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Una semana que marca la continuidad entre la era de Aznar y la de Zapatero

Son, sin duda, tiempos difíciles. Suena a título de película pero, aunque estemos en pleno Festival de Cine de Donostia, no lo es. Tiempos complicados aquí, y en el resto del mundo. En estos últimos siete días hemos tenido pruebas más que suficientes de ello. Si empezamos por casa, es obvio que la semana no ha sido una más: ilegalización de EAE-ANV y de EHAK, y otro tanto para Gestoras pro-Amnistía y Askatasuna, con condenas de cárcel que suman doscientos años en total para 21 personas. No es una semana más en el calendario de este país, pero conviene no hacer una lectura aislada de estos hechos, por muy graves (extraordinariamente graves, de hecho) que hayan sido. Nada de esto puede situarse debidamente en contexto si no levantamos la cabeza y repasamos y reflexionamos sobre los acontecimientos vividos en este país en los últimos años. La estrategia de las ilegalizaciones por parte del Estado español no es nueva, enmarcada desde hace tiempo en una operación de acoso y derribo contra el proyecto independentista en general y contra las fuerzas políticas que representan a la izquierda abertzale en las instituciones en particular. Tampoco son nuevas, desde luego, las sentencias y operaciones que reflejan clara voluntad de venganza y que buscan criminalizar incluso la solidaridad con los presos políticos. La decisión adoptada el miércoles por la Audiencia Nacional contra 21 ciudadanos, aderezada con la declaración de «ilicitud» de Gestoras pro-Amnistía y Askatasuna, es buena prueba de ello. Es ésta una estrategia que llega, al menos, desde la época de José María Aznar al frente del Gobierno español, y a la que el PSOE, con José Luis Rodríguez Zapatero, da continuidad. Es, claramente, la estrategia que Rubalcaba y Zapatero llevaron a cabo durante el último proceso de negociaciones, imponiendo constantes obstáculos a su avance desde el inicio -cuando no existía la sempiterna excusa de la actividad armada de ETA-, para sorpresa e irritación de las destacadas instancias internacionales presentes como observadores y mediadores.

Las decisiones adoptadas a lo largo de esta semana por el Estado español son continuación y consecuencia de esa estrategia. Una estrategia que exige, como siempre (y en momentos como éste con mayor énfasis si cabe), levantar la cabeza de la vorágine diaria y, cada cual en su ámbito, hacer las cosas con inteligencia, decisión y perspectiva, encaminando el quehacer de cada cual hacia un objetivo ineludible y hoy más necesario que nunca: un acuerdo político que conduzca a este país a un marco verdaderamente democrático.

Otro mundo... y otro sistema

Otro mundo, otro sistema. Viene esta cuestión al hilo del Foro Social europeo que se celebra en la ciudad sueca de Malmoe, y al socaire de los acontecimientos que han alterado, en uno u otro sentido, las bolsas mundiales en estos últimos días. Si alzamos la vista hasta el sur de Suecia, y en espera de una valoración más general que el lector podrá contrastar en nuestra edición de mañana, el Foro Social vuelve a mostrar síntomas que podrían llevar a pensar en una futura reflexión sobre la organización e impacto de este tipo de foros. Los debates o grupos de trabajo, sin duda interesantes y muchas veces imprescindibles, deben poder servir para activar mensajes y alternativas eficaces que luego lleguen con claridad al máximo de ciudadanos europeos posible, y ésa es una labor que todavía debe ser ajustada y afinada.

En estos foros, entre otras muchas cuestiones, la necesidad de cambiar el sistema o modelo económico y financiero es una constante. Ese debate es hoy más pertinente y actual que nunca, habida cuenta de los graves problemas por los que atraviesa el sistema financiero y económico que sustenta -aparentemente con pies de barro, pese al último subidón de las bolsas- el modelo capitalista de corte anglosajón que impera en nuestro ámbito y que EEUU dirige y alimenta.

Vista la actuación del Gobierno estadounidense y de los bancos centrales más importantes del planeta, cobra especial relevancia el análisis hecho público a principios de mes por la Unidad de Inteligencia del Grupo The Economist, análisis que recogíamos extensamente en estas páginas: ¿Asistimos a la despedida definitiva del estado regulador impuesto en tiempos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher? ¿Vuelve el estado rector, a semejanza de la respuesta dada a la implacable debacle de los pasados años 30? Obviamente, ni los tiempos ni las circunstancias -ni tan siquiera los actores- son los mismos, pero los hechos demuestran que el sistema está muy enfermo. Es cierto que los mercados bursátiles parecen responder a las últimas medidas -desconocidas desde la ya mencionada crisis del 29-, pero también ocurrió algo parecido hace pocos meses con la primera intervención del Gobierno estadounidense ante la debacle de las hipotecas subprime, y el «subidón» duró bien poco. El sistema está enfermo.

Esta última semana lo ha llevado al borde del colapso. Quizás sea pronto para augurar o pronosticar el fin de una era, quizás estemos asistiendo a una transformación del propio sistema, o quizás termine por reventar, todo dependerá de las consecuencias que estas brutales turbulencias financieras tengan finalmente en la economía mundial. Los síntomas no son nada halagüeños.

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