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Medem y Rosales: el riesgo de rodar el conflicto, sea en versión coral o muda

En 2003, el cineasta donostiarra Julio Medem sufrió una campaña de descrédito por haber rodado el conflicto vasco dando voz a todas las partes. En 2008, el catalán Jaime Rosales se enfrenta a la misma situación justo por lo contrario: una película muda basada en el tiroteo de Capbreton. Son dos casos paradigmáticos de la misma «caza de brujas».

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Televisión Española ha decidido no comprar los derechos de ``Tiro en la cabeza'', la cinta que tiene como leiv-motiv el tiroteo producido en octubre pasado en Capbreton, en el que activistas de ETA acabaron con la vida de dos agentes de la Guardia Civil con quienes, al parecer, se toparon de modo casual. Como cabía esperar, los responsables del ente -incluido su director, Javier Pons- se han apresurado a negar que se deba a criterios políticos, pero hay tres datos que lo dicen todo. La de Rosales es la única de las cuatro películas españolas presentadas en el Festival de Cine de Donostia que no ha sido comprada por TVE; su director fue el ganador de la última edición de los Goya; y su anterior cinta, ``La soledad'', sí ha sido emitida por TVE el pasado viernes 26, justo después de la polémica presentación de ``Tiro en la cabeza'' en Donostia.

Uno de los que acudió al estreno fue Fernando Savater. Salió indignado: «Es una película fallida. Quiere dar una lección al mundo y se revela que el director es un incom- petente en estas cuestiones. Rosales no sabe nada del problema de ETA». Los sindicatos de la Guardia Civil, por su parte, ya la habían condenado antes de verla. José Manuel García, portavoz de la Unión de Guardias Civiles, ve inaceptable que se presente la vida normal de un militante de ETA: «Los miembros de ETA actúan así para no despertar sospechas, lo cual no quiere decir que sean personas normales. Seguramente Jack el Destripador también lo hacía». Y la Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUCG) añade que «no es normal que se asesine».

Las críticas de los diarios españoles no han sido más benévolas con Rosales, con algunas honrosas excepciones. Carlos Boyero, de ``El País'', se apresuró a acusar al director de «vacuidad sobre ETA» y se declaró molesto por lo que se ve en la pantalla, pero también por «lo que se me oculta». Su mayor reproche a Rosales es ése: que deje que «el espectador encuentre el significado y el significante, el discurso moral y la metáfora». Nando Salva, de ``El Periódico'', considera que la película «humaniza al terrorista», si bien matiza que eso tampoco quiere decir que «lo defienda». Y Carlos Pumares, en ``La Razón'', le reprocha que no explique «si eso es San Sebastián o San Petersburgo, si es ETA o la mafia rusa».

«Desactivar la contaminación»

El grado de la polémica sorprende por varias cuestiones. Para empezar, al contrario de lo que le ocurrió a Medem hace cinco años, a Rosales se le reprocha ahora que no haya diálogo (en los cerca de 90 minutos sólo se oye una palabra: «txakurra»). Se le ha llegado a echar en cara que no se explicite que se trata de una acción de ETA, pese a que desde el primer momento el director dejó claro que estaba rodando los hechos de Capbreton (en una entrevista, ``El País'' preguntó a Rosales dos veces seguidas «por qué no hace referencias concretas a ETA» y si «cree oportuno hacer un filme sobre un asesinato de ETA sin referirse en ningún momento a la organización»). Y la polémica ha engordado pese a que, como en su día Medem, Rosales no tiene vínculo alguno con la izquierda abertzale y ha dejado muy clara su posición con frases como ésta: «El asesinato del contrario es la máxima aberración».

El director y creador de esta película (nacido en Barcelona en 1970) ya había previsto este riesgo. Antes del estreno explicaba en el suplemento ``El Cultural'' de ``El Mundo'' que «mis amigos me han dicho que estoy loco por meterme en este lío. Desde luego, para hacer una cosa así no hay que pensarlo mucho. Pero siento que es mi obligación como ciudadano aportar mi grano de arena. Y no creo que haya que ser vasco para hablar de este tema».

Después de los pataleos -también hubo aplausos- del primer pase, y sobre todo tras las críticas recibidas, Rosales ha salido a la palestra para denunciar que «he visto cosas muy irracionales» y «una contaminación política que es muy importante desactivar». «El cine clásico es militante, a favor o en contra de determinadas cosas. Todas hacen propaganda de algo. Mi película, no», ha añadido. Y ha incidido en que su intención es provocar una reflexión sociológica con un horizonte final: «No podemos dejar esto para otra generación».

«Desactivar la contaminación»

Una finalidad similar fue la de Julio Medem cuando se atrevió con ``La pelota vasca'', un trabajo ingente de recopilación de testimonios de todo tipo que dio lugar a una película muy coral y muy condensada. Si el objetivo de los dos trabajos es equiparable, el modo de ejecución ha sido radicalmente diferente, y de hecho Rosales ha afirmado que «no estoy de acuerdo con el montaje de `La pelota vasca', que ponía un drama y el otro en el mismo saco. Medem es muy buena persona pero se equivocó». Finalmente, por una cosa y por otra, ambos cineastas han sido puestos en la picota por una misma acusación: equidistancia.

Medem ha reconocido en múltiples ocasiones el calvario que le supuso la reacción de la derecha ante aquella cinta, y que derivó incluso en una larga retirada. Como Rosales, el director vasco afrontó el reto tras un inicio de carrera innovador y que había cosechado buenas críticas generalizadas. En Madrid, su estela decayó desde entonces. Hubo sectores que intentaron ridiculizarle rebautizándole como «el pelota vasco». Cuatro meses después del estreno de ``La pelota vasca, la piel contra la piedra', también en el Festival de Donostia, Medem se veía obligado a hacer pública una carta en la que manifestaba su dolor por la «tormenta de puñales» que había caído sobre él.

La AVT impulsó una protesta contra Julio Medem ante la gala de los Premios Goya; se instó al alcalde de Donostia, Odon Elorza, a que impidiera el pase de la película; otros ayuntamientos, como el de Ermua, la vetaron; Gotzone Mora o Iñaki Ezkerra reclamaron que se retiraran sus testimonios porque «en la película hay multitud de entrevistas en las que se refleja una clara superioridad numérica de nacionalistas frente a constitucionalistas»; Cristina Cuesta se negó a participar; Consuelo Ordóñez exigió que se le retirara del montaje tras haber grabado ya la entrevista... De nada sirvió que Medem se declarara «no nacionalista», ni que insistiera en que «el problema más grave del conflicto vasco es ETA, mi rechazo al terrorismo es rotundo, sin peros, y mi solidaridad y apoyo humano hacia las víctimas del terrorismo es absoluto, sin precio y sin esperar nada a cambio».

El director guipuzcoano no ha escondido que desde entonces siente a los críticos como si fueran «jueces» contra él. Su siguiente película, ``Caótica Ana'', funcionó mucho mejor en otros países que en el Estado español: «No me esperaba el juicio sumarísimo al que he sido sometido, después de lo que pasé con `La pelota vasca' -indicaba en una entrevista realizada después de `Caótica Ana'-. Creía que encontraría más ayuda, que me animarían el alma».

 
«Agenda», «Michael Collins», «en el nombre del padre » o «en el nombre del hijo» quedan muy lejos

La incapacidad española (y también vasca) para hacer un acercamiento objetivo a la cuestión vasca en sus películas tiene un contrapunto claro en Londres, Dublin o Belfast. Sus cineastas no han dudado en rodar películas sobre la guerra sucia británica contra la resistencia irlandesa («Agenda oculta»), sobre el nacimiento del IRA («Michael Collins» o «El viento que agita la cebada»), sobre la perversión del uso de los tribunales especiales («En el nombre del padre») o sobre la inhumanidad de la política carcelaria («En el nombre del hijo»). Sobra decir que casi todas ellas han tenido un notable éxito de taquilla, y que son emitidas con total normalidad en las cadenas televisivas españolas.

Tampoco hubo que esperar al inicio del fin del conflicto de Irlanda para encontrar productores decididos a financiarlas ni directores dispuestos a rodarlas. El inglés Ken Loach, por ejemplo, hizo aflorar la realidad de las cloacas británicas en 1990 con «Agenda oculta», que recibió el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes. Nadie podrá encontrar algo similar referido a los GAL.

«En el nombre del padre» (1993) reflejó el modo en que la Policía británica forzó detenciones y encarcelamientos tras algunos atentados del IRA en los años 70. Su éxito fue enorme, tanto a nivel de público como de crítica. El irlandés Jim Sheridan se inspiró en un caso real: el de «los cuatro de Guildford». Muchos vieron un paralelismo claro en el caso reciente de otros cuatro jóvenes navarros que pasaron dos años en prisión acusados de un atentado mortal de ETA en Leitza antes de ser totalmente exculpados. Pero esto ni siquiera fue noticia en muchos medios.

Con el conflicto irlandés todavía vivo, en 1996 Terry George rodó la epopeya de los presos del IRA que perdieron la vida en una huelga de hambre en demanda de estatus político, bajo el título de «En el nombre del hijo». La lucha de Bobby Sands y sus compañeros ha sido emitida sin escándalo alguno en el Estado español, donde sería inconcebible una denuncia similar de la situación de los prisioneros vascos.

El origen del IRA en los años 20, por su parte, ha sido retratado en filmes como «Michael Collins», también de 1996, o la más reciente «El viento que agita la cebada», de 2006, que incluyen pasajes que sin duda muchas organizaciones españoles calificarían de «apología». En esta segunda no se olvidan de reflejar la práctica de la tortura, de la forma más descarnada, por parte de las autoridades británicas frente a los militantes irlandeses. Para ello, curiosamente, sí hubo financiación española, ya que varios estados colaboraron al alimón con la obra de Ken Loach.

EN PARÍS

Rosales incide en que las proyecciones revelan sorpresas: el lunes la proyectó en París y «me llamó la atención que los espectadores no entendieran bien el problema con el nacionalismo vasco, pese a ser vecinos nuestros».

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