CRÓNICA Feria internacional de teatro de calle
Putas en el campo, música de carretera y fuentes de jardín
Ni las calles ni las plazas de Tàrrega son particulares, y cuando llueve se mojan como las demás. De tal manera que una tormenta de este verano en retirada frustró el estreno de la obra inaugural y todos los espectáculos programados al aire libre, lo que desbarató las planificaciones de los feriantes más estajanovistas.
Carlos GIL Crítico teatral
Una vez más se demuestra que en los eventos planteados fundamentalmente en la calle puede aparecer un demiurgo que altere el programa e influya directamente en las dramaturgias de los propios espectáculos. El viento, la lluvia, en este caso la tormenta, cambió un día soleado, caluroso, en una tarde que sobrevino en pocos segundos en noche cerrada, con vientos racheados, rayos, truenos y largos minutos con lluvia torrencial. Sucedió mientras las autoridades inauguraban oficialmente esta edición de Fira Tàrrega, que arrancaba en un día festivo y muy señalado en toda Catalunya, su Diada, por lo que no podemos, todavía, tener una impresión adecuada sobre el número de la asistencia de público. Lo que sí parece ya estabilizada es la presencia de centenares de programadores de diversa capacidad adquisitiva.
Tuvimos, no obstante, buenas oportunidades de ver algunas de las propuestas que pueden ser las estrellas de esta edición. Y para ello debimos alejarnos unos pocos kilómetros del centro targerí, para llegar a una carretera rural y presenciar la propuesta de la Reial Companyia de Teatre de Catalunya, que ofrecía «Kurva», donde el público debe colocarse en una campa absolutamente desprotegida, a unos quince metros del lugar donde dos prostitutas están esperando la llegada de la clientela. Una propuesta atípica, que convierte un lugar en pleno campo en un escenario, una carretera de quinta categoría en una autopista para un arte paradójico, por el que aparecen unos músicos que logran alegrar un poco la triste vida de una de las protagonistas, y convierte al público en una suerte de voyeurs que asisten a un trozo de ficción que se asemeja mucho a unas realidades cada vez más abundante en todas las carreteras. El trabajo dramatúrgico es simple y la interpretación de las protagonistas principales es significativa. Una de las representaciones de esta experiencia, a la que acuden cada vez cuarenta espectadores, tuvo lugar justo en el momento que se desencadenó la tormenta. El equipo artístico ofreció a los espectadores, cuando empezó la lluvia, la posibilidad de volverse, y solamente cinco tomaron el autobús que los había llevado hasta ese espacio creativo. Los 35 restantes aguantaron las inclemencias, hasta que la tormenta ya fue superior a cualquier resistencia artística.
Y los músicos aparecieron como las setas cuando la lluvia arreciaba y los espectadores buscaban refugio bajo techado, y, de repente, El Cuarteto Maravillas, un trío endomingado de clarinete, acordeón y batería portable alegró la espera hasta que escampara con interpretaciones muy participativas de estándares muy reconocibles. En la noche, en la ya tradicional sesión de bienvenida, una formación amplia y variada con un amplio repertorio muy bailable, con coreografías y acciones muy teatralizadas a cargo de la potente Orquesta del Sol. Y tuvimos la suerte de asistir al afinamiento de un piano de cola colgado de un trust, donde el pianista, amarrado con arneses, queda colocado a unos metros del suelo, quedando su espalda en paralelo con el suelo y el cielo. Era un ensayo con casi todo de David Moreno y su experimental y curioso «Floten tecles», que aprovechó un claro epara intentar estar listo a la menor oportunidad para ofrecer su espectáculo, al que podemos considerar, cuando menos, singular. Una piscina con chorros de fuentes en «El jardí de les meravelles» de la compañía de danza Factoría Mascaró mostró la capacidad narrativa y el buen ordenamiento espacial que logran sus directores, Joan Serra y Quim Serra, un juego entre mágico y fantástico que involucra al público con algunos elementos y que basan su expresión en las coreografías muy sincronizadas, pero con libertad de acción, a base de unas técnicas cada vez más depurada y con unos elementos de vestuario que ayudan a crear ese mundo casi onírico.
Mientras ordenamos nuestra agenda para recuperar las obras que se han desplazado por culpa de la tormenta, tuvimos ocasión de ver una curiosidad de animación a cargo de los franceses de Les Enjolivers, y su «Tortuga mágica», que despedía a los asistentes a la función de la única carpa de circo instalada este año dentro del espacio de una de las empresas privadas, 23 Arts, a cargo de Circoxidado.