensamiento económico. Las equivocaciones y los escándalos que se repiten en las «democracias maduras» han alejado a los electores de las élites políticas. El estatismo, mientras tanto, no pudo cumplir sus promesas. Consecuencia: la política intervencionista evoca un escepticismo generalizado. Sólo en la banca, gracias a los fracasos recurrentes y catastróficos en administración de riesgos, la intervención estatal se compara favorablemente con la privada.
En cualquier caso, estos expertos opinan que la fe en la capacidad de autoequilibrio del mercado está sin duda en su punto más bajo. Así que, aunque un Nuevo Trato o políticas tipo Gran Sociedad parezcan inadmisibles, existe la probabilidad de que el Estado adjudique responsabilidad política a los políticos tecnócratas, imponga mayor regulación a los banqueros aberrantes y amplíe la intervención estatal en respuesta al fracaso de corporaciones políticamente delicadas.
La crítica hacia el sistema financiero es áspera y ruidosa. «Para decirlo con sencillez, el nuevo y brillante sistema financiero -a pesar de todos sus talentosos participantes, a pesar de sus cuantiosas recompensas- ha suspendido la prueba del mercado».
Existe la probabilidad de que el Estado adjudique responsabilidad política a los políticos tecnócratas, imponga mayor regulación a los banqueros aberrantes y amplíe la intervención estatal en respuesta al fracaso de corporaciones políticamente delicadas.
Las teorías de Cass Sunstein y Richard Thaler atraen hoy a Obama y a Cameron. Ellos abogan por un «paternalismo libertario» a través del cual el gobierno impulse a las personas a comportarse de conformidad con los objetivos de política pública.
El rompecabezas más grande en el estira y afloja entre la intervención gubernamental y los mercados corresponde a la regulación. Ésta es, según George Soros, la peor crisis financiera desde los 30. Pero hoy sería imposible promulgar una legislación de banca y valores como la que se aprobó entonces porque los mercados son globales. La burbuja crediticia no fue sólo un fracaso de mercado, sino de liderazgo empresarial, gobernabilidad corporativa y administración de riesgos, exacerbado por defectuosas estructuras de incentivos en el interior de la banca. Éstos son asuntos que la legislación difícilmente puede atender.