Había leído sobre las similitudes entre «Genova» y «Amenaza en la sombra», empezando por lo que de coincidente tiene que se trate en ambos casos de películas rodadas en ciudades italianas por cineastas ingleses. Fuera de eso, los argumentos se parecen únicamente a un nivel superficial, porque ni siquiera pertenecen al mismo género. Nicholas Roeg filmó en Venecia un thriller de suspense fantasmagórico, mientras que Michael Winterbottom se decanta por el drama familiar de inspiración documental. En la cinta setentera la hija fallecida era la que se aparecía, y ahora la pequeña protagonista es la que afirma ver a su madre muerta, con lo que la perspectiva infantil es imaginativa pero real. Sí hay, no obstante, algo inquietante e intangible que subyace en las escenas en el interior de iglesias genovesas repletas de velas encendidas por los difuntos, y que ya estaba en su predecesora veneciana. La niña incorpora el sentido de la fe más inocente, con esa capacidad de la infancia para creer en otros mundos como si formaran parte de este.

«Genova» hace pensar en lo cruel que es la vida con los niños y con los débiles en general. A uno se le rompe el corazón viendo el sufrimiento de esta cría que, a su corta edad, carga con la culpa de la muerte en un desgraciado accidente de tráfico de su madre. Sólo, después de sentir la pérdida de su ser más querido, comprende las graves e irreparables consecuencias de lo que para ella no era más que un simple juego, pero que le hizo perder a la conductora el control del vehículo. El viaje a Italia no le librará de las pesadillas, sin que en principio le sirva de terapia. Winterbottom sigue con su experimentada cámara por los estrechos y oscuros callejones genoveses a la niña perdida, a través de un laberinto en el que instintivamente busca una salida guiada por la imagen de la mujer que permanece en su recuerdo. La lección para ella consiste en aprender que es mejor no mirar atrás y apoyarse en los vivos para superar el periodo de duelo.