Samira y «El caballo de dos patas»
Iratxe FRESNEDA
Samira Makhmalbaf sabe recoger bien las citas de los otros, sabe subirse a lomos de gigantes para ver mas allá, que es precisamente lo que hace en «El caballo de dos patas». «La psicología del poder dice que si el opresor es sádico, el oprimido acabará siendo masoquista». Y eso es precisamente el quid de la cuestión. Vernos reflejados en ciertas actitudes hace que no nos gustemos ante el espejo. Como resultado, lo negamos todo. Así debió de ser la actitud de ciertos periodistas ante la joven realizadora iraní con la que Godard se deshace en halagos. Durante la presentaciónla culparon, entre otras cosas, de vampirizar a dos niños para crear sentimientos de lástima. Ciertamente el sadismo existe en la cinta, también lo hay en las piernas arrancadas que le gustaría recuperar al niño protagonista. Pero no nos gusta ver a un mutilado en el cine y menos si es un niño. Difícil cuestión ésta la de manipulación de las personas, la del oprimido y la del opresor. Tan difícil como saber cuál es el límite, los límites que marca Occidente al imponer su versión de la historia, la forma de mirar la vida y la de hacer cine. En algún tiempo aquí también se proclamaba la calle como territorio liberado para hacer películas; ahora las calles son demasiado aburridas para encontrar historias, o quizás nos cueste verlas, porque haberlas haylas. Lo difícil es ser valiente, y Samira lo es. Dice tener claro que lo que desea expresar es una historia universal, de relaciones humanas, reales, de las que suceden cada día. Y si es verdad que quien tiene el poder se acaba apoderando de los sueños de los demás, más nos valdría tener a buen recaudo a realizadoras como ella, que no renuncian a sus sueños y tampoco se pliegan ante el poder de la industria. Puede que peque de inmadurez creativa o que el montaje de la película sea mejorable, pero hay algo de verdad en lo que cuenta, de esa que te llega hasta las tripas para retorcerlas.