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Raimundo Fitero

Tremendismo cínico

Hace unas semanas al jefe de Gobierno de Tailandia lo inhabilitaron porque presentaba un programa de cocina en una televisión privada. El presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, es un tertuliano habitual del programa nocturno de Buenafuente. Casi todos los presidentes tienen sus entrevistadores de cabecera, sus cien o mil preguntas, sus minutos pautados en las televisiones autonómicas o estatales para que puedan lanzarnos sus mensajes de manera constante e intoxicadora. ¿Qué es peor para la ciudadanía, que un presidente del rango que sea nos enseñe a cocinar fletán con setas, que nos venda un plan de cosmética política o que en tono distendido diga una verdad biográfica como que se desvirgó con una puta?

Desde el presidente de la comunidad de vecinos, hasta los presidentes de las entidades financieras globales, en nuestra vida cotidiana las opiniones, los actos y las decisiones de demasiados presidentes nos colocan ante una filosofía de la existencia presidencialista. Que el presidente de un club de fútbol tenga más relevancia social que un cantante, un pintor o un poeta no es nada más que la consecuencia de una manera de funcionar socialmente que nos lleva a la medición cuantitativa. Por salir del paso de este laberinto idiota en el que me he metido: todo forma parte del mismo lío, el de las aseguradoras, las petroleras, los banqueros y todo aquello que rodea a estos personajes, ya sea por las alturas, iglesias, gobiernos, o por las aceras, servidores de placeres químicos y carnales.

Bueno, pues a mí me parece tremen- dismo acusar al señor Revilla de hacer apología de la prostitución. Por su edad, el bautismo sexual en aquella larga noche franquista en los varones era en los prostíbulos. Se puede ahora opinar lo que se quiera, pero entonces no era nada más que la costumbre y no estaba mal visto. Así que las acusaciones oportunistas no son de recibo. El gravísimo problema no es que en aquellos tiempos aquel jovenzuelo fuera de putas, lo realmente grave es ver cómo están nuestras rotondas, nuestras carreteras, nuestros puticlubs. Y para centrarnos mejor, en esto la ley de la oferta y la demanda es inexorable.

 

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