Raimundo Fitero
Décima
Casi nadie pensó que se llegaría a la décima edición de GH. Casi nadie se imaginaba que se llegaría a la sexta edición de ¡Mira Quien baila! Así son las emociones programáticas, los resultados de audiencia, la volatilidad de la masa telespectadora. Pero si se mira con un poco de calma, los dos programas que han arrancado desde el domingo sus nuevas entregas, son muy similares. Son un entretenimiento adocenante, una evasión precaria en influencias, simplona, arrebatadora de audiencias por la facilidad de consumo, ya que son fórmulas muy indigestas para la salud, pero muy fáciles de engullir ya que no requiere ningún esfuerzo más allá de un deseo morboso de ver a los otros en situaciones muy poco favorables.
De GH no entiendo el tono de Mercedes Milá, apareciendo en todos los programas de su cadena con una soberbia, mezclada de resentimiento, que seguramente ayudará a depurar el espectro de sus clientes, alcanzando las cotas de menor resistencia a sus pretensiones universales, pero lo cierto es que está tomando un protagonismo que probablemente forma parte de alguna cláusula contractual, pero que después le provocará disgustos, sobreactuaciones, enfrentamientos y alguna repulsa.
Como se encargan muy bien en destacar por activa y por pasiva es muy importante la selección del personal. El reparto, eligiendo personalidades que puedan dar juego ante las cámaras, no únicamente por sus valores fotogénicos, sino por sus capacidades interpretativas y que tengan un pasado que después pueda ser explotado por los programas que se segregarán y para proporcionarle a Interviú algunas portadas. No ha hecho más que empezar, lo han colocado en la noche del martes, o sea, hoy, y de nuevo volveremos a escuchar lo de «yo no veo GH», a personas que se conocerán al dedillo circunstancias y chascarrilos del programa. Por eso están en la décima.
Sobre MQB, podríamos decir muchas de las cosas anteriormente expresadas, pero con un agravante, los que aparecen bailando ya han sido portada, vienen con un amplio historial televisivo. Aquí solamente entra un factor ético: ¿hasta dónde debe rebajar una televisión pública la calidad de su oferta en nombre de las audiencias?