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«Happy. Un cuento sobre la felicidad» La simpatía como provocación

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Mikel INSAUSTI

Hasta la fecha las películas de Mike Leigh pecaban de unidireccionales, de tratar la realidad en un solo sentido, por lo general negativo. Con «Ha- ppy. Un cuento sobre la felicidad» nace la controversia en su cine, algo que se agradece porque su habitual punto de vista pesimista es contrarestado por una corriente de positivismo que sirve para nivelar la balanza. Es, en consecuencia, su obra más equilibrada y la que permite una discusión más abierta. Aún así, se le podría seguir acusando de determinista, de retratar a personas de una sola pieza, que o son desgraciadas o son felices. Tampoco eso es mayor problema, puesto que deja la posibilidad de identificarse a ratos con los personajes amargados y en otros momentos con los optimistas, bajo la idea de que en la vida real uno pasa por fases de euforia y de depresión, indistintamente.

Se está hablando en todos los foros sobre Poppy, la alegre maestra inspirada seguramente en amistades o gente conocida de Leigh, cuyo carácter jovial habrá llamado su atención por resultarle muy opuesto. He leído opiniones que la consideran una chica insoportable en su permanente buen humor, incluso molesta. Esto me lleva a pensar en que las personas amables y risueñas resultan mucho más provocativas que las que ejercen de desagradables, dan males contestaciones y tienden a crear tensión en el ambiente. Poppy intenta contagiar su alegría a los demás, pero desde la primera secuencia en la librería queda claro que el prójimo no empatiza con ella, ya que el mero hecho de tener que sonreír o devolver el saludo supone una situación incómoda y forzada. He de decir que me posiciono a favor de Poppy y las que son como ella, aunque no deja de ser una postura egoísta. Si todos fuéramos igual de serios esto sería un infierno y sucumbiríamos de aburrimiento, así que el tener a alguien divertido cerca se convierte en una necesidad para establecer unas relaciones saludables. Está bien ser responsable y maduro, pero si no nos cruzamos de vez en cuando con alguien capaz de hacer el payaso corremos el peligro de avinagrarnos. Hay que ser receptivos hacia quienes intentan transmitir buen rollo. El ejemplo de mal receptor y de origen del conflicto entre mal encarados y felicianos viene dado por el profesor de autoescuela.

Eddie Marsan hace una genial caracterización del crispado instructor, para el que la sola presencia de su simpática y dicharachera alumna supone una falta de respeto a su autoridad. Sally Hawkins le da la réplica incidiendo en la facilidad que su bromista personaje tiene para sacarle de quicio, a base de restarle importancia a las órdenes que recibe, resumidas en la consigna «enraha», utilizada como recurso nmotécnico para reunir los códigos a memorizar antes de arrancar el coche. Al margen de la relación con las pirámides egipcias y el ojo de Rá que las culmina, la palabra amenaza con ser un guiño cinéfilo para la posteridad y todo un fenómeno sociológico. Al principio el profe parece representar la normalidad, con sus juicios críticos sobre la coyuntura actual, pero finalmente se revelará tan enfermo como esa sociedad a la que dirige sus ataques de ira. En cambio, la inicialmente infantil y distraída Poppy, acabará demostrando que el aprendizaje puede ser un juego, porque las personas que consiguen preservar de mayores la inocencia de su niñez poseen el secreto de la bondad y la felicidad espontáneas.

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